4. El juego de no preguntar

3 1 0
                                        

• Septiembre, 1973

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

• Septiembre, 1973

Phoebe Pettigrew ya no era invisible.
Había dejado de serlo sin proponérselo.
No alzaba la voz para destacar. No buscaba risas ajenas. No necesitaba impresionar.
Y aun así, empezaba a notarse.

Porque cuando hablaba, lo hacía con seguridad, y los demás —sin saber por qué— se inclinaban a escucharla.
Porque su risa, escasa pero auténtica, era el tipo de sonido que atrapaba la atención... incluso de los retratos colgados en los pasillos.
Y porque, cuando empuñaba su varita, cada encantamiento salía con firmeza y control.

Era buena.
Era observadora.
Y con esa mezcla de mente afilada, carácter reservado y un sarcasmo que usaba como una daga envuelta en terciopelo, Phoebe se estaba volviendo imposible de pasar por alto.

No era la más popular, ni la más escandalosa.
Pero estaba allí.
Presente. Constante. Inconfundible.

Y eso... eso empezaba a incomodar a alguien en particular.
Alguien que llevaba años brillando mejor cuando ella no decía nada.

...

En el comedor, el escuadrón del caos comenzaba a hablar de ella con más frecuencia.

Todo empezó una mañana de octubre, cuando James Potter se quedó mirando fijamente hacia la mesa de Hufflepuff con una tostada a medio comer colgándole de la boca.
Remus hojeaba su libro. Sirius removía distraídamente su café. Peter intentaba parecer invisible.

—Oye... —murmuró James de pronto, con la boca medio llena—, tu hermana está como... diferente, ¿no?

Peter frunció el ceño y alzó su pergamino con dramatismo innecesario.

—No sé de quién hablas.

—Peter —intervino Remus sin apartar la vista de la página—, tiene tu misma cara de ardilla en estado de pánico. Es obvio que son hermanos.

—No lo somos —espetó Peter, demasiado rápido.

Sirius alzó las cejas y apoyó el codo en la mesa.

—Claro que no. Solo tiene tu apellido, tu nariz... y ese mismo tonito irritado que usas cuando alguien toca tus cosas.

James soltó una risita.

—Preséntanosla, ¿no? Digo, ya va siendo hora.

Peter bajó lentamente el pergamino. Sus ojos se clavaron en su plato, incómodos.

—¿Para qué? No les interesa. Solo es... es Phoebe.

—Exactamente —dijo Sirius, cruzándose de brazos con expresión sospechosa—. Eso es raro. O está fingiendo que no le importamos... o no sabe con quién se mete.

Remus dejó caer el libro con un suspiro exagerado.

—O tal vez no quiere meterse con nadie. Tal vez solo quiere vivir en paz.

Absolute Beginners  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora