Prólogo: Corona de la victoria.

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Era un día cálido a pesar de ser pleno invierno en el polo, solo caían una suave escarcha matutina. Era como si el mundo supiera que algo especial pasaría esa noche y lo demostrara inusualmente.

En alguna habitación del castillo de los Elfos de hielo, Annick se paseaba inquieta de un lado a otro acariciando su prominente vientre. Sabía que algo estaba mal, el clima tal vez o el movimiento continuo fuera de su habitación. La puerta suena de golpe y un agitado Arthur entra con expresión preocupada.

–Ya están aquí –avisó con ansiedad en sus ojos.

Annick sabía a quién se enfrentaban. Todo el reino Elfo hacía fila para poder matar a la niña que estaba a unas horas de nacer, lo presentía por el constante dolor en su vientre bajo. La pequeña Elfa pelirroja miró con la mandíbula apretaba por ventana de fino marco de plata y luego posó su mirada sobre su amado.

–Las voy a proteger hasta el final, –juró Arthur tomando su mano y besándola delicadamente sobre su dorso.

En la entrada principal pasaba el General de los altos Elfos, imponente, con cabello hasta los hombros, rojo llameante y ojos dorados atentos a cada movimiento. Su armadura resonaba cada vez que se movía en el recibidor esperando al gobernante, una mujer que había conocido hace unos años y que pensó que la amaría toda su vida, hasta que ella desistió de su propuesta por la ridícula razón, pensaba él, de ser "demasiado independiente". Le causaba desagrado tan solo pensarlo y en su hija que tampoco llevara el nombre de su familia.

Idith White, la primogénita de su familia y la gobernante del polo se asomó en el recibidor con su armadura ligera azul hielo, con el cabello rubio pálido atado en una coleta y mirada celeste eléctrica feroz hacia la silueta del hombre que una vez amó, pero la libertad era algo que ella jamás dejaría.

–Buenos días, Aegon –saludó con tono diplomático.

–Buenos días, Idith –posó sus ojos dorados sobre ese celeste intenso que alguna vez pensó que era precioso, pero ahora solo le causaba indiferencia.

– ¿A qué debo el honor de tu visita? –Trató de sonar neutral, pero un poco de resentimiento se filtró en sus palabras.

Ella en el fondo no podía entender por qué el odio hacia ella no le permitía amar a su hija o simplemente tal vez nunca la quiso, pero esa niña se había transformado en una mujer.

–Tú sabes a qué se debe –sonó cortante.

–Ella es tu hija, Aegon, y también está esperando a tu futura nieta –cerró los ojos Idith como si implorara a los dioses por paciencia y comprensión.

La cara del General se tornó de un tono rojo, no por vergüenza, si no por ira.

–Esa criatura que crece en su vientre no es mi nieta –soltó casi gritando–. Tiene sangre de nuestros enemigos, no merece vivir.

Para Aegon todos sus enemigos debían morir hasta si llevaban su propia sangre, jamás olvidaría lo que hicieron esas bestias a su familia y el odio que siempre les tendría.

Avanzó y al instante Idith sacó su espada de hielo sólido con detalles en plata hecha por hadas y la colocó en posición horizontal delante de Aegon.

–Si te atreves a dar un paso más, no tendré remordimientos de matarte –advirtió con tono frío.

–Jamás te atreverías –soltó confiado y se atrevió a dar un paso más.

–Yo, Idith, de la familia White, como gobernante del polo... –Idith no dejaría que nada le pasara a su hija, ni a su futura nieta y hasta se atrevía a defender a su yerno, un bruto Drow como lo llamaba ella–. Te desafío, Aegon, de la familia Red, General de las tropas élficas, a un duelo a muerte.

No podía creer que ella lo hubiera desafiado a muerte, pues era un General experto en combate cuerpo a cuerpo y se sentía demasiado superior como para enfrentarla. Aunque de cierta forma le complacía que lo hiciera, así ganaría tiempo para que sus tropas se infiltrasen en el castillo en busca de la criatura que jamás se debería haber concebido.

Arthur, el rey de los Drow, sus instintos eran los mejores en los territorios de la tierra y podía escuchar a la perfección los suaves pasos que se acercaban más y más.

La manija de la puerta sonó y ambos se pusieron alerta, pero solo era la curandera que ayudaría con el parto a Annick. Los grandes ojos azules opacos de la pequeña Elfa rubia demostraba preocupación y hasta se podría decir que desesperación.

–La bruja dice que nacerá hoy –avisó, pero su semblante preocupado no cambiaba.

– ¿Qué más está pasando? –Interrogó Annick con cara neutral.

–Es la gobernante, –suspiró–. Ella se está batiendo a duelo con el General.

El no esperaba esa noticia y abrió los ojos de sobremanera. Su madre y su padre peleando a muerte por salvarla o matarla, era algo casi divertido o simplemente frustrante.

–Annick, iré yo, te tienes que quedar por el bien de Elora, –indicó Arthur quien conocía lo frustrada que se sentía su amada por no poder combatir en ese estado.

– ¿Elora? –Preguntó con ceño fruncido.

–Significa corona de la victoria – y besó su frente con una silenciosa promesa que volvería, sano y salvo para poder criar, proteger y educar a su hija, la pequeña Elora Althaia Deacon White. 

Oh si Nebula noctis volvió :D 

Para la personas que están leyéndolo por primera vez, está siendo editada la historia original y resubida por eso existe una segunda parte.

Nebuloters los invoco, gracias por su apoyo y por ayudarme esforzarme más en todo <3 

-Jay




Academia Nebula Noctis I: Corona.Where stories live. Discover now