Capítulo 10

1.6K 51 3
                                    

La semana llegaba a su fin y yo todavía no había podido hablar con Julia, aunque la palabra atreverse habría sido más acertada. Por más vueltas que le daba a la cabeza para encontrar una forma de entablar conversación con ella, no encontraba ninguna excusa adecuada y, cada vez que nos cruzábamos, ella no parecía estar por la labor de saludarme. No habíamos intercalado ni una sola mirada, y no era porque yo no lo hubiese intentado. Tenía claro que no habría manera de dialogar a menos que ella diese el primer paso. Se había cerrado en banda conmigo y empezaba a sentirme como una sombra más en clase para ella.

En cuanto a Rubén, seguía siendo tan amable conmigo como de costumbre. Me sonreía cada vez que nos veíamos por los pasillos; durante los descansos, acompañaba a Joan a ver a María para verme a mí; y, a la salida, se había acostumbrado a llevarme a casa en moto. Todo aquello no me desagradaba tanto cómo me había imaginado, pero no me gustaba que Julia me viera con él. Por un lado, me había dejado claro que había estado jugando conmigo pero, por el otro, algo dentro de mí me decía que aquello no era cierto. No sabía si era intuición o, simplemente, lo que yo deseaba.

El fin de semana llegó más rápido de lo que me hubiera gustado. A pesar de que ya no mantuviera ningún tipo de relación con Julia, el verla durante clase me animaba. Era lo único que me daba un poco de fuerza para levantarme por las mañanas. Es curioso cómo cambias cuando te enamoras. Antes de conocerla, siempre iba a clase contenta de poder ver a mis amigos. Ahora, solo tenía ganas de ir para ver a Julia y, los fines de semana, ni siquiera me apetecía levantarme de la cama. Pero ese fin de semana, no me quedó más remedio. María había preparado un picnic con Joan y Rubén, al que yo debía asistir sí o sí. Los exámenes estaban a la vuelta de la esquina, pero ni aquello me sirvió de excusa para escaquearme.

Subimos la montaña en moto y nos detuvimos en un valle dónde había más gente disfrutando del día soleado de otoño. Aunque ya estábamos en diciembre y apenas quedaban dos semanas para el invierno, hizo un día agradable y la compañía solo hubiera sido mejor con la presencia de Julia allí.

Jugamos a las cartas y a fútbol, o algo parecido. Ya muy cansados, nos tumbamos al sol a contar historias divertidas y, cuando el estómago lo creyó conveniente, sacamos la comida y compartimos lo que había traído cada uno. Después de comer, Joan y María fueron a dar un paseo y Rubén y yo nos quedamos tumbados, abrazados, disfrutando de un día perfecto. Cualquiera que nos observara hubiera asegurado que estábamos completamente enamorados y, a mí, de todo corazón, me hubiera gustado que así fuera. Así no tendría que sufrir por un amor no correspondido como el de Julia y podría ser realmente feliz junto a Rubén que, hasta ahora, se había portado genial conmigo.

—¿Has pensado sobre lo que hablamos? —dijo, acurrucándome en sus brazos.

—Lo cierto es que sí.

—¿Y?

—Y... Me gusta estar contigo, pero no sé si eso es suficiente para ser pareja —dio un pequeño suspiro y se acercó para besar mis labios con suavidad.

—Nunca lo sabrás si no lo intentas —al ver su resplandeciente sonrisa, no pude hacer más que sonreír yo también y asentir. Entonces, nuestros labios volvieron a unirse, así como nuestras manos.

De esta forma, el día 11 de diciembre, Rubén y yo ya éramos pareja oficial pero, por una razón llamada Julia, aquel día se volvió un tormento para mí. No era capaz de sacarme su recuerdo de la cabeza y no quería que llegara el siguiente lunes. Eso significaría que me vería con Rubén, más unidos que nunca y no, yo no estaba preparada para mostrarle ese espectáculo, pero lo hice. Sentí su mirada penetrante, el mismo lunes, cuando, entre clase y clase, Rubén vino a verme y me dio un beso digno de película. Cuando se fue, Julia me miraba con los mismos ojos que la primera vez que me vio besar a Rubén. Yo no se lo reproché aunque, con mucho gusto, lo habría hecho. ¿Cómo se atrevía a mirarme de aquella forma después de insinuar que solo había estado jugando conmigo? ¿Cómo se atrevía a hacerme sentir despreciable después de haberme roto el corazón? Entonces, decidí que solo Rubén se merecía ese lugar en mi vida y que no debía dejar espacio para nadie más, ni siquiera para Julia. Si aquello había sido un juego, yo ya había puesto punto y final. Ella había ganado, pero yo tendría a alguien que me quisiera y me respetara.

Palomas al vuelo © (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora