Capítulo 8: Repercusiones

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Rezamos por una semana en aquel lugar que parecía haber perdido su luz, ya que, no importaba cuántos focos estuvieran encendidos, siempre había penumbras. Rezamos tomadas de las manos, esperando ser perdonadas por Dios:

―Perdónala, Jesucristo, por exponerse, por mentir y por ya no ser pura ―decía cada noche antes de dormir―. Perdónala por haber perdido su virtud.

Me habría encantado decirle que conocí a Dean la noche en que su hija Charlotte había perdido su virginidad, pero no lo hice, porque prefería ser la fuente de sus decepciones y que su fe en la humanidad siguiera intacta. Así que sostuve su mano durante siete días y recé porque Dios me perdonara. Pero Dios se había olvidado de mí hacía mucho tiempo.

El 15 de agosto, un domingo antes del regreso a clases, papá llamó. Supe que era él por el rostro de Dina al contestar. La vi sonreír y después de unos segundos bajó el tono de su voz y tomó el teléfono con ambas manos. Había prometido venir cuando las clases iniciaran para ayudarme a acostumbrarme al cambio, pero algo en el rostro de Dina me decía que no lo vería en algún tiempo.

—Ella está aquí, a mi lado. —La escuché decir—. Ella quiere hablar contigo... No... No... Escucha... Voy a pasártela.

Se apresuró a darme el teléfono y dio unos pasos hacia atrás para darme espacio.

—¿Papá? —dije aguantando la emoción para no sonar desesperada.

—Hola, Anabel —respondió con voz cariñosa—. ¿Estás lista para el regreso a clases?

—¿Vas a venir pronto? —pregunté sin poder aguantarme—. ¿Dónde estás? ¿Sigues en Texas? Sí, estoy lista. ¿Vas a venir?

Guardó silencio por unos segundo y pude escuchar su respiración del otro lado del teléfono. Sabía lo que significaba.

—Sigo en Texas, pero hablaron de moverme pronto a otro lugar —exclamó animado—. Hablaron de darme la gerencia. Los viajes se terminarían, mi vida.

Pensé en sus palabras y comprendí que algo no estaba bien. Siempre, detrás de una buena noticia, estaba una enorme desilusión.

—Hay un pero, ¿no es así?

Sostuve el teléfono con fuerza y sentí que mi rostro se tensó. No sabía si lo que experimentaba era enfado o tristeza, pero lo sentía con intensidad.

—No podré viajar a Minnesota por un tiempo, no hasta que se resuelva esto.

Dejé de escuchar, sabía que se disculparía por estar ausente y por abandonarme con una mujer a la que no conocía, siempre hacía lo mismo. Le di el teléfono a Dina y caminé hacia la habitación de Charlotte.

—Sandy. —Escuché la voz de Dina detrás de mí—. Niña...

Empezaba a sentir que la oscuridad de la casa me pertenecía solo a mí. Tal vez era yo la causante de aquellas sombras. No tenía idea, pero lo único que sabía es que la oscuridad se sentía muy dentro de mí.

Por suerte, el regreso a clases llegó y jamás me sentí tan feliz de volver a la escuela. Había estado en tres preparatorias distintas en los últimos dos años y lo único que había hecho era mantenerme al margen y esperar que todo pasara. Solo deseaba terminar la preparatoria, ser mayor de edad e ir a una universidad cerca de papá.

Como Dina trabajaba como enfermera de la escuela, ese lunes, 16 de agosto, llegamos antes que nadie. La acompañé a la enfermería y esperé recostada sobre una camilla mientras llenaba unos papeles con mi información. Sentí un extraño déjà vu sorprenderme y aprecié el instante en el que mis dedos se congelaron al saberme ajena a ese sentimiento que quizás no me pertenecía. Traté de recordar algún pasaje de algún libro que me sacara de mis pensamientos, pero ni Natasha Rostova ni Ulises aparecieron por mi mente y tuve que vivir ese presente que se sentía como un golpe en la boca del estómago.

Las reglas del destino (EN EDICIÓN)Where stories live. Discover now