preguntas del corazón

01 | i'm only me when i'm with you

—Alex.

Suspiré.

—¡No es nada, tranquilo! Solo fue... un libro.

Escuché que suspiró con alivio, luego una pequeña risa ronca antes de hablar.

—¿Quieres que le mande un mail a la autora para denunciarla por daños emocionales? —se escuchó un ruido, como si se levantara.

—Por favor.

—Vamos al Bosque Secreto.

—Es tarde.

—Y seguís despierta.

Rodé los ojos, pero igual sonreí.

—Está bien, un ratito.

—Dame diez, me pongo una camisa y te llevo helado.

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Noah me esperó en la entrada del BSAN (Bosque Secreto de Alex y Noah), que estaba detrás de nuestras casas, con un bol de helado de vainilla con chocolate, mi favorito.

Llevaba un abrigo gris de algodón con letras grandes en el pecho: LONG LIVE TAYLOR SWIFT.

Y yo... una colcha de Dora la Exploradora en la espalda.

Muy sexy de mi parte.

Entramos, hicimos una fogata improvisada con un encendedor viejo y nos sentamos en un tronco.

El Bosque Secreto estaba iluminado por las luces desgastadas de Navidad que colgaban de los árboles y el fuego.

—Entonces, ¿cómo ese horrible libro te destruyó? —preguntó, exagerando la palabra.

Abrí el bol de helado y agarré una de las cucharas de plástico que trajo.

Me metí una bola de helado a la boca.

—Bloqueo creativo.

—Y para distraerte... terminaste peor.

—¡Exacto! ¡Y gasté mi dinero en esa cosa! —me metí otra bola de helado a la boca—. O sea, sí, me había hecho llorar más de una vez, pero igual.

—¿Un final abierto, una pelea tonta entre los protagonistas, una traición...?

—Las dos últimas.

Negó con la cabeza, pero su sonrisa burlona se suavizó un poco.

—¿Era el libro que compraste el mes pasado, no?

Asentí, tragando helado.

—Lo sabía. Me llamaste como seis veces a la semana para contarme sobre él. Y mensajes de voz de dos minutos mínimo.

Giré la cabeza para encararlo. Él ya me estaba mirando.

—Eso fue una queja, ¿no?

Noah puso su mirada en la fogata y estiró las manos hacia el fuego.

—No dije que lo fuera.

Entrecerré los ojos y volví al helado.

—Sabes que podrías haberme llamado, ¿verdad? Si estabas triste —dijo suave.

—No es para tanto... —susurré.

Bueno, sí que fue para tanto... Ahora parezco Rodolfo el reno.

—Tienes los ojos rojos.

—No es mi culpa que el libro me haya llegado tanto. Todo parecía una comedia romántica y luego... —hice un gesto con las manos— ¡pum!