Cuando Isabella Bennet, una chica tímida, antisocial pero con una imaginación desbordante, se muda a Arcadia Oaks, lo último que esperaba era chocar constantemente con Krel Tarron, el nuevo estudiante brillante, arrogante y con un aire misterioso qu...
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El lunes llegó más rápido de lo que quería. La alarma sonó antes de que pudiera siquiera soñar cinco minutos más. La odio. Me levanté con el cabello completamente desordenado...como siempre, y arrastré los pies hacia el baño. Me lavé la cara, me cepillé los dientes, y traté de convencer a mi cabello de tener algo de cooperación esa mañana.
Spoiler: no funcionó.
Después de vestirme, bajé a desayunar. Papá ya estaba en la cocina, con su taza de café y el periódico. Antonio:—Buenos días, greñitas —dijo con esa sonrisa cansada que siempre lograba levantarme el ánimo.
Le sonreí de vuelta... —Buenos días, papá.—
Comí un pan tostado rápido y antes de salir le di un beso en la mejilla. —Te quiero.—le dije.
Antonio:—Yo más, cuídate y no llegues tarde —respondió, levantando su taza en despedida.
Afuera, el aire tenía ese toque fresco de otoño. Las hojas crujían bajo mis zapatos mientras salía al porche, donde Eli ya me esperaba con su bicicleta, como siempre.
Eli:—Buenos días, agente greñitas —bromeó, levantando la mano en forma de saludo militar.
—Buenos días, cazador de aliens—respondí entre risas, subiéndome a mi bici.
El camino a la escuela fue tranquilo. Charlamos sobre el nuevo proyecto de historia que se supone que haríamos estos días, sobre cómo Steve seguía fingiendo que no le agradábamos y, como siempre, sobre lo raros que seguían pareciendo los Tarron. Llegamos al escuela justo cuando sonó la campana. Pasamos por los pasillos llenos de estudiantes medio dormidos, lockers golpeándose y el murmullo de las primeras clases del día.
La mañana se nos fue entre dos eternas horas de matemáticas, donde la señorita Janet parecía disfrutar vernos sufrir con ecuaciones y una de historia, en la que Eli casi se quedó dormido sobre el pupitre.
Cuando el timbre del almuerzo sonó, fue como una señal divina. —Por fin...—suspiré.
Eli:—Comida. El mejor invento del ser humano —añadió, cargando su mochila al hombro.
Fuimos a la cafetería, donde el olor a pizza y papas fritas inundaba todo. Tomé una bandeja, serví un poco de pasta y un jugo, y nos dirigimos a una mesa vacía.
Todo era normal... Demasiado normal...
Hasta que una bandeja chocó de lleno contra la mía.
El sonido del líquido derramándose resonó por todo el pasillo entre las mesas. Mi jugo cayó al suelo, la salsa de la pasta manchó mi suéter, y por un segundo, el mundo se detuvo.
Levanté la vista, y allí estaba él. De nuevo...
Con esa expresión arrogante de siempre, los ojos fríos, el ceño fruncido. Krel:—¿Otra vez tú?—dijo con tono despectivo, como si mi mera existencia fuera una molestia.