Todos en la ciudad me quieren, me abrazan, me dicen "lindo conejito" por mis orejas suaves y mi manera de saltar cuando estoy emocionado. Pero nadie sabe, nadie sospecha, que detrás de esta fachada de algodón de azúcar, hay un filo rosa brillante, un cuchillo que corta gargantas con la misma facilidad con la que corto zanahorias para la cena. Mi pequeño secreto. Mi pequeño juego. Porque todo lo que hago, lo hago por él. Por Jimin.
Jimin, mi pantera, mi amor, mi todo. Con sus ojos afilados y su cuerpo que parece esculpido por un dios cruel que quiso torturarme con deseo. Él es detective, ¿saben? El mejor de la ciudad. Fuerte, implacable, con un olfato para el crimen que hace temblar a los maleantes. Pero conmigo... conmigo es suave, protector, un refugio de músculos y calor que me envuelve como si fuera lo único que importa en el mundo. Y lo soy. Lo sé. Porque él me lo ha dicho.
Porque nos amamos, porque yo soy suyo, y él mío. Y nadie, nadie, va a quitármelo.
Los rumores sobre Jimin son asquerosos. Dicen que es un hombre malo, un tipo de mala vida que solo me arrastrará a la ruina. Mis amigos, esos idiotas bienintencionados, siempre me advierten: "Jungkook, aléjate de él, es peligroso". ¿Peligroso? Ja. No tienen idea. No saben que el verdadero peligro lleva orejas de conejo y un cuchillo rosa con brillantina. No saben que soy ese asesino que limpia la ciudad de cualquiera que se atreva a mirar a mi Jimin con ojos codiciosos. Un guiño, una sonrisa, un toque en su brazo... y listo. Su destino está sellado.
...
Esa noche, estaba en un callejón oscuro, limpiando mi cuchillo después de encargarme de un tipo que tuvo la audacia de invitar a Jimin a un trago en el bar. El imbécil pensó que podía coquetear con mi pantera. Lo seguí, lo acorralé, y ahora su sangre decoraba el pavimento como una obra de arte. Mi arte. Estaba tarareando una canción infantil, limpiando la hoja con un pañuelo, cuando escuché un jadeo. Me giré, y allí estaba: un hombre, un don nadie, con los ojos abiertos como platos, temblando al verme. Me vio. Vio a Little Bunny en acción.
-Oh, no, no, no -susurré, sonriendo mientras daba un paso hacia él-. No debiste verme, pequeño ratón.
Corrió. Corrió como si su vida dependiera de ello. Y, bueno, así era. Pero no me preocupé demasiado. Nadie creería que el dulce Jungkook, el chico que regala galletas a los niños del vecindario, es un asesino. Nadie... Mi corazón dio un vuelco. ¿Y si ese idiota iba con Jimin? ¿Y si le contaba? No. No podía permitirlo. Guardé mi cuchillo, ajusté mi capucha, y me desvanecí en las sombras. Tenía que encontrarlo antes de que hablara.
---
Horas después, estaba en nuestro apartamento, temblando de paranoia. ¿Y si ese hombre ya había hablado? ¿Y si Jimin lo sabía? No podía soportar la idea de que me mirara con decepción. O peor, con miedo. Me acurruqué en el sofá, abrazando mis rodillas, mis orejas caídas, cuando la puerta se abrió. Era él. Jimin. Mi pantera. Entró con esa calma peligrosa que siempre me hacía estremecer, su chaqueta de cuero crujiendo, su aroma llenando el aire. Olía a peligro, a noche, a mío.
-Jungkook -dijo, su voz grave, como un ronroneo que me hizo apretar los muslos-. ¿Por qué estás tan nervioso, pequeño?
Me levanté de un salto, mi cola de conejo temblando. Intenté sonreír, pero salió torpe, falso.
-¿Nervioso? ¡No estoy nervioso! -mentí, mi voz demasiado aguda-. Solo... te extrañé, hyung.
Él ladeó la cabeza, sus ojos dorados brillando bajo la luz tenue. Se acercó, lento, como un depredador acechando a su presa. Mi corazón latía tan fuerte que pensé que lo escucharía. Se detuvo frente a mí, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo, y levantó una mano para acariciar una de mis orejas.
