Prólogo

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 «¿Qué es la vida? Es el destello de una luciérnaga en la noche. Es el aliento de un búfalo en invierno. Es la pequeña sombra que corre a través de la hierba y se pierde en la puesta de sol»

Blackfoot

    Miró a su alrededor con los ojos humectados por la ira, la angustia, la rabia. Un grito desgarrador salió de su garganta como protesta por la pérdida de esta batalla. El asesino había escapado, y allí, sobre el suelo, yacía el viejo alfa, —el padre de Liam—, junto parte de su clan. Los supervivientes se habían llevado a su esposa lo más lejos posible, preservando su vida hasta que las aguas regresaran a su cauce. Bajo la responsabilidad de Liam quedaba ejercer de líder. Conseguir atrapar al traidor y a sus séquitos y darles justicia. No podían permitirse que aquel siguiera con sus matanzas. No debían exponer el secreto ante los humanos. No debían de saber que ellos existían, mediando entre unos y los otros, con un asesino en serie fugado. Sangre de sangre. ¿Cómo no lo habían visto venir?

    Tras el grito, Liam cayó al suelo de rodillas estallando en un potente llanto. Sus protectores le daban el espacio suficiente para que pudiera desahogar su ira. Desnudo, empapado con los restos de la sangre de otros, hundía los dedos en el barro provocado por la fina lluvia que no había dejado de caer desde hacía horas.

    Cuando se serenó, se irguió, todavía con la piel desnuda —con la transformación, la ropa seguía guardada a buen recaudo, protegida de la humedad de la lluvia, entre la taiga, junto a la de los suyos—, y la vena del cuello le palpitaba. Brian dio un paso adelante poniendo la mano sobre su hombro en un gesto de camaradería.

    —Demos la adecuada sepultura a todos. Si algún humano hace la ronda, descubrirá todo el percal.

    Se secó las lágrimas con el dorso de la mano, esparciendo el rojo pegajoso y resbaladizo en su cara. Asintió.

    —Siento lo de tu padre. Daremos caza a su asesino. Lo vengaremos —habló Paul.

    —Ese engendro sufrirá una cruel muerte —siseó en la oscuridad como promesa, apretando los dientes.

    Recuperaron la ropa. Para este trabajo, nada mejor que una anatomía humana capaz de tirar de un pesado cuerpo. De cavar una buena fosa. Unas cuantas de ellas. Había demasiados muertos. Demasiado trabajo por hacer. Tenían que ser rápidos. Y tenían que dormir un poco si, a la mañana siguiente, tenían que regresar a su papel ficticio de ser humano, en un cuerpo adolescente.

                                                                                 ****

    Mia lanzó un suspiro quejumbroso hacia la desangelada atmósfera. Frente a ella aguardaba paciente el equipaje que se iba a llevar. Había finalizado su tiempo en aquella casa llena de recuerdos felices, y otros últimos dolorosos. A su madre la destinaban al hospital Royal Alexander en Edmonton. Con la excusa de buscar huir de recuerdos duros, se había convencido a sí misma de que un cambio como este iría fenomenal. Un cambio que podría suponer un trabajo más estable en un futuro si pasaba la prueba. Mia no estaba tan convencida como ella de que tuvieran que dar un portazo a su vida anterior porque uno de los miembros de la familia se hubiera quedado atrás. ¿Por qué dejar atrás los recuerdos más maravillosos de su infancia y adolescencia? Los recuerdos de un padre que se deslucirían con el tiempo en su cabeza. Dejar todo aquello ayudarían a que la maldita neblina se posicionase aún más. Buscó la cámara de fotos que le había regalado en el cumpleaños anterior al que las había dejado. La acarició con la mirada apesadumbrada. Sacó unas fotos de lo que aún era su habitación, pero ya solo por el tiempo que mantuviera los pies dentro. O no, porque su madre ya había vendido la casa y los nuevos inquilinos estaban a la espera de que se marcharan. La guardó de nuevo en la bolsa de mano que metería dentro del coche con ella. Suspiró tan fuerte que un quejido más lastimero rebotó en la silenciosa habitación.

Liam (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora