capitulo 22 1/2

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Una sonrisa de a poco comenzaba a iluminar el rostro de ________, quien seguía mirando al gato con cierta curiosidad e interés. Mamá estaba hablando con mi padre, acerca de algo que no podía descifrar muy bien. Presley miraba fascinada a ________ y al gato, quien tenía los ojos cerrados y ronroneaba a gusto.

—A Sr. Tuko le gustas —sonrió Presley.

—Supongo que... si.

______ le entregó el gato a Presley. Al instante, este abrió los ojos, pero continuó con su ronroneo.

—¿Porqué no vamos a desayunar? —sugirió mamá, mientras se dirigía a la cocina.

—¿No han desayunado? —pregunté, mientras iba con ella.

—Si, nosotros si. Les prepararé algo a _______ y a ti, ¿bien?

Asentí, mientras besaba su mejilla con cierto cariño y salía de la cocina para ir a lavarme las manos.

—Llamamos a la escuela —me mencionó ella antes de que yo pudiera desaparecer— Los vientos de anoche hicieron que cayera un árbol en la cancha y las clases se retrasaron. Comienzan a las once y terminan una hora después de lo habitual.

—Bien. Le diré a ______ que comience a prepararse, entonces —sonreí. Caminé escaleras arriba, donde había escuchado los pasos de ______ hace unos pocos minutos. Ella estaba en su habitación, observando una caja musical que contenía una pequeña bailarina de ballet que se movía en el centro de la caja. Alrededor de ésta, habían joyas pertenecientes de mi madre.

Golpee la puerta dos veces, ella se sobresaltó y cerró la caja lo más rápido que sus manos le permitieron y me miró sonrojada.

—¿Qué hacías? —pregunté en el umbral.

—Yo... escuchaba esta caja... —murmuró, avergonzada— No importa, ¿verdad?

Negué.

—Oye, mamá me avisó que las clases empezaban a las once, será mejor que te comiences a preparar, ¿vale?

—Vale.

| PDV de ______ |

¿Se habrá enojado conmigo? No quería que Samuel se enfadara conmigo. Era la única persona que tenía mi confianza ya ganada. Él me miró y cerró la puerta cuando salió de la habitación, dejando un silencio espantoso. Caminé y, algo nerviosa, abrí el closet.

Cuando llegué del hospital, Pamela, lo primero que hizo al llegar, fue ir al armario de su habitación y sacar mucha ropa que, según ella, ya no utilizaba. Comenzó a guardarla en el armario de esta habitación y me dijo que si necesitaba algo para mi, se lo dijera a ella directamente y ella solucionaría las cosas. Pero no me atrevía a pedirle algo, que ella gastase su dinero en mi necesidad. No lo necesitaba.

Miré con atención y curiosidad las prendas colgadas y dobladas. Había de toda clase y de todos colores. Acerqué una mano a una tela de color beige, y las puntas de mis dedos rozaron la fina tela brillante y suave. De buena calidad.

Miré pantalones de buzo, jeans, camisas, blusas, remeras, chalecos y polerones y abrigos de todo tipo. Tenían diseños juveniles, diseños de los años 60 y 70. ¿Cuánta ropa tendrá en total el armario de Pamela?

Saqué una remera manga larga de color gris, que tenía en negro un dibujo de un ojo con lágrimas. Saqué una chaqueta que me pareció realmente hermosa. Era negra, de una gruesa tela que me protegía del frío de la mañana, con varios bolsillos con cremalleras y cuellos y puños elasticados. También cogí unos jeans que pretendían parecer los más ajustados del mundo, pero luego de observarlos bien logré deducir que eran elasticados.

Para los pies unas botas, las que estaba usando ayer, que eran de piel falsa y peludas en algunas partes.

Por primera vez en mi adolescencia, me sentí bonita.

La habitación tenía un espejo de cuerpo entero ovalado, con un hermoso cuadro de plata con diseños. Me miré allí, sin saber que decir.

¿Qué diría mi madre si me viera así, así de bonita? Toqué mi cabello que se encontraba desordenado y algo enredado. ¿Dónde habrá un cepillo? Mi cepillo se había quedado en la habitación de mi casa, y no tenía nada más.

Cuando me dirigía a recoger el bolso que Pamela me había dado para la escuela, tocaron a la puerta antes de abrirla. Pamela apareció por la puerta, sonriendo levemente y con una bolsa de supermercado en la mano.

—Compré algunas cosas para ti cuando veníamos de vuelta.

—No debiste, Pame... —comencé a protestar, pero ella me detuvo.

—Ahora eres parte de esta familia, y necesitas tus cosas personales, ¿no? —sonrió. Hizo que me sentara en la cama y ella se sentó frente a mi, comenzando a sacar las cosas de la bolsa— Te traje un cepillo de dientes y un cepillo para pelo. También un desodorante, Shampoo y bálsamo, cremas, perfumes, ropa interior nueva y algunas cosas para el cabello.

Miré todos los productos para mi sobre las colchas del final de la cama.

—Pamela... Gracias, de verdad —sonreí. Ella me devolvió la sonrisa y me abrazó.

—Recuerda que si necesitas algo más, solo pídemelo, ¿si?

Asentí con la cabeza. Ella me avisó que el desayuno estaba abajo esperando por mi y por Samuel, y que tenía menos de media hora para terminar para ir a la escuela. Me dejó para que terminase de hacer lo que tuviera que hacer.

Agarré el cepillo y le quité la etiqueta. Mi cabello estaba realmente enredado, más de lo que pensaba, y me demoré demasiado solo con desenredarlo. Las ondas que yo tenía –recordé yo- eran muy parecidas a las imágenes que tenía mi padre sobre el estante que estaba en el pequeño salón de nuestra casa. Mis cabellos finos, algo oscuros y con visos de colores más claros. Lo toqué, suspirando complacida por sentirlo así de suave entre mis dedos. Agarré la mochila –que estaba vacía, ya que tenía todo en la escuela- y bajé las escaleras, mientras me mordía el labio. Dejé la mochila sobre el sofá y fui a la cocina. Samuel estaba allí, con una chaqueta de cuero, una camisa azul y jeans que hacían juego con su chaqueta y unas botas como las que usaban los motociclistas. Estaba comiendo una manzana mientras hablaba con su padre acerca del equipo de la escuela hasta que entré yo y se detuvieron. Samuel me miró fijamente y me sonrió.

—Te pareces a mi madre —dijo, mientras me señalaba un tazón pequeño con cereales y leche— Come para que nos vayamos —dijo. 


Sálvame (vegetta & tu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora