Parte II

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Soy un hombre normal, un espécimen abundante en la humanidad, tengo 26 años, no soy muy alto, pero tampoco de baja estatura, tengo el cabello negro y ojos grises, suelo usar mucho gorras y lentes de sol para ocultarme o zafarme del sol, visto muy ligero, franelas y jeans, me gusta conversar cuando entro en confianza, pero no me gusta iniciar un tema a platicar en la calle con extraños.

En primer lugar no estoy aquí por algún síntoma de hipersexualidad, no tengo obsesiones sexuales, ni soy adicto al placer, simplemente tengo un deseo sexual humano y común hacia la doctora, un síntoma que cualquier hombre compartiría al conocerla. Tampoco sufro de trastornos mentales como bipolaridad, pánico, obsesión, post–trauma, depresión y cualquier otra cosa que se me venga a la cabeza.

Quizá si tengo un poco de estrés, algo aparentemente normal según tengo entendido, todos sufrimos de estrés por algún motivo, del más pequeño a insignificante hasta uno grande y desbordado. Como cualquier persona común, también tengo fobias, nada extraño a mi parecer, le tengo miedo a las alturas, no soy homofóbico pero me mantengo a distancia hacia esa referencia sexual, tampoco me gusta la gente desordenada, probablemente por eso se suma un atractivo de la doctora, es muy estricta y ordenada, y por último odio los roedores, me provocan un asco indescriptible.

¿Trauma infantil? Probablemente, aunque no lo considero como trauma, recuerdo romperme la quijada cuando patinaba de niño, no quise ponerme patines el resto de mi vida, trauma superado, nada que me conlleve a mi problema actual.

Hace un año aproximadamente tuve un accidente, a horas de madrugada en la autopista volqué mi auto por la carretera, no hubo ningún herido, por raro que parezca no tuve ningún daño extremo, más que heridas superficiales que se curaron solas al pasar los días. Nada fuera de lo normal, a pocas semanas volvía a manejar mi carro que repararé con mis ahorros, pero algo sucedió a partir de esa noche...

Escucho susurros, voces ajenas a mí alrededor, sonidos desde las profundidades del aire. Narran cosas sin sentido, gritan, ríen, hablan entre ellas, otras lloran y se quejan, voces del más allá, que probablemente no saben que las escucho... o eso espero yo.

Ese no es mi problema, he aprendido a ignorarlas, siempre llevo puesto mis audífonos con música casi a todas partes, me entretengo conversando con mis amigos y familiares, y cuando estoy solo en mi casa enciendo la radio o veo la televisión, es fácil distraerse, pero cuando estoy aquí... en consulta con la doctora, en medio de un silencio espectral, la resonancia de las voces se distorsiona menos, se ajustan en un tono más ameno y agudo, su frecuencia es más clara, puedo escucharlas a la perfección, otro motivo más para desconcentrarme en la sesiones, no puedo centralizarme entre el cuerpo de la doctora, las voces fantasmagóricas y las ordenes de la psiquiatra.

La cúspide de mi contrariedad es una desdicha sin precedentes, una calamidad mortuoria y desesperante. Después del accidente estuve varios días sin salir de casa, recostado en mí cama me recuperaba de los moretones y alguna cortada de un vidrio astilloso, una noche mí exnovia apareció para consolarme, en aquel entonces éramos una feliz pareja. La conversación entre ella y yo comenzó a subir de tono, la jocosidad se extendió hasta los besos profundos y posterior a quitarnos la ropa, no era la primera vez que pasaba, gozábamos de una buena comunicación y actividad sexual, como una pareja común y corriente... pero algo inesperado sucedió en esa ocasión.

Cruz de CaminoWhere stories live. Discover now