—¿Qué? Ni siquiera me lo has consultado —reclamo, realmente molesta. Ya me basta con saber piano.

—Lo siento. El joven tiene diecinueve años, sólo te lleva dos —me dice guiñándome el ojo. La ignoro—. Vamos, tienes que conocer gente, nuevos amigos. ¿Extrañas a tus viejos amigos? —me pregunta.

—No —espeto—. Yo fui la que quiso mudarse lo más lejos posible de todos aquellos, ¿lo olvidas? Y ustedes accedieron.

—Bueno, sí —acepta cabizbaja y después de un segundo reacciona—. Por Dios Santo, ¡voy a llegar mucho más tarde! —grita.

—Ya vete, pues —la largo.

—Grosera. Espero que no trates así a Osvaldo
—canturrea.

—Ya, mamá —me giro y subo a mi habitación.

Decido darme un baño en mi bañera y abro la puerta corrediza que la esconde. Tomo una toalla que doblo varias veces y la acomodo en el lateral de mi mano derecha que da con la puerta corrediza. Me muevo hasta la orilla de mi silla y tomo mi pierna izquierda para introducirla, por encima de la toalla que coloqué, en la tina. Mi mano izquierda la apoyo a un lado de la pierna que ya está dentro y con mi mano derecha me sujeto de la pared de a un lado de la puerta corrediza, impulsándome para posicionar mi trasero en el lateral, sobre la toalla. Enderezo el pie que se encuentra adentro y apoyando mi mano izquierda en el lateral del lado de enfrente, impulso con mi mano derecha mi pierna derecha para que también entre. Cuando mis dos piernas ya están dentro y estoy sentada, me quito la ropa y me apoyo de ambos laterales para adentrarme en la bañera.

Me doy un baño extenso para relajarme y compensar todo el proceso, permitiéndome pensar en ese tal Osvaldo y en la tonta razón por la que aceptaría darme lecciones.

Tonto. Tonto. Tonto.

Salir, conlleva el mismo proceso que entrar, pero al revés. Mamá a insistido en contratar a alguien para que me ayude, no obstante, me he negado fuertemente. Es algo que puedo hacer, no con la misma facilidad ni de manera descuidada, pero tengo que hacer algo. En el baño, hay dos botones de alarma de emergencias, al igual que en mi habitación y en el resto de la casa donde puedo estar propensa a accidentes.

Me visto con un short, una blusa holgada de tirantes y unas sandalias. Después, me pongo a resolver unos problemas de matemáticas. Mi institutriz no viene hoy por problemas familiares, ella suele hacerlo a las once de la mañana para darme clases sólo a mí. Es viernes, pero los fines de semana opto por no hacer nada.

A las una y cuarenta, termino de hacer mis deberes, y aburrida, como siempre, apago la televisión de mi habitación y bajo a la terraza para leer uno de mis pocos libros favoritos, "Bajo la misma estrella". Esta es la octava vez que lo leo, pero no me canso de hacerlo desde que lo compré. Me hace sentir inimaginablemente afortunada cuando lo tengo en mano, pero al soltarlo, no sé ni como me siento, pensar en la muerte como una opción para disipar mi mal sentir, no es una opción, sin embargo, dejar de sentir odio por mi vida, parece tampoco serlo.

Me sobresalto cuando oigo sonar el timbre de la puerta principal y recuerdo que viene ese chico a darme clases.

Uff.

Salgo de la terraza rumbo a la entrada principal, abro la puerta y lo encuentro allí. Lo primero que noto es que su tamaño es considerable, a parte, su cabello es castaño oscuro y está peinado hacia atrás, tiene una fina barba y unos ojos achinados color avellana.

—Hola, Meilyth —saluda moviendo su mano—. Soy Osvaldo —dice y me sorprendo al escucharlo hablar en un muy buen español y no en alemán, ya que mi padre con todo y que ha vivido durante casi toda mi existencia en el país donde nací, todavía mantiene su acento.

Todo Cambió | Disponible en AmazonWhere stories live. Discover now