Movimiento IV La Transición (parte 5)

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               No puedo creer que Ariadna ya  no esté, por lo menos ya no sufrirá más

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No puedo creer que Ariadna ya  no esté, por lo menos ya no sufrirá más. Deberíamos estar contentos porque han cesado sus dolores, pero el comportamiento del ser humano nunca es lógico.

No tiene caso seguir lamentando su partida; después de tanto sufrimiento, ahora lo que rodea el ambiente es la resignación y el alivio.

Donde quiera que esté, nunca la olvidaré. Es extraño, después de tanto dolor, la sensación de tranquilidad que me invade me hace sentir un poco culpable; debería estar llorando como es costumbre entre las buenas familias, pero este sentimiento se parece más a lo que a Ariadna le hubiese gustado ver en sus seres queridos después de su deceso.

Permanezco rondando estos asuntos  por un momento, estoy abrumada, necesito  distraerme unos minutos. Decido ir a la calle a dar un paseo por ahí. Quisiera que ella estuviese conmigo ahora, ¡qué difícil es la vida sin su compañía!

―¡Ayesha, no salgas a la calle!

―¿Qué sucede, mamá?

―He dicho que no salgas, he tenido una premonición.

―No puedo creer lo que me estás diciendo, se supone que tú no crees en esas cosas.

―Ayesha, por favor...

―No te preocupes tanto.

―Ayesha...

―Mamá, recuerda que un rayo no cae dos veces en el mismo lugar.

―¿Qué quieres decir?

―Que no nos puede pasar nada peor de lo que ya hemos visto.

―No estaría tan segura.

―Exageras mamá. Piensa lo que quieras, pero déjame salir.

Un golpe seco se escucha al contacto de la cabeza de Ayesha contra el concreto.

―¡Ayesha, noooo!

Parece que cerca de la casa hay movimientos sospechosos. La madre de Ayesha no presta atención; sigue arrodillada intentando despertar a su hija, se ha desmayado. Últimamente ha soportado mucha presión; teme que se haya lastimado con el golpe.

Los testigos alcanzaron a ver una sonrisa en el rostro de Ayesha en contraste con la solitaria lágrima que bajó por su mejilla. Hay gritos en la calle. Algunos transeúntes corren a socorrer a Ayesha, otros por un motivo desconocido hacen lo propio en otra dirección. Hay confusión por todos lados. A los primeros gritos se han sumado otros que aparentemente no tienen que ver con Ayesha. Un pequeño corazón de oro ha caído al suelo.

La madre corre para socorrer a la chica, pero no responde.

―Ayesha, ¿me oyes?, Ayesha, por favor, dime algo.

Más personas se acercan a ayudar a la mujer que ha caído en medio de la acera. Algunos vecinos observan desde el patio de sus viviendas. Un disparo hace que todos se echen al suelo olvidando a Ayesha. Solo la madre sigue a su lado intentando despertarla.

―Ayesha, contesta por favor. Ayesha...

Alguien se acerca por detrás y se lleva a la madre a rastras.

―¡Suéltenme, noooo! ¡Mi hija! ¡Déjenme! ¿Están sordos o qué?

Me acerco a recoger el guardapelo en forma de corazón. Se ha abierto y veo dos fotografías: a un lado está Ariadna; en el otro Ayesha, y debajo,  la leyenda: «Nuestro secreto».

Tomo el corazón y lo guardo en mi bolsillo evitando que la madre me vea; sin duda me ha persuadido lo que está escrito en la pequeña joya. De un momento a otro el sitio se llenará de policías.

Se escuchan otros disparos, ¿qué está pasando? Debo salir de la línea de fuego inmediatamente.

Me lanzo al suelo mientras más proyectiles golpean las paredes que me rodean. No sé qué sucede. Agudizo mis sentidos, salgo de allí a rastras y me escondo detrás de unas rocas. La madre de Ayesha ha desaparecido.

Después de una hora, los disparos se detienen, más policías llegan. Desde aquí puedo ver a Ayesha; no se mueve, yace en el suelo y me preocupa que haya sido alcanzada por una bala.

El tiroteo ha cesado, hay algunos heridos tirados en la calle. Sin embargo, toda mi atención la ha acaparado Ayesha; no quiero ni imaginar que haya sido lastimada.

Pasan unos minutos más, llega una ambulancia. Los médicos están checando el estado de la chica, esto me hace sentirme más tranquilo, pero, después, los doctores han intercambiado palabras y abandonan a Ayesha para ir a socorrer a un herido. Algunos integrantes del personal forense han bajado de una unidad, ahora están cubriendo a Ayesha con una sábana blanca. ¡Oh, Dios!, no puedo creer lo que estoy viendo, la chica ha muerto a causa del golpe. La impresión me impide moverme por unos segundos.

La madre sale de su casa gritando para que no se lleven a su hija y se aferra a los policías que le impiden el paso. La señora Rosas Rojas está con ella y trata de hacerle comprender que ya nada pueden hacer. El policía dice unas cuantas palabras que no he escuchado. La madre de Ayesha se derrumba y la señora Rosas Rojas se inclina para levantarle diciéndole algo al oído.

No puedo dejar de sentir pena por las dos madres; sus destinos han sido muy injustos.

***

Miro todo lo que pasa desde una distancia prudente. Es el segundo funeral al que he asistido en los últimos dos días. Nadie sabe quién soy. La madre de Ariadna me mira desde el otro lado del cementerio preguntándose qué hago aquí. Mi ropa negra quizá le hace pensar que soy algún trabajador de la funeraria y voltéa hacia otro lado. Nunca sabrán la verdad.

Los dolientes se retiran. En unos minutos, el lugar ha quedado vacío. Me acerco a la tumba, dentro yacen dos cuerpos, se tratan de Ariadna y Ayesha. No puedo creer que ahora mismo Ariadna esté debajo de este sepulcro. Tantas cosas quedaron sin decir, había tanto por hablar y el destino me llevó hasta ti demasiado tarde, Ariadna, ¡oh, Ariadna...! Somos juguetes de la vida que nos lleva por lugares que no esperamos y nos entrega a las paradojas de la existencia con un humor muy oscuro. Quién pensaría que, después de tanto buscarte, te encontraría en una situación tan deplorable.

Ariadna, mi amada Ariadna.

Te fuiste sin escuchar lo que tenía que decir.

Coloco el guardapelo sobre la tumba y junto las manos en una acción de reverencia. Desde un auto, la señora Rosas Rojas me ha visto hacerlo y me mira con extrañeza; sin embargo, continúa su camino.

Al ver el campo solitario que se abre detrás de las tumbas, llega hasta mí la certeza de que un día también yaceré en estas tierras.

Ariadna, nos volveremos a encontrar... amor mío, mientras tanto... Ayesha cuidara de ti.

Sinfonía de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora