una rafaga de aire fresco

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Pasaron rápidas las semanas igual que caen las primeras hojas caducas de los árboles, cubriendo de un manto pardo el suelo de los parques de Londres. Ya había llegado el dorado otoño, y con él las incesantes lluvias, y las bajadas de temperatura que obligaban a usar una vez más los pesados abrigos, y gorros. 

Hermione llevaba ya más de dos meses en la ciudad, y seguía metida de lleno en aquel dichoso caso. Cuanto más hundía su estilizada nariz entre los documentos que conformaban el dossier de Crabbe, mas se convencía de que todo parecía demasiado fácil, y eso le hacía fluctuar de si en realidad era así. Multitud de dudas se cernían en su cabeza pero no conseguía unir todos aquellos hilos que quedaban sueltos. La entrevista con Goyle la había dejado más confundida que antes, y su posterior charla con Malfoy le convenció de que Crabbe había estado enamorado de esa chica, y que tal vez sus celos —debido a la profesión de ella—, podían haberlo llevado a acabar con su vida. Pero nada de eso constaba en el dossier y era sin duda una prueba concluyente; Malfoy ocultaba el móvil del homicidio, y ella debía conseguir que Crabbe confesara delante del juez que la mató por celos, por amor, por no querer compartirla con nadie más. Ese debía ser su objetivo principal. 

La inesperada visita de alguien muy querido logró que se olvidara de todo aquello que le preocupaba. Fue una ráfaga de aire fresco la llegada del hermano de Ron: Charlie. Charles Weasley apareció frente a la puerta del apartamento de Pansy un día cualquiera de primeros del mes de octubre, llegaba como siempre, sin avisar. Hermione sintió un vuelco en el pecho cuando lo vio con su acostumbrado aspecto desaliñado. Charlie era alto, pelirrojo, innumerables pecas cubrían su rostro hasta lograr que pareciese bronceado. Tenía los ojos de un intenso color azul y solía ladear la sonrisa dejando entrever sus dientes que al contraste con el color de su piel, resplandecían. Era de constitución fuerte y atlética. A pesar de ser un tipo atractivo y bastante deseable para el género femenino, el cuñado de Hermione continuaba soltero a sus treinta y un años, y eso tenía una simple explicación; Charlie estaba profundamente enamorado, su corazón estaba ocupado desde hacía años por una sola cosa a la que se dedicaba en cuerpo y alma, y volcaba en ella toda su pasión: su profesión. Nunca amaría a una mujer igual que amaba la arqueología, él se definía como un ávido buscador de tesoros. Por esa razón pasaba grandes periodos de tiempo alejado de su hogar y su familia, en lugares dispares, inimaginables, y en ocasiones muy peligrosos.

Cuando Charlie la saludó por medio de un caluroso abrazo, Hermione sintió como su corazón se llenaba de nostalgia. De todos sus cuñados, el hombre que tenía frente a ella era el más parecido a su difunto esposo —si se rasuraba la barba incipiente y sus pecas fuesen menos numerosas, serían dos gotitas de agua—, y eso consiguió que miles de recuerdos agradables y otros no tanto, asaltasen su mente y su alma.

—¡Oh! Menuda sorpresa Charlie, ¿qué haces en Londres? —preguntó aturdida mientras se separaba de los fuertes brazos del pelirrojo.

—Estoy de vacaciones. He pasado un par de semanas en Ottery con la familia, ellos me comentaron que te habías instalado en Londres, y como hacía años que no pisaba la ciudad pensé en pasar mis dos semanas restantes de libertad en compañía de mi cuñada favorita, antes de regresar al trabajo —explicó el joven mientras sus ojos desprendían un brillo de entusiasmo que contagió a Hermione, consiguiendo que la melancolía desapareciese de su corazón. Charlie prosiguió mientras echaba una ojeada al recibidor del apartamento—. ¿Y tú, que tal te encuentras? Este sitio no parece estar nada mal.

Las últimas palabras las pronunció mirando fijamente a Pansy que había salido al encuentro de su compañera para averiguar quién era la persona con la que hablaba.

—Me encuentro tranquila, en paz… ¡Oh vaya! No sabía que estabas ahí, Pansy, ven, acércate te presentaré a mi cuñado Charlie.

Hermione hizo las correspondientes presentaciones y los dos recién conocidos se estrecharon amistosamente las manos. Hermione llenó de aire sus pulmones, y mirando sin dar crédito a su cuñado, añadió con voz temblorosa. 

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