Movimiento IV La transición (Parte tres)

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Ariadna está sobre la cama. Me acerco y tomo su mano; para mí es un momento muy difícil. Mirar su rostro triste intentando sonreír y ver que no posee fuerzas siquiera para hacer el más pequeño movimiento de los músculos de la cara, me hace sentir una gran aflicción.

Paso los minutos con una de sus manos sobre las mías, toco su frente y siento el calor. Su mirada está perdida y le cuesta mucho respirar.

Veo sus ojos que me miran distantes; en otro tiempo eran hermosos, rodeados por unas pestañas muy largas que Ariadna gustaba alargar aún más con artificios. Ahora no quedan rasgos de ellas, sus cejas también han desaparecido y sus mejillas, que antes eran carnosas y sonrosadas, se han desvanecido dejando solo un rostro devastado. El silencio se vuelve pesado, y el sonido de un dispositivo conectado a Ariadna me destroza los nervios. Quisiera arrancar todos esos aparatos de su cuerpo y devolverle la salud, aunque fuese a costa de la mía.

La imagen que veo es deprimente; desearía guardar un recuerdo mucho más lindo de mi amiga, pero su desmejoramiento va reemplazando la imagen de los días cuando estaba rebosante de salud. A veces pienso que, cuando ella no esté, el recuerdo de sus últimos días me hará sufrir.

Le doy cuerda a la cajita musical y veo cómo sus ojos se mueven por un instante, dan la sensación de hacerse más pequeños y se humedecen. Está llorando; le hablo; no sé si me escucha; quiero decirle que todos la queremos. Su madre ha traído su chelo y lo coloca a un lado de la cama. Ariadna ha querido levantar la mano para tocarlo, pero el esfuerzo le ha hecho ponerse pálida.

Pasan los minutos. Una enfermera ha preguntado que hace esa cosa en el cuarto. Su madre, indignada, le contesta que su hija es una artista y ese instrumento es el que le ha dado la felicidad durante muchas horas y lo ha traído para que ella pueda verlo y escucharlo.

La enfermera, con un tono burlón, le dice que no desea escándalos dentro de la unidad.

La madre de Ariadna le responde que el chelo no produce escándalos, sino dulces sonidos, y que tiene respeto por los otros pacientes. Sin embargo, está segura de que el murmullo del chelo les hará bien a todos, incluyéndola a ella.

La enfermera tuerce la boca y camina hasta donde el médico está checando a otra paciente. Da su aprobación para que el instrumento permanezca en el cuarto y le da autorización a la madre de tocarlo, pero le advierte que debe ser lo más delicadamente posible, sin hacer ruido. La madre da gracias al médico y se pone a tocar el primer movimiento de la Suite número uno de J.S. Bach. Me ha dejado con la  boca abierta, no sabía que tocara tan bien el instrumento.

La enfermera tiene que aceptar que la música no es del todo incómoda y mejor se retira para no hacer el ridículo.

Ariadna se ha emocionado hasta las lágrimas, veo que sus ojos brillan, pero no puede moverse. Intenta hablar, pero el esfuerzo es demasiado. Me acerco a ella, le digo que todo está bien; su madre continúa tocando el instrumento con gran sentimiento. Ha logrado que yo también comience a llorar. Los sueños inconclusos de Ariadna sin querer vuelven hasta mí, y ese chelo...

Dios, ¿por qué te la llevas ahora? Ella deseaba llegar a ser una estrella y brillar como lo hacen los luceros, y ese chelo fue su compañero en las sesiones que la formaron como músico. No puedo dejar de pensar en aquella vez que le dije si eso era un violín, y ella me contestó con una sonrisa comprensiva que, en cierta forma, sí.

Y le pregunté por qué estaba tan grande, si ella era más bien pequeñita. Y me dijo que no era un violín, sino un chelo y que deseaba convertirse en una hermosa y talentosa chelista como lo fue en su momento Jacqueline du Pré.

Con mis pocos conocimientos de música no pude identificar de quién me hablaba, y solo asentí.

No solo los instrumentos musicales formaron parte de la educación de Ariadna, también tomó clases de canto desde la más temprana edad. Sus padres se encargaron de convertirle en una melómana que disfrutaba desde las más dulces sonatas mozartianas hasta las duras secuencias del metal sinfónico. No es raro que una persona con una formación en la música clásica y rodeada de influencias modernas como el rock duro y la música académica contemporánea terminara inclinándose por el movimiento heavy. Ariadna conoció muchos músicos en la academia y, sin querer, se identificó mejor con aquellos orientados al mundo mágico y etéreo de la cultura gótica. Con vestidos de terciopelo, satén y encajes tomó el liderazgo de una banda que, desde su primera aparición, causó un fuerte impacto. La calidad de la música y el contraste de la dureza metálica con la dulce voz de Ariadna, los instrumentos clásicos y las guitarras eléctricas terminaron por crear un concepto distinto entre las bandas nacionales.

Sinfonía de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora