Parte 5

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Comenzó a quitarse el gabán de Stuar, en ese momento fue consciente de lo apuesto que estaba allí parado, en la oscuridad de aquella preciosa noche, con su camisa blanca ligeramente abierta, el cabello revuelto por la brisa del mar y aquellos calzones que se ajustaban a la perfección a sus bien formadas piernas.
Aquella imagen y el recuerdo de la caricia sobre su cabello hizo que otro escalofrío le recorriera el cuerpo.
Stuar la miraba sonriendo, se estaba dando cuenta del escrutinio al que estaba siendo sometido y también el efecto que eso causaba en ella; cada vez se convencía más de que se iba a divertir mucho con aquello.
Para evitar que se sintiera azorada, le dijo, aunque con una voz más dulce y sensual -Parece que todavía siente frío, puede llevarse mi gabán.
-No es necesario, en cuanto deje la cubierta estaré a salvo de la brisa -un tanto nerviosa le devolvió la prenda, él rozó su mano delicadamente y la retuvo entre las suyas.
Elisabeth dio gracias a la oscuridad, porque aquel roce había provocando que sus mejillas se encendieran- ¡Dios mío!- pensó entre horrorizada y divertida, estaba empezando a sentirse seriamente atraída por el señor Timberlake.
Ella no hizo ademán de retirar la mano, entonces Timberlake la sostuvo más firmemente y con un delicado movimiento se la llevó a los labios, depositando sobre la fría y pequeña mano un beso, que hizo que hasta la última célula del cuerpo de Elisabeth reaccionara al momento.
El calor de aquellos labios sobre su mano era como fuego que en un instante calentó todo su cuerpo.
Ya no sentía frío y aquellos ojos, que en aquel momento estaban tan oscuros como el océano, la miraban de una forma que la hacía que el simple hecho de meter aire en sus pulmones fuera una tarea en la que tenía que concentrarse.
Un tanto agitada liberó su mano y un poco torpemente sonrió.
-Buenas noches señor Timberlake.
Con una leve reverencia -Buenas noches señorita Taylor, que descanse.

Cuando entró en el camarote todavía se sentía acalorada.
Se acostó en su catre, pero tardó mucho en poder dormirse, no podía quitarse de la cabeza aquel ligero roce y el beso en su mano. Ya estaba amaneciendo cuando por fin sus ojos se cerraron.

Cuando estaban llegando al puerto, todo el mundo subió a cubierta.
Elisabeth estaba excitadísima, ¡estaba en Francia! Lo había logrado, se había escapado y nadie se lo había impedido y ahora sería difícil que dieran con ella. Por supuesto, tenía pensado escribir periódicamente a su tío, tampoco quería que el pobre sufriera por su causa.
Elisabeth vio a Stuar dirigirse hacia ellas con su radiante sonrisa en la cara; notó como su cuerpo reaccionaba ante la sola presencia de aquel hombre.
-Buenos días señoritas -A Mary se le escapó una risilla nerviosa e hizo una ligera reverencia al caballero.
-Buenos días señor Timberlake.
-¿Nerviosa por el inicio de su aventura?
-Sí, un poco -pero no sólo por la aventura, pensó.


