—Lo sé —asentiste con cariño en la voz, dejando el teléfono a un lado—. Es... especial.
Foreman te observó por un instante más. No dijo nada. Solo volvió al trabajo con una expresión que decía que, por supuesto, ya lo había notado desde hacía mucho.
Volviste a concentrarte en los huesos frente a ti, pero en tu cabeza ya veías la escena del sábado por la noche: la cocina oliendo a canela, Spencer descalzo en tu sala con una manta encima, repitiendo frases de la película mientras tú fingías molestarte aunque ya sabías todos los diálogos de memoria. Y por alguna razón, ese pensamiento bastó para que trabajar el resto del día se sintiera un poco más liviano.
...
Reías por lo bajo al ver a Spencer inquieto, moviéndose como si llevara demasiada cafeína encima mientras estaba sentado en la barra de la cocina de tu pequeño departamento. Tenía los codos apoyados sobre la encimera, los dedos tamborileando al ritmo de alguna melodía que probablemente solo sonaba en su cabeza.
—Spen, si no te quedas quieto, voy a ponerle espinaca a los rollos de canela —dijiste sin mirarlo, enfocada en acomodar con precisión la última hilera en la charola metálica.
—Eso es sacrilegio culinario, Mal —respondió enseguida con fingido dramatismo, llevándose una mano al pecho—. Y una ofensa directa a la poesía.
Negaste con la cabeza, aguantándote la risa mientras cerrabas la puerta del horno con cuidado y te incorporabas. Apenas te diste la vuelta, viste cómo Spencer salía disparado hacia el sillón, tomando el control remoto como si su vida dependiera de ello.
—¡Dead Poets Society va primero! No acepto quejas.
—Nunca me das opción —comentaste divertida mientras te limpiabas las manos y te sentabas a su lado.
Spencer ya tenía la manta en las piernas y la estiró sin decir nada, dándote una esquina. Te recostaste con calma, acomodándote entre los cojines del sofá viejo, con el calor del horno llenando el ambiente de olor a canela y azúcar. Sabías lo que venía: los primeros minutos de la película aún pasaban cuando él empezó a recitar los diálogos, palabra por palabra, con esa voz suave pero firme que usaba cuando repetía algo que sabia por la memoria eidetica.
—"No leemos y escribimos poesía porque sea bonita. Leemos y escribimos poesía porque pertenecemos a la raza humana..." —susurró, como si lo dijera para sí mismo, aunque sabías que lo hacía también para ti.
—¿Y si algún día olvidas los diálogos? —preguntaste en voz baja, apoyando la cabeza en su hombro.
—No voy a olvidar. Pero si lo hiciera, me los recitarías tú —respondió tranquilo, como si fuera la cosa más obvia del mundo.
Pasaron unos minutos más y el aroma en la cocina te llamó. Te levantaste con calma, estirándote un poco, y fuiste a revisar el horno. Sacaste un guante de cocina del cajón y te agachaste para revisar. Mientras esperabas el cronómetro, miraste el celular. Un nuevo mensaje iluminaba la pantalla.
"¿Vas a estar mañana en el laboratorio? El doctor Foreman pidió que preparemos el caso del entierro múltiple."
Era de uno de los chicos nuevos en pasantías. Tomas, o Tomás, algo así. Le respondiste con un "sí, a las 7", justo cuando sentiste que alguien se acercaba detrás de ti, en silencio. Apenas giraste la cabeza y...
—¡Spencer! —exclamaste, sobresaltada—. ¡Me asustaste, tonto!
Y sin pensarlo, le diste un pequeño golpe en el pecho con el guante de cocina, lo suficiente para que retrocediera con una risa contenida.
—¡Yo solo quería ver cómo iban los rollos! —protestó con las manos alzadas—. No sabía que estaba metiéndome en zona de combate.
—Te metiste en zona de no me asustes o te lanzo con la charola —respondiste entre risas, abriendo el horno y sacando cuidadosamente los rollos dorados y humeantes. El dulce olor invadió la cocina como una caricia.
Spencer se apoyó en la barra, con los ojos fijos en ti mientras comenzabas a servir.
—¿Y quién era el del mensaje? —preguntó con tono casual, aunque tú conocías a Spencer como para notar la pequeña tensión en sus cejas.
—Un chico que entró hace poco a las pasantías con Foreman —respondiste sin levantar la vista. Tomaste un cuchillo para separar los rollos de la charola con movimientos precisos.
—Hmm... —fue todo lo que dijo al principio. Luego agregó—: ¿Y te escribe así como... seguido?
Te giraste, con una media sonrisa que no pudiste ocultar. Sabías a dónde iba todo esto.
—Spen —dijiste en tono burlón—. ¿Estás celoso?
—¡No! —exclamó enseguida, cruzándose de brazos como si eso reafirmara su postura—. Solo digo que... como tu mejor amigo, tengo la responsabilidad moral de cuidarte de los chicos raros y universitarios con exceso de gel y palabras técnicas.
—¿Eso es una descripción precisa o es porque esos son los que te desagradan? —bromeaste, mientras le despeinabas el cabello con una mano.
Spencer se dejó hacer, pero murmuró algo entre dientes.
—Solo digo... esos tipos siempre se creen muy listos.
—Bueno, algunos lo son —respondiste con picardía, entregándole un plato con dos rollos recién hechos—. Pero tú eres más listo que todos. Ahora vamos. La poesía nos espera.
Volvieron al sofá, él todavía murmurando cosas como "no es competencia, pero si fuera la ganaría". Te recostaste junto a él de nuevo, compartiendo el calor de la manta mientras el azúcar se derretía en tu lengua y la voz de Keating volvía a llenar la habitación.
—Spen —dijiste en voz baja, girando el rostro hacia él—. También tú cuídate de las chicas raras, ¿sí?
Él te miró un segundo, fingiendo que no entendía.
—¿Lo dices por Sam, la del club de ajedrez que me dejó un poema en código binario?
—Lo digo por todas —susurraste con una pequeña risa.
Y él asintió, en silencio. Luego, casi en un murmullo, repitió:
—"Carpe... carpe diem. Aprovechad el día, chicos. Haced que vuestras vidas sean extraordinarias."
Y por alguna razón, ese momento lo fue.
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Interwoven lines - Spencer Reid
Fiksi Penggemar⏳ Laura Malou Lombardi es una brillante antropóloga forense, cuya destreza para reconstruir historias a partir de los huesos la ha convertido en una pieza fundamental del Jeffersonian. Spencer Reid, genio de la BAU, es un perfilador excepcional, ca...
✨ Delphinus ✨
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