Capítulo 1.

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TAYLOR DONOVAN PODRÍA ser nueva en Los Ángeles, pero ciertamente reconocía una serie de mentiras cuando la escuchaba.

Eran las 08:15 de la mañana de un lunes—francamente, un poco temprano, en la mente de Taylor de todos modos, para estar lidiando con esta tardía ronda de tonterías viniendo de su abogado opositor, Frank Siedlecki de la Comisión de Igualdad de Oportunidades Laborales. Pero, hey, era una hermosa mañana soleada en el Sur de California y su café de Starbucks ya había comenzado a surgir efecto, así que estaba dispuesta a jugar limpio.

La llamada de Frank había llegado justo cuando Taylor había estacionado en el estacionamiento de su edificio de oficinas en el centro de L.A. Después de responder, había dejado hablar a su abogado opositor por varios minutos—sin interrumpir, podría agregar—acerca de la honrada posición de su cliente y cuán afortunados deberían considerarse Taylor y su no tan honrado cliente por tener la oportunidad de hacer que toda la demanda desaparezca por unos míseros $30 millones. Pero en cierto punto, uno sólo puede aguantar cierta cantidad de tonterías en una llamada un lunes por la mañana. Con un café de Starbucks o sin él.

Así que, Taylor no tuvo otra opción que cortar a Frank en medio de su diatriba, rezando para no perder la señal de su celular mientras entraba en el ascensor del vestíbulo.

—Frank, Frank —dijo ella en un tono firme pero profesional—, no hay forma de que vayamos a arreglar con esos números. ¿Tú quieres todo el dinero, sólo porque tu cliente escuchó algunas palabras de cuatro letras en el lugar de trabajo?

Ella notó entonces que una pareja de ancianos se había metido en el elevador con ella. Les sonrió educadamente mientras continuaba con su conversación telefónica.

—Sabes, si la CIOL va a pedir treinta millones de dólares en un caso de acoso sexual—le dijo a Frank—, por lo menosdime si a alguien se la llamó "puta" o "zorra." 

Por el rabillo del ojo, Taylor vio a la mujer—setenta y cinco años si estaba en lo correcto—mandarle a su marido una mirada desaprobadora. Pero entonces, Frank comenzó a parlotear sobre los supuestos méritos de la posición de los demandantes.

—Tengo que ser honesta, no estoy exactamente impresionada con tu caso

—comentó ella, interrumpiéndolo—. Todo lo que tienes es una serie esporádica de algunos incidentes menores. No es como si alguien hubiera palmeado un culo o agarrado un pecho.

Taylor se dio cuenta que la pareja de ancianos estaba, sutil pero rápidamente, alejándose de ella, hacia el otro lado del ascensor.

—Por supuesto que no te estoy tomando en serio —dijo ella en respuesta a la pregunta de su abogado opositor.

—¡Estamos hablando de treinta millones de dólares aquí! —En vez de gritar, su voz tenía un tono de risa, que la experiencia había probado ser mucho más exasperante para sus oponentes.

No viendo otra razón para perder otro minuto, resumió su posición con unos simples comentarios finales.

—Frank, este caso es un truco publicitario y un chantaje. Mis clientes no hicieron nada ilegal, y ambos sabemos que no voy a tener problema en probar eso a un jurado. Así que no hay razón para seguir discutiendo sobre tu ridícula oferta de acuerdo final. Llámame cuando alguien vea un pene.

Taylor cerró su celular de golpe para dar énfasis. Lo deslizó en su portafolio y sonrió disculpándose con la pareja de ancianos. Ellos tenían sus espaldas presionadas contras la pared del elevador y la estaban mirando, con las bocas abiertas.

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⏰ Last updated: Sep 15, 2015 ⏰

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Just the sexiest man alive (español).Where stories live. Discover now