CAPITULO VIII

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El reloj de pared del dormitorio de Francesca marcaban las once de la noche. El cansancio y la nostalgia comenzaban a jugarle una mala pasada; siempre le sucedia cuando llegaba la noche. Sacudio la cabeza y se esforzo por sonreir y no pensar. Contestaria la carta de Marina y, agotada,se iria a la cama.

Le escribio a su amiga asegurandole que aun no la habian raptado ninguna caravana de beduinos y que no habia perdido la virginidad en ningun oasis. Le gustaba Marina. Siempre contenta y optimista, tenia el don de arrasar con el abatimiento. Termino la carta pidiendole que le contestara pronto porque la hacia reir.

Ya en cama, releyo el informe sobre Jeddah que entregaria a su jefe a primera hora. Al rato, apago la luz, rezo brevemente y se dispuso a dormir.《Jamas pense que una argentina fuera mas hermosa que las mujeres de mi pueblo》. La voz del arabe que habia conocido esa mañana la desvelo por completo. Se reprocho la falta de tacto y cortesia: debio presentarse, debio decir algo, buenos dias quiza, o disculparse por haber entrado sin llamar. Se habia quedado muda, observandolo avanzar hacia ella y, luego, frente a frente, se dejo dominar por esa extraña sensacion de miedo y ansiedad. Si, miedo. ¿Acaso no se trataba de un arabe, un hombre brutal, de habitos salvajes y retrogrados, un ser primitivo despojado de toda cortesia hacia la mujer, considerada poco menos que un animal? 《Jamas salgas de la embajada sin la abaaya》, le habia advertido Sara. La mutawa, como se llamaba la policia religiosa, famosa por su rigidez y crueldad, la aporrearia duramente solo con ver que llevase descubiertos los tobillos.

En cuanto el arabe, tambien habia experimentado una clara ansiedad. Aunque no, seguramente se trataba del mismo miedo; el golpeteo del corazon y el cosquilleo en el estomago eran producto del susto, de la sorpresa. Ninguna ansiedad. Aunque debia admitir que, pese a la tunica y al tocado, lo habia encontrado atractivo, dueño de una belleza exotica que la habia impresionado; por cierto, un estilo completamente distinto al de Aldo.

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Una semana mas tarde, a principios de noviembre, el calor parecia de verano.《¿Nunca hace frio aqui?》, se fastidio. En el estudio del embajador, sin embargo, se estaba a gusto; durante las horas de sol mas agobiante mantenian los postigos cerrados y, en el crepusculo, los abrian de par en par, permitiendo que la brisa de la tarde llevase dentro la frescura del parque . Ese dia, en especial, le interesaban los detalles en el despacho de Dubois: habia conseguido flores que perfumaban y coloreaban el ambiente, algo apagado a causa del tradicional verde musgo de los sillones y el beige del cortinado; Sara se habia esmerado en el pulido del parque y de la plateria; y Yamile terminaba de colocar sobre la mesa bocaditos y bebidas frescas para los invitadoa del embajador.

《Es una excelente oportunidad de negocios para la Argentina》, le habia comentado Mauricio al referirse a la reunion de esa tarde. Varios empresarios de Jeddah de visita en la capital, interesados en ampliar las fronteras de sus negocios, habian aceptado la invitacion del joven y flamante embajador argentino.

Kasem, en su rol de mayordomo, hizo entrar en el despacho de Mauricio a tres hombres, uno evidentemente arabe, a pesar de su traje occideltal, y dos ingleses. Francesca les dio la bienvenida, los invito a sentarse y les ofrecio de beber. Acto seguido, comunico que el embajador no tardaba en llegar y les entrego un informe sobre las ventajas de invertir en la Argentina que, sugirio, podian hojear mientras lo aguardaban. Aparecio Dubois, elegantemente vestido y perfumado, e indico a Francesca a retirarse. Encontro a Sara en el corredor que recogia pedazos de loza del suelo y lloriqueaba silenciosamente.

-¿Que paso? ¿Te lastimaste? -pregunto Francesca alarmada, y se puso en cuclillas. Tomo las manos nudosas y llenas de callos de la argelina, y comprobo que no se hubiese cortado.

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