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Bryan miraba la ciudad empapada a través de la ventanilla del auto.
Era, sin duda, un frío día de invierno en la Ciudad de México.

Podía ver las nubecillas blancas que formaba su aliento al exhalar, incluso estando dentro de un coche con calefacción.

Hacía dibujos con las yemas de sus dedos en el cristal empañado y movía sus labios al compás de la melodía de The Weeknd que resonaba en sus oídos. Iba en camino hacia su tercera sesión de fotos del mes.

El nerviosismo lo sentía en cada fibra de su piel, pero nunca lo hacía evidente. Desde que entró a la industria le enseñaron que la seguridad en uno mismo es indispensable, aún más en los trabajos relacionados con el medio artístico, por lo que desde pequeño Bryan había aprendido a camuflar muy bien sus emociones con cualquier persona para proyectar confianza frente a la lente de una cámara, lo cual se transformaba directamente en buenas fotos que le habían válido los diversos y exclusivos contratos que hasta ahora poseía.

Cuando estaban ya frente al gran edificio de la prestigiosa agencia, todos bajaron del auto excepto él, quien tan solo arrugo la nariz al ver el charco de lodo bajo sus pies. Todos sabían que esa expresión en su rostro no avecinaba nada bueno.

—¿Enserio pretenden que yo pise este horrible y sucio suelo? —bufó el castaño con su particular tono de voz que usaba cuando algo le desagradaba.

Siempre había sido así, perfeccionista y exigente, además de estar extremadamente obsesionado con la limpieza.
Estaba acostumbrado a hacer cumplir cualquiera de sus caprichos, por mas tonto que este fuera: desde una comida sin gluten, sal o azúcar, hasta pedir que le pongan protección al suelo sucio para no pisarlo.

—Bryan, tan solo intenta saltarte el charco, no es tan grande —le contesto su mánager rogando internamente porque el berrinche del niño terminara. La única razón por la que lo soportaba era por que ese niño mimado valía una fortuna para ella y todo su personal.

—Olivia, estos zapatos son unos Salvatore Ferragamo auténticos, valen más que lo que tu ganarás en toda tu vida, así que no me hagas perder la paciencia...

Y es que cuando una idea se metía a la cabeza de Bryan Mouque, no existía persona en el mundo que lo convenciera de lo contrario.

Resignados, Olivia y su equipo sacaron un plástico de la cajuela de la camioneta, lo suficientemente grande para cubrir aquel charco y la parte mojada de la calle hasta la puerta del edificio.
Bryan tenia una sonrisa de satisfacción en su cara, siempre conseguía lo que quería, sin excepción alguna.
Tenia el mundo a sus pies... Al menos eso creía él.

Cuando entraron al edificio todos lo miraron, él siempre era el centro de atención por donde sea que pasara.
Se fue directamente al salón de maquillaje y peinado, en donde de inmediato, al verlo, los empleados comenzaron con su trabajo.

El photoshoot de hoy era de abrigos para hombres de la temporada otoño-invierno de una marca universal muy prestigiosa, y Bryan era el encargado de las fotografías que se publicarían en México.
Con tan solo 20 años lo estaba logrando.

El mundo entero lo conocería muy pronto.

.
.
.

—¡Correle wuey, ahí viene la tira*!

—Dejame acabar, este graffo me costó un chingo.

—¡No hay tiempo! Ya lo acabas luego, ahí vienen.

La luz roja y azul y la sirena estruendosa de la patrulla se escuchaba cada vez más cerca, pero Freddy no quería irse sin terminar.
Tomo la lata de pintura azul y rápidamente rellenó la parte que le faltaba, la agitó vigorosamente y trazó sólo unas cuantas lineas para que quedara listo.

Su primo y compañero de toda la vida, Alan, ya había desaparecido.
Obviamente no quería que lo encerraran de nuevo.

A la velocidad de un rayo, Freddy tomó su mochila y como pudo guardó sus latas para comenzar a correr hasta perder a la policía de vista.
Por esta zona del Distrito Federal estaba prohibido pintar en las paredes, pero Freddy, Alan, y su grupo de amigos lo hacían de forma clandestina, razón por la que se la pasaban huyendo todo el tiempo.

De cualquiero forma le gustaba hacerlo, la adrenalina de esos momentos era inexplicable.

Y aunque tenia que estudiar y ayudar a sus padres con su negocio, cuando no lo hacía se la pasaba en la calle, pintando las paredes, bebiendo cerveza con sus amigos y corriendo para no ser atrapado. Eso era parte del día a día en la vida de Freddy Leyva.

Llegó a su casa y como siempre ya todos estaban dormidos, pero tenía hambre, así que fue a buscar a la cocina algo para comer.
Solo encontró un poco de huevo frito, unas cuantas tortillas de maíz y un poco de refresco en una botella.

"Algo es algo", pensó.

Terminó su comida y se fue a su cuarto dispuesto a dormir, no sin antes darse cuenta de una herida en su pantorrilla izquierda, nada grave.
La tocó con la punta de sus dedos y el ardor comenzó a expandirse, tendría que hacerse una curación de emergencia.
Bien, tal vez mañana si le dolería un poco.

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Twitter e Instagram: @breddygirl 🐦

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