Intento caminar lo más equilibrado posible y me siento frente a ella. La veo tratar de quitar el rimel bajo sus ojos hinchados y limpiar su nariz con el dorso de la mano.

—Hueles a alcohol —se queja cuando suelto un suspiro, sin embargo la ignoro y me centro en lo triste que luce.

—¿Qué pasó ahora? ¿Por qué estás... así? —cuestiono haciendo un gesto con mi mano. Su labio inferior comienza a temblar con fuerza y es entonces cuando noto una mancha morada empezar a aparecer en su mandíbula.

Ni siquiera me doy cuenta de que me he acercado para poder verla mejor hasta que ella la tapa y se inclina hacia atrás.

—Nada —miente—, solo... terminé con Oscar. No funcionó lo de nosotros.

Su mirada rehuye de la mía y la posa en la mano sobre su regazo.

—¿Te golpeó? —pregunto sintiendo mi sangre hervir. Ella no responde y esa es la única prueba que necesito—. Si lo llego a ver...

—No lo harás —me interrumpe—. Se fue. Él... se fue —murmura, su voz rompiéndose al final.

Comienza a llorar sin control cuando no puede disimular más y sé que debo cuidarla a mi manera como lo he hecho desde que tengo memoria. Me acerco y la abrazo por los hombros. Dejo que llore todo lo que tenga que llorar, que empape mi camisa y se deshaga un poco del dolor que la corroe por dentro.

Es mi madre y me duele verla así cada vez que rompe con algún imbécil. Me duele que sufra, que yo no sea suficiente para querer dejar su estilo de vida, que no aprenda nunca la lección.

Siempre anda por ahí buscando consuelo en los hombres, tal y como Kea me dijo que hacía.

Kea. Kea. Kea.

Mis pensamientos vuelven a ella mientras froto la espalda de mi mamá y espero que sus lágrimas cesen.

Me cae bien. Es linda, ha sufrido mucho y... no quiero que en quince años se encuentre llorando en el hombro de su hijo porque otro imbécil se ha aprovechado de ella. Lo que debo hacer es conseguirle a alguien, un tipo decente que la cuide.

Una loca idea se cruza por mi mente y sacudo la cabeza para deshacerme de ella. Sin embargo no se va. Se queda rondando en mi interior toda la noche después de que mi madre ya ha caído dormida.

Necesita a un hombre que no vaya a dañarla, que la proteja incluso de ella misma... ¿y quién mejor que yo para ello?

.

.

El olor del desayuno me hace despertar con el estómago revuelto. Las bebidas de anoche están empezando a hacer su efecto, por lo que me pongo de pie con dificultad y me encamino al baño.

El sonido del aceite chisporroteando en la cocina al final del pasillo me hace fruncir el ceño confundido. Mi mamá no cocina; es mala en ese aspecto y ella misma lo admite.

El eco de dos voces femeninas amortiguadas charlando me sorprende. Ella nunca trae a nadie a casa, solo a sus novios de turno.

Entro al baño, me lavo los dientes y enjuago mi cara antes de salir y encontrarme con mi mamá apoyada en la barra conversando con Kea.

—Hola —me saluda con una rápida sonrisa.

No puedo evitar sorprenderme.

Está en mi casa, en mi cocina, haciendo comida y platicando con mi madre. Y yo... me siento extraño por tenerla invadiendo mi vida privada. La sorpresa rápidamente se convierte en irritación.

—¿Qué haces aquí? —pregunto molesto. No me gusta para nada que haya venido sin avisarme.

—Tu amiga se preocupó por ti y vino a ver cómo estabas —dice mamá ajena a mi molestia—. ¿No es dulce?

Los ojos de Kea se fijan en los míos y me retan orgullosos a que contradiga a mi madre.

—Lo es —digo entre dientes—. Ven, Kea. Vamos fuera.

Kea sonríe mientras bate lo que sea que haya en el sartén y luego apaga la estufa.

—Primero come algo.

—No. Primero hablemos. —Entro a la cocina y la saco del brazo mientras se queja y mi madre me dice que no sea grosero con mi invitada.

Las ignoro a ambas y, sin soltar a Kea, abro la puerta y nos guío al exterior.

—Qué bruto eres —gimotea sobando su brazo una vez que la suelto.

Me planto frente a ella y cruzo mis brazos sobre el pecho.

—Ya me lo han dicho. Ahora, ¿me puedes decir que haces aquí? —exijo saber.

En verdad odio que invadan mi privacidad y esto que ha hecho ella, llegar sin ser invitada, lo tomo como una invasión a mi vida personal.

Su ceño se frunce como si no supiera de lo que hablo y se encoje de hombros desviando su mirada a la calle tras nosotros.

—No fuiste a la escuela y quise saber si había pasado algo ayer después de que habláramos. No sueles faltar y yo... Uh, como que me preocupé un poco —admite en un susurro.

Veo sus rasgos delicados y me digo que debo controlarme. No atacarla ni ser grosero. Me recuerdo lo que estuve pensando la noche anterior y me obligo a sonreírle, mientras que en el interior muero de ganas por zarandearla y decirle que no vuelva a visitarme así de la nada.

Doy un paso más cerca de ella y acomodo un mechón de cabello que se ha soltado de su coleta, gesto que la toma con la guardia baja y la descoloca un poco haciéndola abrir los ojos con sorpresa.

—Gracias —digo sonriendo de medio lado—. Por preocuparte y venir. Aunque no es raro que falte. Supongo que no te habías dado cuenta antes.

Mis dedos bajan por su mejilla, su cuello y su brazo hasta llegar a sus delgados dedos erizándole la piel en el paso.

La veo tomar un tembloroso aliento profundo y sé que esto no va a tomar mucho tiempo. Sin duda puedo lograr que Kea se enamore de mí en un corto espacio de tiempo.

Besos que curan [ADL #2] ✔Where stories live. Discover now