─────── 🔞 (oneshots!)
──★ ˙ +18 ̟!! ₍ᐢ. .ᐢ₎
Historias smut que salen de lo
más oscuro de mi subconsciente
enfermo.
No HATE (si no te gusta solo vete
por favor no dejes ningún
...
Título: El lanzador que nunca falla Advertencia: Fluff extremo, estudiantes de instituto, torpes enamorados. Advertencia de chichones y corazones acelerados. Kim Seungmin siendo el novio más awkward y adorable del planeta. Nadie sale herido… bueno, casi nadie Contenido: 2035 palabras.
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Kim Seungmin no fallaba lanzamientos. Eso era un hecho en el instituto Hanseong. Si él estaba en el montículo, el bateador contrario podía irse rezando. Sus compañeros decían que tenía ojos en los dedos; el entrenador, que había nacido con un radar en el brazo. Y él… él solo quería que la pelota siempre llegara exactamente donde él quería.
Por eso practicaba hasta que el sol se escondía detrás de las gradas, hasta que los demás se habían ido a casa y solo quedaba el sonido de la pelota chocando contra el guante del catcher automático. Una y otra vez. Recta, curva, slider, cambio. Perfecto, perfecto, perfecto.
Pero había alguien que tampoco se iba nunca.
Tú.
Todos los días, a eso de las cinco y media, aparecías en la grada más alta del campo de béisbol con tu mochila llena de libros y apuntes de colores. Te sentabas siempre en el mismo sitio, fila 12, asiento 27 (Seungmin lo había memorizado sin querer). Sacabas tu estuche, tu botella de té de cebada y estudiabas como si el mundo fuera a acabarse si no entendías la fotosíntesis hoy mismo.
Él fingía que no te miraba. Pero te miraba.
Te miraba cuando te mordías el labio inferior concentrada. Cuando te quitabas el flequillo de la cara con ese gesto rápido y nervioso. Cuando soltabas un “¡ay!” bajito porque se te caía el lápiz y rodaba tres filas más abajo.
Y cada vez que te veía, su lanzamiento siguiente salía un poquito más rápido. Como si quisiera impresionarte aunque tú ni siquiera levantaras la vista.
Un jueves de mayo, Seungmin tomó una decisión.
Había estado tres semanas ensayando mentalmente cómo hablarte. Había escrito y borrado cuarenta y siete mensajes que nunca envió. Había practicado frente al espejo cómo decir “hola” sin sonar como si tuviera paperas.
Y al final, hizo lo que mejor sabía hacer: confiar en una pelota.
Después del entrenamiento, cuando ya solo quedaban él y el entrenador recogiendo material, sacó un rotulador negro indeleble y escribió en una pelota oficial su número de teléfono. Lo escribió tres veces porque la primera le tembló la mano y parecía un garabato de niño de primaria.
Lo miró. Respiró hondo.
“Solo es un lanzamiento de diez metros”, se dijo. “Has lanzado a noventa y cinco kilómetros por hora a sesenta pies. Esto es pan comido.”
Tú seguías allí, como siempre, con la cabeza metida en un libro de biología y auriculares puestos. Ni siquiera notaste que el campo se había quedado en silencio.