Si yo fuera cualquier otra persona le creería. Creería en la confianza que irradia, en la determinación de sus ojos, sin embargo soy su hermana y lo conozco bien. Puedo ver la inseguridad y el miedo pintado por todo su rostro. Yo sé que sabe, muy en el fondo, que no tiene oportunidad de tenerla de vuelta. La ha perdido para siempre.

—Ya es tarde —digo en un hilo de voz. Él no responde. Sabe a qué me refiero y es consciente de que lo que digo es verdad.

Llegó demasiado tarde para remendar sus errores.

—Nunca es tarde para recuperar a quien amas —espeta cuando estacionamos frente a nuestra casa. Yo sonrío triste. Está equivocado.

Ella siempre lo esperó. Estuvo ahí sufriendo por él, esperando a que volviera a ella, pero incluso Nai con su enorme corazón se cansó. Todos, no importa el tamaño del sentimiento, tenemos límites. Nos cansamos de esperar, de no ser valorados lo suficiente, de no recibir lo que merecemos en verdad.

Nai ahora tiene a alguien que la adora y Diego debería dejarla en paz. No le digo nada de eso sin embargo.

—¿Vas a volver al rato? —pregunto, no queriendo quedarme sola toda la noche.

—No lo sé —se sincera—. Trataré de venir, pero si no llego antes de las diez, cierra la puerta y no le abras a nadie. Te quiero, fea.

—Bueno. Ten cuidado —pido.

—Lo tendré.

Me despido con la mano y luego entro a casa sintiéndome más cansada que nunca, como si tuviera el mundo sobre mis hombros.

Las noches en vela esperando a que Diego o mi padre volvieran me están pasando factura.

Me encamino a la cocina donde no hay nada más que una barra de pan y un poco de jamón. Me hago un sándwich a pesar de no tener mucha hambre, me siento en la barra y comienzo a mordisquear mi almuerzo.

Las lágrimas no tardan en llegar. No sé por qué lloro. Tal vez porque estoy más sola que nunca. Tal vez es la falta de sueño, pero no puedo mantener por más tiempo la presa que contiene mis emociones. Tal vez solo estoy cansada de todo.

Extraño a mi mamá. Extraño a Nai. Extraño cuando mi vida era fácil. Extraño no tener preocupaciones.

Extraño a Fidel.

Dejo caer el sándwich sobre la mesa y entierro mi rostro entre mis manos sin poder evitar que los sollozos me sacudan.

Lo odio. Lo odio a él y a mi papá y a todo el mundo. Me odio. Odio mi vida y odio...

Odio no poder ser más fuerte.

«Un poco más de fuerzas, por favor.»

Me voy a mi habitación y me arrojo sobre la cama, donde lloro algún tiempo más hasta que el sueño me alcanza y me arrastra lejos.

***

Cuando despierto a la tarde siguiente me doy cuenta de que he dormido casi un día entero. Me estiro sobre el colchón y me quedo ahí pensando durante un rato más.

Es extraño, pero ya no me siento triste, solo vacía.

Bueno, me siento vacía hasta que reviso mi celular y veo cinco mensajes de texto de Fidel disculpándose y diciendo que quiere hablar conmigo. Entonces una rabia se apodera de mi cuerpo. Estar enojada es mejor que estar triste.

Sí, también estoy dolida, pero no permito que el sentimiento me consuma. En lugar de eso alimento mi enojo. Pienso en todos los hombres que ha habido en mi vida. Recuerdo cómo es que siempre han encontrado la manera de decepcionarme, empezando por mi padre. Descuidándome cuando lo único que necesitaba era su cercanía. Diego alejándose, aunque sé en el fondo que no tenía otra opción. Los chicos a los que he usado para olvidar, tomando, recibiendo pero nunca dando nada.

Besos que curan [ADL #2] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora