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Ya iba de regreso a casa cuando recordó que todavía faltaba dos horas para que las clases terminaran y no podía llegar como si nada. Sabía que su tío Gabriel McCall adivinaria que no asistió a la escuela y se desataria otra pelea más y lo que menos quería era seguir discutiendo; por lo que aparcó a unas cuantas calles de distancia de la casa y sacó su teléfono.
Se mordió el interior de las mejillas y miró al cielo.
Sopesó la idea de llamarle a su hermana o esperar dos horas sin hacer nada para llegar.
Al final de cuentas, la primera opción fue la ganadora y le marcó a Keren, con su labio inferior entre sus dientes.
Ella contestó al instante.
-¿Adam?
Su delicada voz sonó preocupada.
-¿Nuestros tíos están en la casa?
-Salieron hace como treinta minutos a recoger a Allen, ¿por qué? ¿sucedió algo? ¿dónde estás?
-Tranquila. No pasó nada-intentó calmarla-solo que tuve dos clases libres y estoy a unas calles de la casa, pero no se si ir o esperar.
-Ven de inmediato.
-Ya sabes como se pone tío Gabbe-bufó.
-Bueno, pero esta vez no puede decirte nada porque son horas libres.
-Mejor esperaré a que sea la hora y llegaré. Iré a dar una vuelta.
-Adam...
-Te amo.

Guardó el teléfono en su bolsillo y se quedó mirando a la nada por un minuto. Afianzó bien las correas de su mochila en los hombros y se incorporó de nuevo a la calle en busca de algo que hacer o pensar.
Se le vino a la mente el rostro de Regina Gil justo en el momento del orgasmo que le proporcionó cuando aun habían comenzado a ejecutar el acto sexual y se sorprendió estar riéndose como idiota en medio de la calle sin nadie más a su alrededor.
Pobre chica. Y ni si quiera sabía si se encontraba bien o si estaba herida o muerta.
La mera idea de que estuviera muerta lo estremeció.
Se detuvo a escasos metros de un pequeño parque infantil y se bajó de la motocicleta y comenzó a empujarla mientras caminaba rumbo a una banca de aquel parque al que solía ir de pequeño y jugaba a que mataba a todos los niños pero al final terminaba asustando a los demás y eso le divertía.
Se deslizó en una banca con su motocicleta a un lado y de su mochila sacó una libreta.
Era bueno dibujando. Solo que le faltaba a menudo mucha inspiración.
La brillante idea de dibujar a su padre se le cruzó en la mente y rebuscó entre sus cosas de la mochila la antigua fotografía de la cena de Navidad donde sus padres salían juntos.
Los primeros trazos no le salieron perfectos, así que arrancó la hoja de tajo y la metió a su bolsillo.
Frunció el ceño, dándole la vuelta a la fotografía de arriba abajo y de un lado a otro.
Tenía deseos de dibujar a todos los del retrato pero no eran tan importantes como Shelby Cash y Egon Peitz, así que comenzó con su dibujo.
Se le dilataron los ojos a medida que su obra de arte iba tomando forma.
Shelby Cash fue la primera en dibujar y luego Egon Peitz.
Quiso que el ambiente que los rodeaba fuese más romántico, así que los dibujó a los dos sentados sobre una balza en medio de un estanque con cisnes a su alrededor. Era el dibujo más cursi del mundo pero por sus padres, todo valía la pena.
Se le escapó una lágrima al contemplar a su madre.
-Te merecías mucho más, mamá. Mucho más-le dijo al dibujo.
Un aire cálido se deslizó por el parque y lo envolvió por completo. Se quedó un segundo completamente inmóvil y miró al dibujo y después a la fotografía.
Juntó las cejas y un sinfín de hojas del árbol que había a unos pasos le cayeron encima.
Se levantó bruscamente y gruñó.
-¿Qué demonios?-se sacudió las hojas de encima y se apresuró a guardar el dibujo y sus demás cosas en la mochila.
Volvió a sentarse, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos para dedicarse a buscar la manera de sacar a su padre del manicomio con ayuda de sus amigos. Ahora no solo le importaba su padre, sino su ayuda misma, porque confiaba en que él podría ayudarlo a rastrear a los estúpidos que habían herido a su amigo.
