—Dónde está —dije sobresaltado, pero luego me volví hacia Oro con la mirada acusadora —. Dónde está, dónde está.

—Cálmate, Luna, yo no me llevé a Destello. Debes saber que las madres suelen salir a pasear con sus bebes, así que no te sobresaltes por las puras.

—No te creo. He esperado mucho para verlo, pero ahora resulta que Destello no está cuando al fin decides traerme a la casa. No voy a estar tranquilo hasta verlo. Quiero que me lo entregues ahora —exigí exasperado.

—Hermano, esperemos con paciencia. Todas la cosas de Destello están en orden —dijeron los niños mirando a su alrededor— Te decimos esto, porque cuando las familias se mudan, se lo llevan todo. Ellos empacan sus cosas en unas maletas gigantes, lo acomodan...


—No estoy hablando con ustedes, niños, será mejor que no se metan —dije colérico. Ellos retrocedieron preocupados.

Los niños desaparecieron de mi vista. Fue lo mejor para ellos. Mi humor no era nada bueno como para seguir mirando sus caritas. Oro, en cambio, permaneció quieto, con su acostumbrada sonrisa retorcida en la cara. Estaba en lo cierto, él tenía que saber el paradero de Destello. Iba a continuar con mis reclamos, pero Oro me interrumpió.

—Es verdad Luna, yo lo tengo —se rio.

—Lo sabía —me acerqué a él con seriedad—. Entrégamelo ahora.

—No quiero, además, no puedes hacer nada. Estas tan débil como para poder valerte por ti mismo. Más bien, Luna, deberías temerme.

—No te tengo miedo.

Oro me miró con atención, trató de contener una carcajada, y luego se sentó en el brazo del mueble. Presentí que nada bueno se venía. Me preparé para aceptar sus tontas demandas, condiciones y demás tonterías suyas. No me importaba. Si era necesario le sonreiría con hipocresía, le prometería acompañarlo a sus tontas zonas de entretenimiento, todo con tal de que me regrese a Destello.

—Tengo sed —dijo—. Tráeme algo de beber.

— ¿Qué cosa?

—Tengo sed. Tráeme una gaseosa y también unos piqueos. Puede que te entregue a Destello solo si me pones de buen humor. Sé bueno conmigo, Luna, solo sírveme un rato y te entregaré a tu querido amigo.

— ¿Estás diciendo que Destello vale un vaso de gaseosa y un plato de piqueos? —reclamé indignado.

—Será mejor que pienses antes de hablar, mi querido Luna. Lo que te estoy pidiendo no es nada difícil a diferencia de lo que podría pedirte. Si no quieres que cambie de pedido, sé bueno contigo mismo y tráeme lo que te ordené.

Apreté los puños de la indignación. Era una total humillación servirle como si fuera parte de su fiel servidumbre. Yo no era una de esas niñitas que andaba gritando por él a diestra y siniestra como para servirle con tal de ganarme su admiración. Ya qué importaba. Salí apresurado para cumplir su petición, todo con la esperanza de que cumpliera su promesa de devolverme a Destello.

Llegué a la cocina como un alma en pena. Agarré un vaso de cristal, lo puse bajo la boca del caño y lo llené con agua. Busqué en la despensa los granitos rojizos que se ponen blancos al explotar en la olla caliente. Más de la mitad de los granitos saltaron cuando explotaron. Me exasperé aterrado. Si la señora encontraba canchita regada en la cocina, iba a pensar que algún fantasma hambriento había invadido su casa. La bruja ya no debía sentir interés en exorcizar la casa ni en nada que tuviera que ver con la brujería, pero yo estaba traumatizado, ya que por su culpa dejé de ver a Destello por muchos días. Me tiré en el piso para recoger los granos. Al final mi impaciencia pudo más que mi trauma. Dejé los granos arrimados aun lado de la cocina. Salí apresurado en dirección a la habitación de Destello.

UNA ESTRELLA ENAMORADA |1ra parte|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora