El trance en el que parecía haber caído Beomgyu se desvaneció al escuchar la voz de su amigo.

—Pase, detective.

—Gracias.

Beomgyu continuaba sin pronunciar palabra a tan solo un par de pasos de él.

—Bueno, sí me disculpan, hay trabajo que me espera en la cocina. — Dio media vuelta y desapareció de la sala mientras sus labios se curvaban en una sonrisita traviesa.

—¿Quiere tomar un café? —Se estaba poniendo nervioso y sus manos comenzaban a sudar.

—No, gracias, no se moleste. —Yeonjun procuró ignorar la emoción que bullía en su interior al volver a verla.

—Siéntese —le indicó.

Yeonjun lo observó mientras se ubicaba en la orilla del sofá. No supo sí sentarse frente a él o a su lado; siguió sus deseos y se sentó junto a él.

—Usted dirá —dijo él finalmente, e hizo añicos el silencio que comenzaba a hacerse cada vez más tenso.

Yeonjun estiró su brazo por encima del respaldo del sofá y sus dedos casi tocaron el cabello de Beomgyu que caía sobre su espalda en una cola de caballo. Se preguntó qué se sentiría al enterrar los dedos en aquella mata de suave cabello castaño y lentamente liberarlo de la banda de goma que lo contenía para dejarlo caer libre sobre sus hombros.

Beomgyu se movió inquieto. Cuando lo hizo, su rodilla desnuda rozó la tela áspera de los vaqueros que Yeonjun llevaba. La suave fricción provocó en él una marejada de sensaciones que subieron hasta su garganta. Entonces él lo miró y Yeonjun apenas pudo contener el impulso de tomarle el rostro y besarlo. Respiró hondo un par de veces; debía concentrarse en su trabajo y pensar en la protección de Beomgyu. Sin embargo, inevitablemente, sus pensamientos se desviaban en otra dirección.

—He querido venir y saber cómo estaba. —Sus ojos se posaron en los labios entreabiertos de él.

Beomgyu intentó procesar en su cerebro lo que aquellas palabras significaban. Sabía que, tal vez, solo formaba parte de su trabajo como policía. Después de todo, era uno de sus deberes velar por el bienestar de las personas, pero la manera en que él lo había mirado mientras se lo decía le hizo pensar otra cosa. Estaba preocupado por él y por su seguridad, preocupado por lo que pudiera pasarle, y había venido hasta su casa, en medio de la noche, para saber cómo se encontraba. Descubrir aquello no lo incomodó; muy por el contrario, la hizo sentirse más seguro.

—No voy a mentirle —empezó a decir—. He tratado de aparentar fortaleza ante mi hermano y mi amigo, pero por dentro, estoy destrozado. No solo es la muerte cruel de Otelo, sino todo lo demás; los crímenes, mi secuestro, ese hombre, usted...

—¿Yo?

—Sí, usted pretende cosas de mí y no sé si podré dárselas. Aparece en mi vida y me dice que necesita mi ayuda para detener a un asesino; me pide que recuerde una época de mi vida que preferiría no desenterrar nunca de mi memoria.

—Lo siento; nunca he querido presionarlo, Beomgyu.

—Sé que lo siente y que solo está tratando de hacer su trabajo, pero le pido que me entienda a mí también. —Lo observó mientras él apartaba un mechón de cabello todavía húmedo de su rostro.

—Créame que nunca habría deseado que se involucrara en todo esto, pero lamentablemente hay alguien más, allá afuera, que desea todo lo contrario. —Se moría de ganas de abrazarlo y de probar esos labios que se movían inquietos de un lado a otro mientras lo escuchaba. Probar el sabor de su boca y embriagarse con él hasta perder la razón.

Si Beomgyu no se hubiera puesto de pie, en aquel preciso momento, habría terminado por ceder a sus instintos; y sabía que luego se arrepentiría de una locura como esa.

Caminó hacia la ventana que daba al jardín; la cercanía de aquel hombre lo inquietaba y sus ojos azules parecían tener la clara intención de querer hechizarlo. Necesitó apartarse de él y poner un poco de distancia entre ellos. Sabía que continuaba sentado a un par de pasos de distancia, pero percibía la intensidad de su mirada pegada a su espalda. Se pasó la mano por el cuello: su pulso se había acelerado. Lo que el detective Yeonjun Kim provocaba en él era algo nunca antes experimentado; una sensación que lo dominaba por completo y nublaba sus cinco sentidos.

Se dio media vuelta y cuando volvió a enfrentarse con sus ojos pudo sentir el temblor en sus piernas.

—Detective, es tarde.

Yeonjun se levantó de un salto y avanzó hacia él.

—Es verdad, ni siquiera sé qué estoy haciendo aquí —respondió y esbozó una sonrisa.

—Lo acompaño. —Pasó a su lado y, por un segundo, creyó que él lo detendría y lo besaría apasionadamente. Pero no fue así.

Salió con él hasta el porche y trató de mostrarse lo más sereno posible.

—Nos vemos —dijo él y le lanzó una última mirada antes de echarse a andar hacia su automóvil.

Beomgyu se quedó en silencio mientras observaba cómo se subía en su Lexus plateado y ponía distancia entre ellos.

Se recostó contra la puerta y contempló la luna un instante antes de entrar en la casa.

Una silueta se mezclaba entre las sombras que esa misma luna dibujaba caprichosamente aquella noche.

Nadie escuchó el nombre que esa silueta pronunció, casi en un susurro, una y otra vez.

Osito. Osito. Osito. 

Serial Killer (Yeongyu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora