Confesiones en susurros que deberían haber sido a gritos.

352 31 17
                                    

Colarme a escondidas, como la amante prohibida que fui en un principio, en mitad de la oscuridad de la noche en el apartamento de tu padre comenzó a convertirse en algo habitual. No quiero contarte los detalles escabrosos de nuestra relación, por que me parecen ridículos, incómodos y poco relevantes para ti y para la historia.

Este archivo, querido Hamish, es la muestra, la prueba escrita, de que hasta tu padre y yo, juntos, dos personas completamente distintas al resto de los ciudadanos corrientes; podíamos tener una especie de vida de pareja. No era como la de la mayoría, pero nunca nos importó.

Este primer capítulo de nuestra historia resume un pensamiento que ambos te hemos querido transmitir desde siempre: "El amor es el defecto químico del perdedor, pero una vez que has caído en él debes luchar con todo tu sudor y tu sangre para conseguirlo y alimentarlo."

Este capítulo habla de como los orgullos destruyen a la gente, que se hace daño mientras creen autoprotegerse. Este capítulo habla de como tu padre y yo (en orden inverso) reconocimos que realmente nos queríamos, como dos niños de instituto. Sin saber a donde llegaríamos, ni lo que nos afectaría. Lo cual nos aterraba, a ambos, aunque jamás te lo contásemos.

Fue esa noche, tras tres años de profundo convencimiento del fallecimiento de tu padre, decidí presentarme en el 221 B de Baker para pedirle explicaciones, pero sobretodo para explicarle todo en lo que había pensado a lo largo de mis noches de insomnio durante mi estancia en Estados Unidos.

Después de una noche absolutamente magistral e inolvidable, quizá por que fue la primera, quizá por que fue con tu padre; no pude aguantar mas con la imagen de mujer independiente y desligada a Sherlock Holmes. Tu padre tiene la cualidad de no dejar indiferente a nadie, lo sabes, tanto para bien como para mal.

Esa noche cometí lo que en ese momento creí como el mayor error de mi vida, y fue confirmarle a tu padre todas sus teorías sobre mí y mi gran debilidad. La ultima vez que nos habíamos visto en Londres, él lo había definido como "El defecto químico de los perdedores", y en aquella noche lluviosa de niebla londinense le reconocí mi mayor desventaja, mi gran punto débil: mis sentimientos por él.

Bastaron dos estúpidas palabras, entre muchos besos, muchos juegos de sabanas arrugados, mucha ropa desordenada y muchas confesiones en susurros que querían convertirse en gritos, para que me diese cuenta de que no iba a soportar ni un minuto más de mi existencia si no se lo confesaba.

Bastaron dos estúpidos susurros en un abrazo en el que estábamos fundidos. Un simple "te quiero, Sherlock Holmes" para que todas mis expectativas de no convertirme en un daño colateral de aquellas noches de pasión irrefrenable, que yo misma había ansiado por un millón de veces mientras le echaba de menos, se desvaneciesen en el aire como el humo del tabaco, que es suave y efímero.

Él tardó mucho más en expresarlo verbalmente, ya sabes que a tu padre nunca se le dio bien hablar de sus propios sentimientos. Pero yo lo sabía, creo y haciendo balance a vista pasada, que siempre lo supe. Lo veía en su forma de mirarme, en su forma de acariciarme, de susurrarme... Pero sobretodo en la forma en la que me sonreía, jamás en mi vida había visto a alguien sonreír de una manera tan pura y sincera, tan virginal, y tan absolutamente bella. Estaba perdida cada vez que me sonreía, y absolutamente sentenciada a muerte cuando su preciosa mirada me escrutaba tratando de deducirme o desnudarme. Al principio no tenía muy claro la diferencia entre ambas situaciones, poco después descubrí que las utilizaba de manera simultánea.

Una noche estábamos tumbados sobre la alfombra, frente a la chimenea del salón, después de haber cenado comida italiana. Ya sabes, Angelo nunca nos dejaba pagar la cuenta por que tu padre lo había salvado de perder su negocio.

Los dos acostados sobre la alfombra, con tan solo la luz de las llamas iluminando nuestra ahora brillante piel, bañada de esa mezcla de satisfacción y sudor.

Nos quedamos callados, mientras tratábamos de recuperar el ritmo normal y sincrónico de nuestras respiraciones. Miradas que hablan por sí solas, yo perdida en los profundos ojos azules de tu padre y él examinándome como si fuese la mayor y más bella obra de arte que había en el mundo. De repente tu padre cerró los ojos, aún con la respiración entrecortada, exactamente igual que la mía. Los abrió lentamente y me susurró en los labios un simple y suave "Te quiero".

Le miré sin saber que contestar, tu padre ya sabía todo lo que significaba para mí, no supe que decir. Esa afirmación había arrancado de mis labios cualquier contestación posible a emplear. Sonreí sin decir nada y nos besamos por largo rato, ambos sabíamos que así estaba bien, tu padre no es un hombre muy dado a compartir lo que siente; no por que no sienta nada, si no por que no entiende lo que son la mayoría de sentimientos. Esa misma noche comprendió que era aquello que le impulsó a salvarme en Karachi, que yo era más para él que pulso acelerado y pupilas dilatadas. Él mismo lo escribió en sus notas, "Irene Adler es un absoluto misterio para mí, la miro y únicamente puedo verla. Así, me encuentro a mi mismo diciendo con mis ojos aquello que mis labios no se atreven, que mi cerebro analítico no entiende y que mis manos no pueden soportar ni un minuto más sin hacer. Sé que su inteligencia es pasmosa y su envoltura es exuberantemente pecaminosa."

Dos palabras que hicieron que todos nuestros principios y convicciones preestablecidas respecto a nosotros mismos se tambaleasen y cayesen. Dos estúpidas palabras que cambiaron nuestras vidas, dos estúpidas palabras que nos metamorfosearon a nosotros como entes sentimentales y emocionales.

Memorias (#Premios Sherlock 2016)Where stories live. Discover now