Existe una leyenda: aquel que posea el favor del Rey Dragón puede obtener poder, protección... o condenarse para siempre.
-Hush~, cállate, niño. No voy a hacerte daño... solo quiero que des a luz a mi hijo.
-¡A-Ah! ¿Q-Qué-?!
-A cambio, te daré una m...
—Lo tienes —murmuró, acariciando su cinturita con la suavidad de un suspiro—. Nuestro pequeño. Mi futuro. Y nadie... nadie, ninguna criatura, te lo va a arrancar.
Jungkook cerró los ojos, respirando tembloroso.
—¿Estoy soñando?
—Es real, no es ningún sueño, nunca lo ha sido.
—Tengo miedo...
—No lo tendrás. No mientras yo exista.
Un calor suave entró en su pecho, como si Jimin encendiera una luz dentro de él desde la distancia. Un hilo dorado apareció entre sus cuerpos, conectándolos por el ombligo, brillando un segundo.
El enlace.
—Mi reino te reclama —susurró Jimin—. Y yo también.
Jungkook tragó saliva.
—¿Qué... qué va a pasar ahora?
La sonrisa del dragón fue lenta, dulce y peligrosa.
—Ahora, niño mío... Te llevo a casa. A la nuestra.
Y, antes de que Jungkook pudiera responder, Jimin lo rodeó con sus brazos y el mundo se volvió fuego dorado.
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Jungkook abrió los ojos lentamente.
Ya no se encontraba en las calles de su ciudad. El techo del lugar era un domo de cristal blanco, atravesado por hilos dorados que parecían constelaciones. La cama bajo su cuerpo se sentía como estar en una nube calentita.
—Despertaste, amor mío.
La voz cálida resonó antes de que Jungkook pudiera incorporarse. Jimin estaba sentado junto a él, con el cabello plateado cayendo en ondas brillantes, una túnica negra abierta en el pecho y un aire demasiado divino para que Jungkook pudiera pensar con claridad.
—¿Q-qué hago aquí...? —preguntó Jungkook, la voz ronca por el sueño.
Jimin sonrió, inclinándose para acariciar la mejilla del menor con la suavidad de una brisa.
—Estabas agotado. El enlace... consume mucha energía al principio.
El corazón de Jungkook dio un salto.
—¿El... enlace?
—Sí —susurró, apoyando su frente en la de él—. Ya no solo eres mío... sino que ahora llevas mi vida dentro de ti. Y eso te hace parte de mi reino. Parte de mí.
Jungkook tragó saliva, aún confundido pero extrañamente tranquilo. La presencia del dragón lo envolvía como un escudo.
Jimin se incorporó y dio una palmada suave. Un círculo de luz se abrió frente a ellos y apareció una prenda suspendida en el aire.
Una túnica blanca, fina, casi translúcida, con detalles dorados. La tela caía desde un solo hombro, dejando el otro completamente expuesto, y se ajustaba a la cintura con una cadena dorada. A los costados tenía aberturas que mostraban la cintura y parte de los muslos, elegante y provocador a la vez.