Capítulo 4

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Una vez y solo una, conseguí ver un atisbo del color que llaman turquesa. Tenía dieciséis años y la esperanza de dejar a Jeremiah para embarcarme sola en una vida tranquila en algún paraje exótico, dónde contaban que el olor de las especias invadía el aire incluso en los días lluviosos y las mujeres vestían gemas engarzadas en sus vestidos de colores del atardecer.

En esa época, el peligro no existía y no me importaba jugar con mi propia suerte de tal manera que mis sueños se hiciesen un poco más reales. Aquel día, Jonah había decidido ofrecernos a todos un regalo envenenado. Se había vestido entero del mismo tono que el cielo, y en la solapa de su camisa llevaba una flor turquesa. Todos estábamos congregados en la plaza y ni siquiera se nos tenía permitido dejar de mirar al suelo para verle, aunque la postura nos provocase dolor o los bebés llorasen porque tenían hambre o sueño.

Hasta que el viento trajo el sonido de un carruaje acercándose y rodando sobre la tierra. Los caballos frenaron. Alguien abrió la puerta y bajó. Avanzó hasta el escenario de madera y empezó a hablar con nuestro torturador.

- Tus juegos impiden que se puedan seguir las órdenes de padre - era Dain, no obstante, en ese momento me pregunté quién podría osar enfrentarse al príncipe heredero, al no haber oído su voz antes.

- Él mismo me pidió que comprobase hasta qué punto nuestros súbditos nos eran fieles, y eso es lo que hago. Aún eres demasiado joven para entenderlo.

Ninguno de nosotros había presenciado una disputa entre ellos, ante la que era imposible no escuchar la forma en la que se trataban, desacreditándose como niños cuando más de uno creía que procedían del mismo dios del viento. Es mi momento, pensé y subí la cabeza para encontrarme con la mirada del joven Dain. Al sorprenderme, torcí la cabeza y, aunque solo fuese un segundo y no fuese capaz de comprender lo que había podido ver, los pétalos de la flor quedarían para siempre grabados en mi memoria.

No fue que recordé ese suceso, de vuelta en mi historia,que me encontré encogida en un baúl ilustrado con pequeñas flores violetas dentro de un carruaje y en dirección a palacio, y estiré la mano para tocar el intrincado dibujo de la tela entre escalofríos.

Estoy haciendo lo correcto, me recordé y esperé hasta que paró de moverse por completo y alguien elevó el baúl hasta dejarlo en una habitación.

- Puedes salir, - me dijo el príncipe- estás a salvo.

Coloqué la mano en la parte superior y tiré de ella, lo que hizo que la luz de la habitación decorada con papel pintado cián me cegase durante varios segundos. Acto seguido me levanté, colocando de nuevo mi vestido arrugado y salí de mi prisión.

A continuación, le eché una mirada reprobatoria a Dain y me crucé de brazos, a la espera de información sobre cuál sería mi escondite o cómo traeríamos a los niños, pero me quitó la mirada.

- No he venido aquí a que me maten- le susurré, dando un paso hacia él.

- Lo sé, - me contestó- pero no es tan sencillo.

Después me ofreció la mano y la dejó caer cuando vio que no iba a cogérsela.

- Ven conmigo - me ordenó, dolido, y asentí.

Juntos cruzamos dos pasillos desiertos hasta entrar en una de la habitaciones y cerrarla con una llave dorada que sacó de su bolsillo.

Tenía los techos visiblemente más altos que la otra habitación, numerosos objetos colgados en diferentes alturas y arena formando una línea fina en el suelo, además de armas colgadas en la pared más alejada.

- Mi hermano y yo entrenábamos aquí hasta su muerte, ahora nadie viene incluso por este ala. -Suspiró -Si quieres vivir tendrás que aprender a luchar.

El heredero de las nubes "Concurso Literario Elementales"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora