Dani la observa en silencio. Hacía mucho que no le oía hablar con tanta seguridad y madurez. No cree que sea algo premeditado. Ella no es así. Cada palabra que ha dicho es porque de verdad la siente. No tiene ni idea de lo que está hablando pero él nunca haría nada que le pudiese dañar. No se lo merece. Está a punto de abrir la boca para contestar, cuando ve que Sara se ha quedado blanca de repente. Una chica rubia enfundada en un mini vestido negro entra por la puerta.

Sara mira hacia ella en silencio y Dani se gira curioso a ver qué ocurre, justo a tiempo para que su novia le plante un beso.

–Alba, ¿qué haces aquí?

La chica le ignora y se dirige directamente a Sara. Esboza la sonrisa más falsa que sus labios le permiten y le da dos besos.

–Ay, cariño, hacía mucho que no te veía.

–No el suficiente.

Sara pone su mayor cara de asco, se levanta de la silla y camina hacia la salida mientras el odio va creciendo por momentos. Oye como Dani le dice que pare pero no tiene intención de hacerle caso. Sale de la piscina y corriendo baja la calle que lleva al parque.

– ¿Se puede saber qué le pasa? –pregunta la chica una vez que Sara sale por la puerta.

–Y yo que sé. Está muy rara. Pensaba que al ser chica lo entenderías, instinto femenino, ya sabes. Pero luego he caído en la cuenta de que eres rubia y se me ha chafado la teoría.

Dani ríe mientras su novia se abalanza sobre él con intención de darle un manotazo, pero éste se le adelanta y le planta un beso sorpresa. La chica rubia lo acepta sin problemas saboreando bien los labios de aquel chico que tanto le costó conseguir, pero que ha merecido la pena.

Aquella noche mató dos pájaros de un tiro. Durante todo el mes de julio se había estado planteando como conseguir a Dani. Le parecía un chico muy guapo, rubio, que aunque no tuviera los ojos azules, los de color miel tampoco le quedaban mal. Era más alto que ella y eso también le gustaba. Pocas veces había encontrado novios que superasen el metro setenta que mide ella, pero Dani con su metro ochenta lo había conseguido. Además el rollito ese del skate le gustaba mucho. Demasiado tal vez. Seguro que era el típico tío que se acostaba contigo la primera noche. Por esa parte lo tenía ganado, pero había un problema. Un problema que tenía nombre y apellido: Sara Lagos. Dani llevaba tonteando con ella desde que le alcanzaba la memoria. Siempre se habían atraído tanto física como interiormente. Pero nunca habían estado juntos hasta ese momento. El chico no quería que esos tres años de diferencia que se llevan, fueran tan notables. Por eso esperó a que Sara cumpliera los catorce años, y entonces, salir juntos. Y eso la estaba matando de celos. Tenía que hacer algo. Y tras mucho meditarlo, por fin tuvo una idea.

El nueve de agosto por la tarde fue a buscar a Dani a su casa con la excusa de que se le había estropeado la moto y no sabía arreglarla. El chico cogió el coche de su padre que usaba para hacer las prácticas en la autoescuela de Velc, –era pequeña, pero más cómoda para aprender que ir dando tumbos por su cuenta– metió en el maletero la moto de Alba y los dos juntos se fueron al pueblo de al lado en el que la chica compró la moto hacía un par de años. Pasaron las horas y la luz del atardecer desapareció por completo, dejando una noche oscura. Dani no tenía carné de conducir de día y mucho menos de noche. Así que Alba propuso dormir en la casa que utilizaba su familia durante el curso escolar. No estaba lejos de allí y en ese momento estaba deshabitada. Al chico le pareció buena idea. Cualquier cosa menos conducir a oscuras. No podía arriesgarse a tener un accidente. Los chicos llegaron a la vivienda y a los pocos minutos, Dani descubrió una única cama: de matrimonio. Hubiera preferido dormir en el sofá y así evitar futuros malentendidos con su amiga, pero Alba insistió en ser ella la que durmiera en el salón. Pasadas las once de la noche, el chico cayó rendido. Para su amiga eso era una oportunidad de oro. No la iba a dejar escapar. Se levantó con mucho cuidado, se acercó a su bolso y cogió un diminuto frasco de plástico. Sonrío maliciosa mientras sacaba una pequeña pastilla blanca de su interior. Rápida fue a la cocina y llenó un vaso de agua introduciendo después el medicamento. Una vez que ésta se deshizo, volvió sigilosamente a la habitación.

Dos amores de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora