Día en familia

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La luz que entraba por la ventana me despertó. Me giré hacia el lado contrario e intenté dormir de nuevo. Lo conseguí, yo era experta en volverme a dormir, siempre. Todo iba bien hasta que llamaron a mi puerta.

-¿Si?

-Cariño - Mi madre entró, ya preparada - Tenemos que irnos ya.

-Debes de estar vacilandome - Suspiré, sacando mis pies de las mantas.

-Lo siento cielo, pero hay que irse.

-Vale, solo quiero un poco de café.

-Podrás tomártelo allí - Respondió ella, saliendo de mi cuarto.

Suspiré y abrí el armario, cogiendo lo primero que encontré. Una camisa de cuadros y unos vaqueros fueron las afortunadas prendas que disfrutarían del honor de taparme el cuerpo hoy.

Estoy delirando. Todo es culpa del sueño.

Me di una ducha rápida y me vestí, saliendo a la puerta donde mamá y papá se estaban besuqueando.

-¿Y dicen que yo soy la adolescente? - Bufé mientras me metía en el coche.

Estos últimos días había notado a mamá y a papá más raros. Todo el rato iban de la mano y se lanzaban miradas cómplices que me ponían los pelos de punta.

Ellos entraron y papá arrancó el coche. Mamá puso su mano encima de la mano que papá tenía en la palanca de cambios y le sonrió tiernamente.

Estaba acostumbrada a este tipo de cosas, pero nadie negaría la alegría desbordante que salía de ellos.

De algo me estaba perdiendo.

Cuando llegamos a casa de la abuela Marie, todo el mundo estaba ya allí.

La casa de la abuela era enorme, un jardín con sitio como para montar una boda rodeado por un bosque marcaba sus límites. La casa de dos plantas estaba en el centro de la hierba, y en la parte de atrás se extendia un pequeño huerto que la abuela cultivaba con cariño.

Mis primos pequeños mellizos de cinco años, Kiara y Kyle, correteaban por los límites del bosque mientras que mi prima de trece años, Lizzie los vigilaba desde una hamaca. Me pregunté donde estaría mi otro primo de ocho, Sam.

Mi madre era la pequeña de tres hermanos, aun así, yo era la mayor de mis primos.

Me dirigí a la mesa que había en el porche, para saludar a los adultos. Mi tía Rebecca seguía igual de bonita que siempre y pese a que era la mayor, los años no parecían pasar ni para ella ni para su marido John.

-¡Hola, mi amor! - La tía Rebecca me abrazó, haciendo tintinear sus múltiples pulseras - ¿Cómo estás cielo?

-Pues muy bien, como siempre - Le guiñe un ojo.

-Igual de hermosa, eso seguro.

-No digas tonterías, tía - Dije, girando para saludar al tío John

-Tu tía no miente - Intervino él - Estas preciosa.

Le abracé mientras bufaba, sabía exactamente la cara que tenía al levantarme por las mañanas y puedo asegurar que la palabra para describirla no era precisamente 'hermosa'

-Estáis todos ciegos - Reí, mientras me dirigía al otro hermano de mamá, Theo.

-Hola, cielo.

-Hola, tío - le dí dos besos y le pregunté - ¿Donde están los demás?

-Dentro, ayudando a tu abuela con la comida.

Asentí y me dirigí hacia dentro de la casa, encontrándome a la tía Susan en el salón.

Un novio para el fin de semanaWhere stories live. Discover now