―De... ¿que ya va a anochecer?

―No. De que esté hablando con un fantasma.

Mi pecho dolió un poco al escuchar las palabras de esa forma. Pero no me enojé, ni dije palabra alguna, ni siquiera un gesto.

―Buu ―dije en son de broma.

Jacob sonrió.

―Pues no me temes ―le dije.

―Claro que no ―contestó―. Te quiero.

Ambos sonreímos. El atardecer se hizo más oscuro y ya veíamos varias estrellas asomarse en el cielo nocturno.

El oficial anunció por el altavoz que en una hora estaríamos arribando en Vancouver.

Le dije a Jacob con la mirada que estaba bien. ¿Por qué? Bueno, él creyó que me molestaba el que él caminara junto a Anna y yo fuera detrás. La verdad no me molestaba. Al contrario, me sentía bien de no estar prestando atención a todo lo que decía ella. Jacob tenía cara de cansado. La siguiente parada era el hotel. Fuimos a la zona de taxis y nos subimos a uno. Yo iba adelante.

―¿Tienes hambre? ―le preguntó Anna de repente―. Yo muero por un sándwich aunque sea.

―Son las tres de la mañana ―dijo Jacob―. ¿Quién tiene hambre a esta hora?

―¡Patricio! ―dijo Anna animada. Jacob frunció el ceño y luego levantó una ceja. Anna no obtuvo la reacción deseada―. ¿El de Bob esponja? ¿El episodio donde se come una hamburguesa a las tres de la mañana?

Jacob bajó la ceja... y la volvió a levantar. Obviamente no entendía. No lo culpo; él no veía mucha televisión. Cuando éramos novios, toda la televisión que veía era cuando íbamos al cine. A lo mucho, veía las noticias al llegar a casa, o cuando no tenía sueño, o cuando encendía el televisor solo por darle uso a algo que había comprado. Nada más...

―Olvídalo ―dijo Anna finalmente.

Vi a Jacob por el espejo retrovisor. Él me sonrió, sonreí de vuelta. También noté que sus ojos se cerraban en largos parpadeos; tenía sueño. Y mucho. Conocía bien esa cara. Y si no me equivocaba, sabía que comenzaría a reírse de algo ridículo en cualquier momento. Solo había que esperar. Anna no dijo nada. Se quedó callada.

Paramos en un semáforo. El chofer nos dijo... les dijo, que en diez minutos llegábamos. Anna había escogido el hotel más cercano al parque donde se llevaría a cabo la feria. ¿O era en un hibernadero?

La risa de Jacob llamó mi atención.

―Ese perro es tan gracioso ―explicó.

Volteé por la ventana, noté que Anna se acercó también, por encima de Jacob. En la vereda había un perro... sentado... sin hacer nada... solo mirándonos. Jacob volvió a reírse. Sonreí. Un ladrido llamó mi atención otra vez, volteé y vi al perro parado en cuatro patas, justo fuera de mi puerta. Me veía. Estaba segura de que me veía. Su siguiente ladrido me confirmó lo que ya sabía.

El auto arrancó, el chofer estaba muy poco interesado en lo que hacía el perro. Jacob no dijo nada, estaba más dormido que despierto, pero se mantenía con los ojos abiertos.

Nos bajamos del auto y caminamos hasta la entrada del hotel. Jacob llevaba su equipaje, y el taxista ayudaba a Anna con el suyo. Jacob caminaba como zombie, pero este zombie solo quería tumbarse en una cama.

Anna se adelantó, luego de dar las gracias y propina al taxista, y se paró frente al mostrador de la recepción. Yo me quedé atrás con Jacob. Ambos vimos a la señora de cabello plateado que respondía a lo que fuera que Anna le estuviera diciendo, con una sonrisa.

―¿Estás bien? ―le pregunté a Jacob.

―Me estoy muriendo de sueño ―me dijo.

―Ya lo noté. No falta mucho. Aguanta, campeón.

Jacob sonrió. Soltó una risita y luego dijo:

―Te ves chistosa con esa ropa.

Mi sonrisa se fue borrando. Miré mi ropa, la que llevaba siempre. ¿Por qué no podía cambiarme de ropa? Ah cierto, no había una tienda para fantasmas.

―Creo que sí ―le dije, pero no pude seguirle la broma. Prácticamente me estaba diciendo que siempre me veía chistosa.

―Listo ―dijo Anna cuando se acercó a nosotros―. Habitación doble. ―Y levantó la tarjeta que le habían dado para poder entrar.

Subimos al ascensor. Pronto llegamos al piso que nos habían dado, era el séptimo. Debía tenía una vista asombrosa. Yo era, creo, la más emocionada porque Anna dejara de mirar el dichoso lector de tarjetas y la pasara rápido para que pudiéramos entrar. Pero no, ella había decidido estudiar el aparato.

―Increíble ―murmuró, más para ella que para Jacob, pero ambos la escuchamos. Miré a Jacob con una ceja levantada y él solo se encogió de hombros.

Anna abrió la puerta y dejé que ambos entraran primero. Cuando estaba entrando, juraría que vi una sombra pasar a toda velocidad detrás de mí, por el largo pasillo. Me detuve e inspeccioné el lugar con mi mirada, y no vi nada fuera de lugar, así que me convencí que había sido mi imaginación.

Anna se acercó a la ventana, una gran ventana justo al fondo de la habitación. Lo suficientemente grande como para que tres personas se juntaran y vieran por ella sin tener que amontonarse. Me acerqué y pude ver las luces de la ciudad. Todo tan callado. Estábamos dentro, pero aun así sentía el frío de la noche. Tan relajante.

Cuando Anna se volteó para decirle algo a Jacob, no lo vimos.

La habitación era algo grande, pero no tanto como para decir que era de ricos. Había una habitación que estaba dividida en dos, con cama en cada una. Ninguna tenía puerta, más que gruesas cortinas que daban al lugar donde estábamos nosotras, que yo catalogué como la mini sala más linda del mundo. Y pequeña. Con suficiente espacio para un juego de cuatro muebles, y mesitas por todos lados con floreros sobre ellas.

Un ronquido me hizo darme cuenta que Jacob ya había encontrado su cama, y no lo había pensado dos veces.

Escuché a Anna decir algo en voz muy baja, no entendí qué era, pero luego sonrió. Se acercó al sillón donde había puesto su maleta y sacó ropa, emprendiendo su viaje al baño.

Extrañamente, yo sentía algo, como la sensación antes o de dormir. Parecida a la sensación de descansar. Pero yo me cansaba. Debí estar pasando tanto tiempo con ellos, que ya mi mente me hacía este tipo de jugadas.

Me acerqué al lugar del que provenía el leve ronquido y vi a Jacob acostado boca arriba, dejando un espacio a un lado de la cama de una plaza y media. Automáticamente, me senté sobre el colchón y luego me acosté.

Miré el techo por un momento, escuché a Anna abrir y cerrar una puerta. De repente mis parpados no quisieron seguir abiertos, como si pensaran por cuenta propia. Así que cedí y los cerré, sintiendo como el sueño iba ganando cada vez más terreno sobre mí.

Amor O Castigo [AOC #1]Where stories live. Discover now