Una novia misteriosa

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Prólogo

Seattle, Washington.

Viernes noche.

Lucas oyó el fuerte sonido de unos pasos subiendo por la escalera de servicio, justo en el momento en el que terminaba de grabar el CD. Bajo la tenue iluminación del despacho, sacó el CD de la disquetera y tomó la caja de uno de los juegos de ordenador que tenía sobre el escritorio. Tiró a la papelera el CD que guardaba dentro y metió el que acababa de grabar. Después, abrió la carcasa del ordenador, sacó la tarjeta de la memoria y la pisoteó en el suelo. También destruyó el grabador de CDs. Había llegado el momento de salir zumbando.

Pensó en su hijo, que lo estaba esperando en casa de un amigo, y en los billetes de tren que tenía para aquella noche. Oyó una puerta al cerrarse en el edificio de oficinas.

Apagó la lámpara del escritorio y se acercó a la ventana de aquel quinto piso. Distinguió en la calle una figura agazapada entre las sombras, cerca de la puerta principal.

Soltó un juramento. Aterrado, tomó los CDs que había grabado, cinco en total. Cinco piezas de un rompecabezas que había pasado toda su vida soñando con resolver. Y por fin lo había conseguido.

Volvió a escuchar un ruido, procedente de las entrañas del edificio. Sabía que estaban a punto de llegar. Tenía que destruir los discos antes de que fuera demasiado tarde, pero, incluso mientras lo pensaba, sabía que no podía. No sólo por todos los años de trabajo que le había costado conseguirlos, sino por su hijo. Hasta el momento, lo único que había dejado había sido un camino plagado de errores.

Miró desesperado alrededor de la oficina, descubrió el conducto del correo y se le ocurrió una idea. Salió a la zona exterior de su despacho, se sentó tras el único ordenador que permanecía intacto, tecleó una nota e imprimió cinco copias.

Se detuvo a escuchar. No oía nada. Tan rápidamente como pudo, tomó cinco sobres, escribió una dirección en cada uno de ellos y deslizó en el interior la correspondiente nota.

Y justo cuando estaba a punto de meter el último CD en un sobre dirigido a Samantha Murphy, de Butte, Montana, oyó pasos. La puerta que separaba la escalera del pasillo se abrió.

Pero lo que lo dejó completamente paralizado fue el sonido de unos pequeños pies sobre la moqueta, dirigiéndose hacia su despacho:

—¡Papá!

Dios, era Zack.

Lucas dejó caer el último disquete al suelo y sintió que el corazón se le subía a la garganta al ver a su pequeño, de cinco años, entrando en su despacho y arrojándose a sus brazos, aterrorizado.

—Papá, me han metido en el coche. Yo no quería. Pero le he dado una patada a ese tipo grande, me he escapado y he salido corriendo…

—No pasa nada, Zack —dijo Lucas, abrazándolo.

En aquel momento oyó pasos. Unos pasos lentos, firmes, que se acercaban por el pasillo. Sabía que lo habían atrapado. Pero no eran conscientes de hasta qué punto llegaba su desesperación.

Con Zack todavía en brazos, agarró el disco que se le había caído y los sobres, se metió en su despacito y cerró con llave, sabiendo que sólo era una medida dilatoria. Ya no tenían forma de escapar.

Hizo sentarse a Zack y se arrodilló a su lado. Zack llevaba la cazadora roja que Lucas le había comprado para el vuelo y la mochila azul marino, donde guardaba algunos de sus juguetes favoritos.

—¿Estás bien? —le preguntó a su hijo.

Zack asintió, y puso su carita de hombre duro.

Lo único que podía hacer Lucas era intentar no desmoronarse ante aquella visión. Luchó contra sus sentimientos y contra sus frenéticos pensamientos. Los hombres que lo seguían habían sabido dónde encontrar a Zack. Eso lo cambiaba todo.

Se devanaba los sesos, intentando encontrar una salida. Intentar esconder los CDs sería inútil. Y destrozarlos no salvaría a su hijo.

Algo chocó violentamente contra la puerta del despacho, haciendo temblar los cristales de la ventana. Resignado, Lucas hizo lo único que podía hacer. Tomó los cuatro sobres que tenía ya preparados y los dejó caer por el conducto del correo. Luego, tomó el último CD y lo deslizó en la mochila de su hijo.

Tomó a Zack en brazos y lo abrazó con fuerza, comprometiéndose a no olvidar nunca aquella sensación. Su hijo. De todas las cosas de las que se arrepentía, Zack estaba en el primer lugar de la lista.

—Escúchame, Zack —le dijo, cuando la puerta de la oficina cedió con un violento chasquido—. Necesito que seas fuerte y muy valiente.

Lucas le explicó lo que tenía que hacer.

—Seré muy valiente —dijo, temblando con los ojos llenos de lágrimas.

Algo grande y pesado golpeó la puerta del despacho haciendo un gran estruendo. Lucas bajó a su hijo al suelo.

—Escóndete debajo del escritorio y acuérdate de lo que te he dicho —el niño gateó hasta el hueco de la mesa—. ¿Zack? Siento todo esto. Te quiero.

Una novia misteriosaWhere stories live. Discover now