Capítulo XIII

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¿Qué hacía Sandokan en mi habitación, en medio de la noche?
  Ahogué un grito, si alguien escuchara lo matarían. Por ley estaba permitido matar lobos, con su respectiva recompensa en efectivo.
Aunque eran pocos los que se atrevían a asomarse a uno.

—Lo siento, no quería asustarte —dijo disculpándose, acercándose a la luz de la luna para que pudiera verlo mejor.
—No puedes estar aquí, es peligroso —dije murmurando.
—Princesa, si te pidiera que escaparás, al menos por un día, ¿lo harías? —preguntó.
  Haría lo que sea por él.
—¿Me estas pidiendo que me escape contigo?
—Esperame mañana cuando salga el sol debajo de tu balcón. Ten cuidado al bajar —dijo desapareciendo por la ventana, justo cuando mi vieja nana entraba por la puerta.
—¿Mary? —dijo la anciana— ¿Acaso escuché un hombre en tu habitación?
—Habrás escuchado mal —dije muy sería.
—¿Porqué dejas el balcón abierto? ¿estás loca? —se apuró a cerrar la puerta de este.
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  Eran las siete. Pronto la anciana entraría por la puerta para despertarme.
¿Qué iba a hacer?
Algo me tenía que inventar.
Tomé rápido el secador de pelo del baño y me calenté la frente con este.
Volví corriendo a la cama y puse mi mejor cara de enferma.
  Entra por la puerta silenciosamente la vieja, Caty se llama.

—Mary, ya amaneció —se acercó a mi y me miró preocupada.
—Caty... —dije moribunda—. No me siento bien.
Tocó mi frente.
—¿Cómo no te vas a sentir bien si duermes con la puerta del balcón abierta? —parecía enojada— ¿Te traigo el desayuno a la cama?
—No. Sólo necesito dormir Cat. Déjame descansar.

  Suspiró negando con la cabeza. Me besó la frente y se fue.
Perfecto.
  Salté de la cama para darme un baño rápido. Me vestí y me recogí el cabello.
Antes de bajar llené debajo de las sábanas con almohadas, fingiendo ser mi cuerpo dormido.
  Cuando me asomo por el balcón resultaba más alto de lo que creía, sin mirar debía bajar.
  Las alturas y yo no compatimos. 
Trepé por las plantas, con bastante dificultad hasta tirarme al suelo y caer de cola... Auch

—Princesa... qué estilo para bajar —dijo Sandokan divertido.
—Hola. Escucha, voy a irme contigo con una condición —exigí mirándolo fijo.
  Se acercó mucho a mí con media sonrisa de suficiencia en la cara.
—Lo que desees 
—Amm... tú... vas a contestar todas mis preguntas. Y vas a dejar de desaparecer así.
Hizo una reverencia burlesca.

  Caminamos varios metros dentro del bosque, hasta llegar a una calle lateral. Donde se encontraba estacionado un Mercedes Benz último modelo en color azul metálico.

  Se acercó al coche abriéndome la portezuela del copiloto.
—¿Éste es tu auto? —dije sin salir de mi asombro, mientras me subía.
Subió al asiento conductor, poniéndolo en marcha.
—Sí —dijo mientras lo hacía rugir.

  Volábamos por aquella calle.
Maniobraba a la perfección cada curva, sin bajar el último de los cambios.

—¿Adónde me llevas? —pregunté
—A mi casa —contestó tranquilo sin mirarme.
—¿Tienes casa? 
Soltó una fuerte carcajada mostrando sus blancos colmillos
—Claro que tengo casa ángel —me miraba sonriente
—¿Todos tienen casas? —era el momento para soltarle todas las preguntas posibles
—Muchos alfas tienen casas. 
—¿Y este coche? 
—Sólo digamos que me lo pagó tu padre.
—Entiendo. ¿Eres una especie de Robín Hood lobo? —pregunté
—Sí, podría decirse.

  No tuve tiempo a seguir preguntando.
Habíamos llegado a una casa grande y blanca al final de la calle.
De dos pisos, con grandes ventanales.
Entró el auto a la gran cochera y entramos por una pequeña puerta al costado.
  La puerta de la cochera estaba ubicada en la cocina.
Era una casa muy grande, espaciosa. De pisos y paredes blancas y repleta de ventanales del piso al techo, con vista a la vida silvestre.
Tenía un piano en medio de la sala.
Escalera de madera, cuadros, sillones y una chimenea. La cocina parecía sin uso alguno, resplandecía.

—Bienvenida —dijo detrás de mí.
—Es una casa muy bonita Sandokan —me acerqué al piano— ¿Tocas?

  Se sentó al banco del mismo y me indicó que lo acompañe a su lado.
Me senté al lado suyo cuando apoyó los dedos en las teclas y comenzó a tocar.
Hermoso.
Desconozco esa melodía
Cuando acabó me miró, sin expresión.

—¿Cuál es esa canción? No la reconozco —dije
—No, no la conoces. Porque la escribí yo.
Me quedé bocabierta
—Cada vez me sorprendes más Sandokan. ¿Qué más sabes hacer?
—Sé hacer el amor —dijo mirándome fijo.
Enseguida sentí el calor en mis mejillas y mi corazón a trote.
—¿Para eso me trajiste Sandokan? —dije decepcionada
—No, tú me preguntaste qué más sabía hacer —se levantó dirigiéndose a la cocina—. Debes de tener hambre. 
—Sí, mucha —dije acercándome también.
—Genial, así estreno la cocina.

  Me preparó un desayuno de panqueques con frutas, acompañadas de leche.
Él tomaba café, mientras me observaba.

  Era el mediodía ya. Habíamos pasado toda la mañana hablando.
  Él permanecía sentado en un sillón y yo recostada en otro.

—Sandokan.
—Dime, ángel
—¿Realmente mi padre no pidió rescate? —suspiró y se sentó a mis pies.
—Creí que sería la única forma de perturbarlo —dijo— pero Mary... no voy a contarte cómo es tu padre, quiero que tú misma lo descubras y tengas tu propia imagen de él.
—Pero... ¿lo pidió o no? 
—No —dijo en seco, serio.


 ¿lo pidió o no? —No —dijo en seco, serio

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Ojos De Luna [COMPLETA]Where stories live. Discover now