28

6.2K 436 348
                                    

Es sábado, son las siete y media de la mañana. Thomas y yo estamos sentados dentro de un lindo Jeep blanco que acabo de arrendar a pesar de su insistencia por pagar la mitad de la renta; por supuesto que no se lo permití, ya que la invitación la hice yo y yo planeaba encargarme de todo lo que tenga relación con la palabra "dinero". Sin embargo, no quiere entenderlo.

No llevamos más de cinco minutos recorriendo las calles de Baton Rouge. Voy manejando con las manos firmes sobre el manubrio y la vista fija en el frente; mientras tanto, Thomas, quien está a mi lado en el asiento del copiloto, vuelve a quejarse por enésima vez después de haber permanecido en silencio con una cara de enfado bastante tierna, debo decir.

—¿Por qué no me dejaste pagar aunque sea la mitad? O solo una parte. —Lo miré de reojo y reprimí una sonrisa al ver su entrecejo arrugado y brazos cruzados por encima del pecho.
—Porque no quería que lo hicieras.
—Te dije que tengo dinero. También me pagan, ¿sabes?
—Por supuesto que lo sé, y no me importa —contesté con tranquilidad, mis ojos yendo de forma constante desde el parabrisas, espejo lateral, hasta el espejo retrovisor y, por un par de segundos, hacia Thomas.
—¡Por qué! Pagaste más de cincuenta dólares por el día y yo no aporté en nada. —Negué con la cabeza, riendo ante lo alterado que estaba.
—¿Y? No hay problema, yo quise hacerlo. Yo te invité, yo pago.
—Que me hayas invitado no significa que debas gastar una gran cantidad de dinero por los dos y yo siquiera pueda pagar un centavo.
—Thomas, yo quise hacerlo, ¿okay? No es una molestia ni obligación para mí, así que deja de enojarte tanto por esto.

Estaba calmado, de hecho, la situación llegaba a parecerme cómica; en cambio, Thomas seguía viendo el tema con seriedad y disgusto. Al parecer tenía un serio problema con que le quitaran su independencia económica o algo por el estilo.

El muchacho se reclinó y hundió en el asiento, cayendo con fuerza sobre el respaldo, los brazos todavía cruzados y ojos que contemplaban a través del parabrisas en forma continua. Resopló y volví a reír; juro que era como ver a un niño de cinco años haciendo una rabieta porque su mamá no le compró el juguete que vio en la tienda.

—¿Y de qué te ríes? —me preguntó a regañadientes, sin darme ni un solo vistazo.
—Y yo soy el menor aquí... —susurré.
—Te escuché.
—Genial, ahora deja de actuar como un niño y cambia esa cara.
—Es que... ¡Me molesta!
—Por Dios, Tommy. Tómalo como un regalo, nada más. Si quieres, después pagas por tu comida o lo que sea, pero deja de amargarte, ¿sí?

Me observó por un instante, puso los ojos en blanco y regresó la vista al frente.

—Bien. Puedes molestarte conmigo tooodo lo que quieras; yo no haré nada al respecto —repliqué con una sonrisa.

Minutos más tarde, el suave rugir del motor era el único sonido audible, en especial porque al ser tan temprano un día sábado, las calles de la ciudad se encontraban considerablemente vacías. La temperatura fue subiendo, así que bajé el vidrio a mi lado, sintiendo la fresca brisa chocar contra mi cara.

—Pondré un poco de música, ¿está bien? —anuncié queriendo saber si había problema con ello, aunque en realidad solo quería averiguar cuánto duraría sin hablar.

Ni una palabra. Me miró de reojo y luego a la ventana a su lado.

Prendí la radio en busca de alguna estación donde estuvieran tocando música de mi agrado, hasta que dejé de presionar el pequeño botón cuando escuché a Carly Rae Jepsen cantando, lo cual me hizo recordar que hace unas noches atrás Thomas mencionó cuánto detesta esta canción.

Esbocé una sonrisa malvada y subí el volumen del equipo casi hasta el máximo, para luego empezar a cantar y moverme como si fuera mi canción favorita.

Waiting Game ↠ dylmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora