⸸Mi duelo

14 3 0
                                        

Bajo la luz pálida del amanecer, JooHeon cavó con sus propias manos una tumba en el jardín secreto de la gyobang*, donde las flores que tanto amaba Seol Mi aún conservaban su perfume

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Bajo la luz pálida del amanecer, JooHeon cavó con sus propias manos una tumba en el jardín secreto de la gyobang*, donde las flores que tanto amaba Seol Mi aún conservaban su perfume. No hubo ceremonia, solo el susurro del viento y el peso de un juramento hecho sobre tierra recién removida.

Las kisaeng, como en su infancia y adolescencia, se convirtieron en su único refugio. Ellas, que lo habían visto nacer de una de sus hermanas, que lo habían criado entre telas y poemas, ahora lo acogían en su duelo. Le preparaban comidas que ya no podía saborear, le tendían futones en los que ya no podía dormir, y velaban sus sueños intranquilos. A menudo caminaba sin rumbo por el pabellón, con la mirada perdida, y no era raro hallarlo al amanecer, recostado sobre la tumba de su amada. Pronto, su apatía por la vida comenzó a inquietarlas.

El joven, de cuerpo ancho y vigoroso como el de un guerrero, apenas probaba bocado. Todo alimento le causaba repulsión. Al principio lo atribuyeron a su tristeza, pues JooHeon siempre había tenido un apetito voraz; pero cuando el simple aroma de la comida lo hacía vomitar, comprendieron que aquello era distinto.

Él también lo sentía. La primera vez que se miró a un espejo y vio que sus ojos tenían un intenso color rojizo, creyó que la locura por fin lo había alcanzado. Pero cuando, desde la cocina, el olor a sangre fresca le encendió el estómago con un hambre salvaje, supo que su destino había cambiado. La fuerza nueva que palpitaba en sus músculos era imposible de ignorar, como también lo era la forma en que la oscuridad había dejado de ser un velo para revelarse como un mundo nítido, plagado de detalles invisibles para los demás.

Fue la Haengsu*, con la sabiduría de quién conoce la naturaleza y las miserias humanas en profundidad, quien una noche lo llevó aparte mientras las demás dormían.

—El hombre que eras murió con ella —le dijo, sus dedos arrugados acariciando su mejilla, que ya no transmitía calor—. Pero aún puedes honrar su memoria. No huyas de esto, JooHeon. Domínalo.

Sus palabras fueron un mantra para las semanas posteriores. Algo en su interior despertó del letargo y, por primera vez desde la pérdida, JooHeon respiró sin sentir el peso del dolor.

Desde aquella noche comenzó su entrenamiento en secreto. Por las noches, cuando la gyobang cerraba sus puertas, JooHeon exploraba los límites de su nueva naturaleza. Descubrió que podía mover pesadas arquetas* como si fueran plumas, que sus sentidos podían rastrear un jabalí a cien pasos de distancia y que la sangre de los animales del bosque calmaba el fuego interior que nunca cesaba.

—¿Ella, la Haengsu...? —MinHyuk comenzó a decir.

—Soo Ah —añadió JooHeon, sin despegar la mirada del piso—. Ese era su nombre.

MinHyuk asintió.

Kill them allWhere stories live. Discover now