xxxvii; final.

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Un lunes estrepitoso por la noche, decidí que era adecuado llorar por la diminuta chica pálida. Las lágrimas salían sin preguntar, y parecía que dentro de poco la recamara no sería más que un espacio de cuatro por cuatro inundado... ¿Tanta agua habrá en mi organismo?

En realidad no importaba. Y para ser sinceros, nada importaba si Violeta yacía a mi lado con los brazos extendidos y los ojos cerrados. Vestía como comúnmente lo hacía, blusas a manga larga, pantalones cortos sobre mallas negras con hoyuelos pequeños y sus tennis desgastados que antes solían ser blancos.

Tomé mi celular de mis bolsillos con las manos temblorosas y marqué tres dígitos...

‒Novecientos once, ¿Cuál es su emergencia?

‒Ella... Ha intentado suici..., yo, yo no puedo con esto.

‒Está bien, joven. Hemos detectado desde donde nos llama, habrá alguien que le ayudará en unos minutos, solo necesito que presiones tus dedos en su cuello, en busca de latidos ¿Está bien?

‒Sí. ‒Colgué porque era demasiado forzoso incluso poder articular monosílabas.


Un lunes a la una con veinte minutos, pequeñas punzadas se sentían del cuello de la diminuta chica pálida.


Todavía no la perdía.


Una diminuta chica pálida.Место, где живут истории. Откройте их для себя