"𝑻𝒉𝒆 𝑺𝒖𝒎𝒎𝒆𝒓 𝑾𝒆 𝑪𝒐𝒖𝒍𝒅𝒏'𝒕 𝑻𝒆𝒍𝒍"
El verano que no pudimos contar.
|•En un verano lleno de secretos y emociones a flor de piel, Ana y Conrad se encuentran compartiendo una aventura que nadie puede descubrir. Entre miradas furtivas...
Me estaba poniendo la camisa cuando escuché los golpecitos suaves en la puerta. Era mamá, asomándose con esa sonrisa frágil que usaba últimamente, como si no quisiera preocuparnos.
—¿Tienes un minuto, Connie?
—Claro, mamá. —Me giré para darle espacio y que entrara.
Se sentó en el borde de la cama, acomodando la tela de su vestido con calma. Parecía una reina preparando su discurso.
—Estaba pensando… para el baile —empezó, mirándome con esa mezcla de ternura y picardía—. Me gustaría que acompañaras a Belly.
Tragué saliva. —¿A Belly?
—Sí. —Sus ojos brillaron. —Ella te admira, te adora, y sé que sería importante para ella. Además, los dos se verían hermosos juntos, como sacados de un cuento.
Me pasé la mano por el pelo, incómodo. —¿Y por qué no le dices a Jere? Seguro él estaría encantado de ir con ella.
Mamá me lanzó esa mirada que significaba “sé más listo de lo que estás siendo”. —Porque no es lo mismo. No lo ve igual con él… pero contigo sería especial.
No respondí de inmediato. Solo asentí despacio. —Quizás. —Fue todo lo que dije, pero no porque lo estuviera considerando en serio.
En realidad, mi cabeza estaba en otra parte. En Ana.
¿Y si le preguntaba a ella qué opinaba? ¿Qué pensaría de todo esto? ¿Le importaría? ¿O fingiría que no, como siempre que trata de esconder lo que siente?
Una parte de mí quería aceptar solo para ver si Ana reaccionaba. Para comprobar si lo nuestro le dolía, si le pesaba tanto como a mí cada vez que la veía sonreír con alguien más.
Suspiré, ajustándome el cuello de la camisa. Mamá siguió hablándome de lo lindo que sería, pero yo ya estaba en otro mundo, pensando en la chica equivocada.
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POV Ana
Me había quedado tirada en la cama, mirando el techo como si allí fueran a aparecer respuestas a todas mis preguntas. El vestido que Susana me había puesto todavía estaba sobre la silla, mirándome con reproche.
El celular vibró y me incorporé de golpe. Era un mensaje de Conrad.
“¿Podemos hablar?”
Mi corazón dio un brinco. Mordí mi labio, porque ese “hablar” podía significar cualquier cosa: desde “me olvidé mi libro en tu cuarto” hasta “estamos cometiendo un error y hay que terminar con esto”.