Cuando desembarcaron hubo despedidas entre los pasajeros y deseos de volver a encontrarse. Elisabeth se estaba despidiendo de un matrimonio mayor, muy agradable, con los que había congeniado durante la corta travesía, cuando Mary la interrumpió discretamente.
-Disculpe señorita... el señor Timberlake nos espera, ya ha conseguido un coche.
-¡Oh! ya veo -dirigió una rápida mirada y vio a Stuar en un fantástico coche de alquiler, se despidió de la pareja y se encaminó hacia él.
Stuar ya se había ocupado de los equipajes, todo estaba listo para comenzar el viaje.
Tomaron asiento dentro del vehículo, Elisabeth y Mary de frente y Stuar ocupó el asiento frente a ellas.
-Me he decidido alquilar esta coche, porque el viaje a París nos llevará varios días y es preferible hacerlo lo más cómodos posible, ¿no le parece? -sin esperar una respuesta dio unos golpecitos en el techo y el cochero se puso en marcha. -Me he tomado la libertad de coger algunas provisiones y por el camino podremos parar para tomar un refrigerio.
-Muy amable de su parte, está usted en todo, seguramente a mi no se me hubiera ocurrido -sonrió agradecida.
-Mientras esté conmigo no tiene nada de qué preocuparse, yo me ocuparé de todo. Sólo tiene que disfrutar ¿para eso ha venido, no? -Era fantástico, aquel hombre siempre sonreía, parecía estar siempre de muy buen humor.
-No sé cómo pagarle todo lo que está haciendo por nosotras, la verdad, yo no habría sabido por dónde empezar -Se encogió de hombros -Pero no importa mientras esté usted con nosotras. Para cuando nos separemos algo habré aprendido de su experiencia y seguiremos nuestro viaje sin problema.
-Veo que es una mujer muy decidida, no muchas se atreverían a viajar solas por Europa, como pretende hacer usted -su expresión se volvió seria al pronunciar estas palabras.
Era raro verlo tan serio, aunque su rostro no dejaba entre ver sus verdaderos pensamientos.
A Elisabeth le entraron dudas, por primera vez, sobre lo que estaba haciendo.
-¿Cree usted qué es peligroso? -también se puso seria.
-Quizás, si uno no sabe hacia dónde ir y se equivoca de destino, puede verse en serios problemas -seguía serio- pero como le he dicho hace un momento, no se preocupe por nada y disfrute, que yo me ocupo de todo...por lo menos hasta París -volvió a recuperar su habitual sonrisa y Elisabeth también se relajó.
La conversación era agradable y a lo largo del trayecto Stuar le contó más acerca de sus viajes, Elisabeth lo escuchaba entusiasmada. Stuar estaba maravillado con esa criatura, era divertida e inteligente, a diferencia de muchas mujeres de su edad que sólo pensaban en la moda y en pescar marido si no lo habían hecho ya. Ella era diferente, especial, se había dado cuenta nada más verla; cuanto más tiempo pasaba con ella, oyéndola hablar y reír, más grande era la sensación de deseo que sentía por la muchacha.
A medio día hicieron un alto en el camino, para tomar algún alimento, Mary se quedó con el cochero y Elisabeth se fue con el señor Timberlake un poco más lejos, buscando la sombra de unos sauces que mecían sus ramas sobre un pequeño río.

Fue una comida sencilla, pero a Elisabeth le pareció la más deliciosa del mundo.
Stuar la miraba divertido, mientras daba buena cuenta de su ración.
-¿Le apetece dar un paseo antes de volver al coche? -él ya estaba de pie y tendía su mano para que Elisabeth se apoyara en ella al levantarse.
-Sería maravilloso, este sitio es encantador.
En un momento Stuar recogió la cesta del improvisado picnic y la llevó al coche, dando instrucciones al cochero para que los esperaran un poco más adelante en el camino.
Cuando volvió junto a ella la ofreció su brazo, lo miró un poco nerviosa y finalmente se apoyó en él.
Comenzaron a caminar en silencio contemplando el paisaje.
-¿Que tranquilidad, verdad? -dijo Lis a la vez que respiraba profundamente.
-Sí, aunque a mí personalmente tanta tranquilidad me aburre un poquito.
Ella lo miró de reojo, pero no dijo nada.
Al llegar hasta un gran sauce, que bañaba sus ramas en las cristalinas aguas, se detuvieron.
Elisabeth se apoyó contra el gran tronco y contempló, distraída, al paisaje.
Stuar se apoyó en el árbol con su mano izquierda, eso la hacía estar muy cerca de ella.
Cuando Elisabeth se percató, se movió un poco incómoda por esa proximidad, pero no se quitó; la sensación de cosquilleo que sentía cuando le tenía cerca le era completamente extraña, pero era muy agradable, diría que excitante.
El aire removió su pelo y un rizo se le fue hacia la cara, como la noche del barco, pensó rápidamente ella.
Como si le pudiera leer el pensamiento, cogió el rizo con su mano derecha y lo retuvo unos momentos, jugueteando con él entre los dedos. Después, muy despacio, repitió la operación de echárselo hacia atrás, pero en esta ocasión no retiró la mano, sino que la bajó por la cabeza de Elisabeth, hasta llegar a la nuca, allí se detuvo.
Ella levantó la mirada, que alto era, se daba cuenta ahora que lo tenía tan cerca, al hacerlo su cabeza quedó apoyada en la mano de Stuar.
Al mirarle a los ojos, vio que estaban oscuros. Como el mar en plena noche. Lis sintió que le fallaban las piernas, tuvo miedo de caerse allí mismo, por lo que se apoyó contra el tronco totalmente.
-Elisabeth -Su voz sonaba ronca y sensual, lo que hizo que el cuerpo de Lis se estremeciera; nadie, jamás, había pronunciado su nombre de esa manera. No contestó, siguió mirándolo, sin notarlo sus labios se entreabrieron.
Stuar, ante aquel inocente gesto, creyó perder el control sobre sí mismo. No aguantó la tentación y bajó la cabeza hasta....

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aquí traigo la actualización de esta historia.

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