El sol comenzaba a asomar tímidamente en el horizonte cuando el conde Wickman llegaba al puerto, era el día en que pediría la mano de la encantadora Elisabeth Pembroke, pero antes tenía unos cuantos asuntos que resolver allí.
Mas tarde iría a la casa de su futura esposa; aquella no era su forma habitual de hacer las cosas, pero en esa ocasión prefería que las cosas fueran así.
Hubiera preferido cortejarla primero, seria lo correcto, pero no podía perder tiempo, su estancia en Londres llegaba a su fin y había asuntos en sus tierras que requerían su presencia, pero quería asegurarse que seria aquella joven la que calentaría su cama en un futuro muy cercano.
La idea del matrimonio nunca le había hecho demasiada gracia, pero ha era hora de asegurar el título con un heredero y cuando en el baile de lady Hantgon había visto aquella joven, decidió que seria suya.
No se acercó a ella, pero la observo mientras bailaba alegremente, mientras se reía con algún comentario de algunos de sus acompañantes. Su risa parecían campanillas y sus ojos brillaban como las esmeraldas.
Tenia el pelo largo y rizada, de color cobrizo intenso y un cuerpecito que se movía con mucha gracia. No era una gran belleza, pero al conde le pareció perfecta; había rumores de que era un poco rebelde y descarada, eso le gustaba, seria un placer domar a la fierecilla.
Antes de abandonar el baile, había comunicado al tío de Elisabeth su intención de pedir su mano.
El hombre, aunque un tanto sorprendido por la rotundidad de sus palabras, no se atrevió a contradecirlo, además era un buen partido para la chica, que ya estaba empezando a hacerse mayor. Lo peor seria decírselo a ella.
Sumido en estos pensamientos estaba Wickman, cuando cerca de la casela paso una figura encapuchada, le pareció extraño y permaneció oculto observando intrigado. Parecía una mujer y aquel no era el sitio mas recomendable para una mujer anduviera sola y a esas horas, pero esperó a ver que hacía.
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Bueno aquí traigo la actualización.
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Nos vemos el próximo viernes.
