Capítulo V (Final)

33.6K 1.6K 615
                                    

No sé cuándo el asunto comenzó a adquirir tanta formalidad. Al principio estaba cómoda tonteando con mi jefa y nada más. Esgrimía a cualquiera que me preguntase la innegable teoría de que todos nacíamos sin un concepto claro de lo que era la sexualidad y que pese a las imposiciones de la sociedad terminábamos, tarde o temprano, emprendiendo una búsqueda interior por el ansia de vernos reflejados en un paradigma multipolar. Lo había sacado de otro video de youtube y no entendía nada, pero sonaba guay.

El punto es que, sin darnos cuenta, Regina y yo terminamos abarcando cada vez más aspectos nuestra vida con aquella relación. Los encuentros ocasionales se volvieron estadías prolongadas en su casa e incluso llegábamos juntas al trabajo. Aunque en un principio resultó incómodo, bien sabía yo que las personas sentían una fascinación inexplicable al invadir la privacidad de otros, al final me daba muy igual si nos veían cogidas de las manos o si nos sonreíamos de más o de menos. Que tampoco lo nuestro era un secreto de estado; ni que me hubiese enrollado con una celebridad.

No creía que lo que mis compañeros de trabajo tuvieran para decirme fuese peor que lo que le había tenido que escuchar a la esposa de mi antiguo jefe luego de que me tomara el tiempo de escribirle una carta de contestación por sus incesantes llamadas telefónicas. Y yo que había sido de lo más amable. Hasta le había adjuntado el número de una muy conocida clínica psiquiátrica y me había contenido las ganas de mandarle también un artículo de la Cosmopolitan que tenía como título «Trucos para ayudar a tu chico a mantener su erección» para no ponerme tan perra.

Regina se había reído muchísimo cuando se lo había contado y me había advertido que mejor me asegurara de que ella no estuviera casada en secreto. Yo me había puesto seria —pero seria de verdad, con una cara que daba miedo—, y le había dicho que un error como ese jamás en mi vida lo volvería a repetir, que no había planeado que entre nosotras ocurriera nada y podía irse despidiendo de mí si creía que era así. Lo entendió al instante. De hecho, pienso que aclarando aquello logré quitarnos un gran peso de encima a ambas.

La verdad es que sentía innecesario, incluso egoísta, pedir algo más que a ella a mi lado. No me juzguen, se me habían quedado grabadas en la mente como un centenar de novelas románticas; era capaz de provocarle un coma diabético a cualquiera cuando daba rienda suelta a mis sentimientos. Sé que resultaba irónico que llevara desde mi adolescencia soñando con la llegada de un hombre guapo y millonario dispuesto a mantenerme el resto de mi vida y que ahora que estaba con una mujer que tenía muchísimo dinero, me negara a ser demasiado dependiente.

Incluso había pensado en buscar un nuevo trabajo.

«Eres la única secretaria que ha logrado soportarme por más de dos meses. Me vale una mierda que además de eso seas mi novia, no te puedes ir» me había dicho Regina, obligándome a descartar la idea.

Era la primera vez que utilizaba la palabra «novia» conmigo y no se los voy a negar, flipé un poquito. Estuve todo el día dándole vueltas a esa conversación. ¿De dónde había salido ese nombre para nuestra relación? Al final entendí que, a menos que estuvieses en preescolar, preguntarle a alguien si aceptaba ser tu pareja era una tremenda estupidez. Demonios, sí que me decepcionó aquello. Yo quería una proposición en medio de un bosque o algún contrato para firmar, tanta simplicidad resultaba aterradora.

También estaba el asunto de que mis amigos se habían convertido en sus amigos y sus amigos se habían convertido en mis amigos. Habíamos salido unas cuantas veces con Lara y Jesse en una especie de cita doble y cada vez que me veía, Mikael me tocaba las narices llamándome «lindura número dos». Ella incluso me había presentado a su padre, que estaba de vacaciones en Grecia con su segunda esposa y le había hecho una llamada por Skype.

Enamorada... ¡¿de mi jefa?!Où les histoires vivent. Découvrez maintenant