Capítulo XXII: Antifaces, vestidos y sonrisas

Börja om från början
                                    

─ ¿Por qué?

─ No lo sé, es lo que nuestros abuelos siempre nos han dicho. Ellos lo oyeron de sus abuelos, y así sucesivamente.

Peter enarcó una ceja.

─ Así que, básicamente ¿Debo quedarme aquí sentado mientras los demás se divierten, sólo por un rumor de milenios de antigüedad?

─ Los rumores existen por una razón, testarudo.

Se encogió de hombros, reconociendo su argumento, pero sin que este cambiara su decisión.

─ Si es así, no esperarás que deje a Jane sola con esa gente.

Si bien no estaba dispuesto a admitirlo, era consciente de que no era el baile en sí lo que le causaba cierta ansiedad, sino la idea de que era la primera vez en mucho tiempo en que verdaderamente extrañaba hablar con alguien─ Lo que lo confundía, en parte, al tratarse de alguien que hasta hace una semana era un completo desconocido.

Aunque, en realidad, la persona que era entonces jamás habría pensando en vivir una experiencia como esta.

─ Volveré temprano ¿Estarás bien aquí sola? –preguntó.

Campanita asintió, mirando la habitación con aire aburrido.

─ Ya me las arreglaré. ¡Y ni se te ocurra tomar alguna de esas bebidas de adultos que ponen a la gente turuleca! ─le gritó el hada, cuando ya se iba.

Peter rió por lo bajo. Había tomado la decisión de no contarle ninguna de sus "experiencias adultas", no fuera a ser que lo declarara un caso perdido.

─Hasta pronto, Campanita.

Le habían indicado un poco antes el camino hasta el salón, y mientras caminaba por esos pasillos de techo alto, no podía evitar sentirse increíblemente pequeño. El edificio más imponente que había visto hasta entonces (y que podía recordar) era el Palacio de Westminster, y aunque nunca había entrado, estaba seguro que el castillo era mínimo tres veces más grande.

¿Dónde estoy? Se preguntó vagamente cuando, al acercarse a la escalera, pasaron por su lado enmascarados sonrientes y desconocidos. El baile llevaba como mínimo dos horas de haber comenzado, y ya la mayoría de la gente estaba adentro, pero no faltaban los que bajaban a caminar o los que, como él, querían saltarse la innecesaria parafernalia del principio y llegaban más tarde. En la escalera habían varias ventanas enormes (aparentemente, a la gente de Laramet le encantaba contemplar el cielo) e incluso este era diferente al que veía en Londres.

¿Dónde estoy? Era la misma sensación de vértigo que se experimentaba al caer al vacío. De golpe, todo lo que conocía no resultaba ser sino una mentira, y ahora se encontraba de pie ante las puertas de un nuevo mundo que no era sino el viejo del cual había partido, y no tenía idea de qué hacer a partir de allí. ¿Qué haría? Campanita y Jane hablaban de salvar la isla, de detener al capitán Garfio (Como si ya no lo hubiera detenido lo suficiente, pensó), y aunque él pudiera lograr algo así ahora... ¿Qué se supone que haría después? ¿Volver a Londres?

No, no podía, ese ya no era su hogar. ¿Quedarse en Nunca Jamás?

Tampoco pertenecía allí, era un adulto ahora.

¿Qué haría?

Apartó la mirada de la ventana, y tomando aire, sacudió sus pensamientos, y la ansiedad que venía con ellos y que rápidamente se convertía en pánico. Caía al vacío. Se hundía. Alguien había tomado el suelo donde había estado parado hasta entonces y lo había hecho desaparecer. No sabía a dónde iba, ni qué pasaría entonces, pero ya nada sería cómo antes.

Salvando Nunca Jamás (#Wattys2015)Där berättelser lever. Upptäck nu