De pronto, unas manos le instruyó su campo visual y se sobresaltó. Por instinto, cogió al dueño de las manos y tiró de ambas hacia adelante, impulsando al individuo a caer de bruces frente a él.
Un alarido de dolor cruzó el aire y se percató de que se trataba de su tío Gabriel.
Lo había azotado ciegamente y con demasiada fuerza al suelo de concreto que se quedó livido mirándolo.
-Tío Gabbe, ¿estás bien?-se apresuró a levantarlo.
Gabriel tosió y se sacudió los pantalones con frustración.
Sus gelidos ojos azule eléctrico fulminó a Adam.
-¿Me puedes explicar, qué demonios haces aquí y no en la escuela?
-Tuve dos horas libres.
-¿Y por qué no fuiste a casa?
-Porque sé que te pondrías igual como ahora y decidí no enojarme pero de todas maneras estás aquí y el ambiente tranquilo se ha ido al carajo.
-Vaya, y encima me hablas como si yo fuera el causante de todas tus desgracias.
-Escucha, tío-Adam se ajustó la mochila a la espalda y se montó en su motocicleta-no quiero continuar peleando. Ya estoy cansando. Pronto me largaré de la casa para no darte problemas, ¿okey?
-¿A qué te refieres?-lo agarró del brazo y Adam volteó a verlo con vehemencia.
-Acabaré pronto la Universidad y me iré lejos de todos ustedes para vivir la vida que deseo.
-¿Y cómo te ves de aquí en diez años, eh, Adam? ¿En prisión o con una familia estable, viviendo armoniosamente?-Gabriel lo desafió y se cruzó de brazos, esperando su respuesta.
Sin embargo, Adam soltó una carcajada sin humor y negando con la cabeza, echó a andar la motocicleta hacia alguna parte lejos de su tío.
A pesar de que no tenía permiso para irse de vago, optó por ir a la casa de Nathan y Carrick, los hermanos más idiotas del planeta que por desgracia eran amigos.
Tenía en mente ir, contarles lo sucedido sin entrar en detalles para que sólo sirvieran de ayuda muscular y mostrarles el plan que estaba formándose dentro de su cabeza.
El plan era el siguiente:
Llegar hasta el centro de rehabilitación como si fuesen visitantes cualquiera. Hablaría con su padre durante una hora y luego se despediria de él como si nada pasara y a media noche entrarían por medio del jardín trasero que se extendía a más de dos cuadras en donde muchos guardias se mantenían alerta.
Y hasta ese momento aquel plan le parecía muy ingenioso pero muy en el fondo sabía que era una basura.
Condujo a toda velocidad hasta llegar a la casa de ese par de idiotas, quiénes eran cinco años mayor que él y trabajaban en vez de estudiar.
Aparcó detrás de un automóvil viejo y bajó en dirección hacia la puerta. Se acomodó la mochila en su espalda y tocó el timbre.
Minutos después la puerta se abrió y la cara de una anciana antipática salió a la luz, asustandolo.
-¿Qué quieres? No tengo dinero y no me interesa lo que vendes-espetó ella de mal genio y Adam curvó los labios hacia arriba.
-Vengo a ver a Nathan y a Carrick, señora.
-Ellos no están-masculló con amargura.
-De acuerdo. Vendré más tarde.
-Será mejor que no traigas de nuevo el trasero por aquí o te las verás conmigo.
Adam asintió con el ceño fruncido y se alejó lo antes posible de aquella anciana loca.
Suspiró agobiado y meditó un momento.
Si iba a su casa, se cruzaria de nuevo con su tío. Si se quedaba a por ahí, de todas maneras tendría problemas con él.
Así que decidió ir a casa. Porque si iba a tener problemas, no quería que fueran más de los que ya estaba acostumbrado.
Llegó justamente a la hora que debía llegar siempre después de la escuela.
Subió a su habitación, se quitó la chaqueta, lanzó su mochila a alguna parte y se quitó los jeans y los sustituyó por unas bermudas. Se puso una camiseta y encendió un rato el aire acondicionado.

Darker Beauty. Libro 2 (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora