Único Adiós

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El rocío humedecía el diverso ecosistema. Los animales se fijaban en un ser externo a ellos, algunas criaturas que habitaban los árboles también se fijaban de este; se trataba de un malhumorado sátiro que caminaba con arco en mano: su única encomienda.

Murdoc, como se llamaba aquel flaco y poco atractivo individuo (Debido a sus tonos de piel y pelaje) refunfuñaba malas palabras hacía su progenitor.

Vivía escondido, atado a su casa por su mala reputación de mal cazador, bueno para nada, decadente e hijo de un sátiro hipócrita y lujurioso. Los demás sátiros se desquitaban con él diciendo que era igual o incluso más soberbio y cruel que su padre. Simplemente unos marginados.

La ira de nuestro sátiro se centraba en su mala suerte y la mala imagen que le daba su padre; todos los veían como cobardes y traicioneros.

Sucede que, su padre era todo por lo que los demás sátiros le juzgaban. Sin embargo, Murdoc no era así, y esto siempre le enfureció de sobremanera. Aunque le fuera mal en la cacería, nunca dejaría a los suyos sin alimento cuando este le fuese pedido, y aunque tardara días enteros intentando cazar un animal sin causarle dolor innecesario, sus flechas siempre se desviaban.

En este momento, Murdoc tenía fijada a una liebre que comía hierba junto a un arroyo, preparó su arco, apuntó como pudo, y disparó. No hace falta decir que falló el tiro.

Suspiró, pensando en que le iría mejor cazando algo rápido con su lanza, así que decidió seguir a la liebre; la cual veloz llegó a un lago, cómplice de un hermoso escenario de distintas clases de aves y otros animales tanto terrestres como acuáticos.

Murdoc se encaminó hasta el cuerpo de agua y tomo un poco de esta. Los seres marinos le cautivaron por completo, eran de tan profundos colores. Se acercaban sumisos a sus manos, las cuales tenía sumergidas. El sátiro de tonos oscuros guardó hábilmente su arco en su espalda y tomó su lanza, y triste por herir a su naturaleza, pero haciéndolo por necesidad, apunto desanimado hacía las criaturas de agua.

De repente, escuchó una hermosa melodía que lo dejó inmóvil. Se detuvo, guardó su lanza e intentó oír aquella endulzante voz. Venía de muy cerca, detrás de unas lianas y juncos que aguardaban a la criatura que la emitía. El sátiro se apresuró a observar, corrió lo más cerca que pudo y, en silencio, se ocultó tras la maleza y algunas piedras cerca a la orilla del lago. En frente de él, majestuosa, yace una bella y esbelta figura femenina, de cabellos abundantes y azules que dejaron a nuestro sátiro boquiabierto.

Una hermosa ninfa mecía vanidosa sus piernas en el agua del lago, sentada en una roca mientras que de sus delicados labios salían dulces palabras entonadas en bella música. Su único ropaje era la más bellísima seda de tul, casi transparente, que dejaba ver su cuerpo delgado y pálido. En su cabeza reposaba una tiara de perlas, que a comparación de su cara, no hacían más que adornarla inútilmente, porque la belleza de su rostro opacaba a las envidiosas piedritas.

Se trataba de la preciosa ninfa náyades Stella, respetada (pero odiada) por las demás ninfas por su inocencia de mente y cuerpo sagrado.

La doncella mantenía sus ojos cerrados, concentrada en su letra mientras trenzaba, ondulaba y cepillaba sus cabellos de distintas formas. No tenía prisa, disfrutaba de la calma.

El de cuernos quedó encantado con tal ángel, y, espiando torpemente, su pezuña resbaló en una roca musgosa ocasionando que este cayera al lago, soltando un grito ahogado y una fuerte salpicadura.

Stella, sorprendida, huyó sumergiéndose en el lago, pero no sin antes ver lo que había ocasionado tal ruido, le preocupaba que fuese un centauro.

ᎷᎧᏒᏋ ᏖᏂᏗᏁ ᎷᏋ  [2Doc]Where stories live. Discover now