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La alarma de mi teléfono suena a las siete de la mañana. La musiquita es insistente y bastante molesta, pero siempre me olvido de cambiarla. Intento coger el móvil a tientas y termino dándole un manotazo a la lámpara, que cae al suelo de mi habitación con un gran estruendo.

—Mierda —murmuro aún medio dormida. Me incorporo en la cama frotándome los ojos y el grito de mi madre desde el comedor termina por despertarme del todo.

–¡Katherine, son las siete! —Cómo si no me hubiese dado cuenta. Me desperezo, y recojo el desastre del suelo.—¡Katherine! —grita de nuevo mi madre.

—¡Te he escuchado! —vocifero.

Vivo en Londres, pero voy a la Universidad de Bristol, justo en el noroeste de Inglaterra, y este es mi último año. Las vacaciones de Navidad han terminado, y me incorporo de nuevo a la vida universitaria. A mis padres no les hizo mucha gracia que eligiera una universidad tan alejada de mi casa. Yo también me sorprendí al principio, porque nunca he sido una de esas chicas independientes que ansían ver el mundo y "abandonar el nido" rápidamente. Me considero una persona tranquila, estudiosa y responsable. Y que conste, no soy ningún "ratón de biblioteca" o "cerebrito".

Escogí la carrera de Historia porque me apasiona; y en un futuro me gustaría dirigir un museo o una galería. Sí, lo sé. Son ambiciones bastante altas pero, ¿quién sabe?

Elegí la universidad de Bristol porque necesitaba un cambio. Tenía que alejarme un poco de mis padres, y de esta ciudad. No es que sea una persona anti social ni nada por el estilo, aunque tampoco soy el alma de la fiesta.

Hasta hace casi cuatro años, justo antes de empezar la universidad, tenía un novio. Un chico que me engañaba con su mejor amigo. Sí, habéis leído bien. Me dejó por otro después de casi tres años juntos. Lo vergonzoso fue cuando se corrió la voz por el instituto y yo, que soy de esas a las que les gusta pasar desapercibida, me convertí en el centro de atención y de las burlas crueles. Esa fue una de las razones, supongo que la principal, de mi "huida"; sobre todo, cuando tu ex vive justo dos calles más allá de la tuya.

Al principio me costó relacionarme, adaptarme a una nueva vida sola y dejarlo todo. Pero son etapas nuevas y al final, terminas acostumbrándote a los cambios. Ahora me cuesta adaptarme a estar aquí, en casa, cuando no estoy en la Universidad.

Me pongo unos vaqueros, una sudadera y unos deportes. Mi madre me espera en la cocina dando vueltas, mientras murmura cosas incomprensibles. Como lo suponía, está de los nervios. Siempre hemos estado muy unidas, y lo pasa muy mal cuando nos alejamos.

—Tu padre estará aquí en cinco minutos, y aún no has desayunado.

Me pone delante un plato con un par de tostadas y un zumo de naranja. Normalmente mi padre suele llevarme a Bristol o recogerme, porque no tengo coche. Allí me muevo en bicicleta, mucho más cómodo y más económico.

—Relájate mamá —le digo con voz tranquila.

—Ya sabes que es Don puntualidad —refunfuña mientras se dirige hacia las escaleras.

Cierto, mi padre de paciencia anda cortito.

—No sé como Rosie lo soporta —añade mi madre con la voz forzada, mientras intenta bajar mi maleta ella sola por las escaleras.

Me apresuro a levantarme y ayudarla.

—Iba a bajarla ahora mamá, pesa demasiado.

Es tan cabezota.

Rosie es la mujer de mi padre. Mi madre y él se separaron cuando yo tenía once años. Al principio la situación fue rara para mí, pero ahora se llevan mejor.

No voy a enamorarme de ti (DISPONIBLE EN AMAZON)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora