Capítulo 8: Repercusiones

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—Creo que debo buscar mi salón de clases —dije tratando de escabullirme—. Te veré a la hora de salida.

—Trata de hacer amigos, Sandy —mencionó al verme tocar la perilla— y trata de comportarte. No agobiemos a tu padre.

"Lo agobia más verme a la cara" pensé.

Caminaba hacia el salón de física mientras pensaba lo mucho que odiaba que todo en esa escuela fuera rojo: paredes, casilleros, uniformes deportivos... Sentía que algo en su calidez quería deshacerse de mí. Cargaba dos libros, una libreta y un folder que contenía mi horario de clases. Las personas se saludaban con euforia en el pasillo, parecían no notar mi presencia y yo trataba de ignorar que estaban allí. Creía que mi último año podía ser bueno si me acompañaba esa soledad de siempre, pero entonces vi a tres chicos que mi memoria identificó al instante y sonreí.

―¡Hey, Andrea! ―grité al ver a la joven de bonitos ojos grises y cabellera castaña caminar hacia uno de los casilleros.

Volteó a verme y me ignoró; abrió su casillero y acomodó sus libros en silencio. Me moví hacia ella sin entender su reacción, pero, antes de llegar a donde estaba, Hermes y Miranda la rodearon para darme la espalda.

―Lamento no haber llamado, Dina me prohibió usar el teléfono ―dije al estar a unos pasos de ellos―. La última semana fue una tortura religiosa.

Cerró su casillero despacio y giró hacia sus amigos, después volteó hacia mí y se encogió de hombros.

―Lo lamento ―dijo seria.

Hermes la rodeó por la cintura y empezaron a caminar sin decir más. No entendía qué pasaba, aunque, realmente, no sabía qué había pasado con sus vidas en las últimas semanas.

―¿Pasa algo? ―pregunté con fingida sorpresa.

―Solo vete a clase ―mencionó la voz chillona de Miranda.

Abracé los libros y todo lo que traía en las manos y me aproximé a ellos. Traté de hacer memoria, pero no encontraba algún recuerdo que justificara su enfado. Lo único que podía ver era un extraño gesto de molestia en los labios de Andrea y la indiferencia en los ojos cafés de Hermes.

―No sé por qué están tan molestos. Pensé que éramos amigos.

―Sí, yo también lo pensé ―mencionó Andrea levantando la voz―. Pensé que podríamos ser buenas amigas, pero ni siquiera te tomaste la molestia de conocernos. Al inicio pensé que eras tímida y me gustaba eso de ti, pero nos ignoraste todo el verano.

—Pero... —Alcancé a decir antes de ser interrumpida.

Dio unos pasos hasta tenerme de frente y tomó mi mano. No sabía por qué, pero aquello me recordaba a una ruptura.

—Quizás piensas que soy superficial y la verdad es que lo soy —dijo en voz baja—: me encanta tener relaciones fugaces con chicos lindos, ¡lo amo! Pero no me gustan las amistades a medias. No lo sé, siento que nos tomas por tontos. No me gusta cómo me siento contigo.

Soltó mi mano y esbozó una pequeña y fugaz sonrisa. Volteé a ver a Hermes y Miranda y vi a dos jóvenes que me eran completamente indiferentes. No había notado que Hermes tenía las cejas tan pobladas y que el cabello rubio de Miranda realmente era pelirrojo. Me di cuenta de que los había ignorado por tanto tiempo que incluso esa ruptura me dolía muy poco. Abrí los labios para decir cualquier cosa, pero no le vi sentido.

Hermes volvió a rodear a Andrea con su flacucho brazo y la encaminó por el pasillo, alejándola de mí. Y solo entonces, al verlos partir, pude darme cuenta de que un grupo de personas nos observaban.

Las reglas del destino (EN EDICIÓN)Where stories live. Discover now