Empujó la puerta despacio. Aquel lugar era un taller de pintura, alguien parecía pasar horas allí dentro. Había docenas de enormes cuadros, algunos, al descubierto y sin terminar, y otros, celosamente ocultos bajo papel de estraza. Sentía curiosidad por saber cuál de las dos amigos era la que se dedicaba a pintar.

Lo descubrió enseguida.

Los motivos, que aparecían repetidos una y otra vez en aquellos lienzos, le resultaron demasiado familiares. Flores azules, flores azules de cuatro pétalos diseminadas casi compulsivamente en la mayoría de las obras.

Más que nunca, estaba convencido de que buscar a Beomgyu Choi había sido la decisión correcta. Despegó la vista de aquellos cuadros y salió antes de que el dueño de la casa notara su ausencia.

En el mismo momento en que puso un pie fuera del taller, la puerta principal se abrió, y un hombre vestido con ropa deportiva ajustada apareció ante él.

—¿Qué tienes para mí, Hyunjin? —Yeji se acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja. El día apenas había comenzado, pero sentía que su cuerpo pesaba una tonelada. Todavía le duraba el cansancio del día anterior, y la falta de sueño se notaba en su rostro. Podría haber disimulado las ojeras y la palidez con maquillaje, pero no había tenido ni el tiempo ni las ganas de hacerlo.

—La autopsia ha confirmado lo que ya sabíamos, preciosa —murmuró el patólogo forense, al tiempo que guardaba un bolígrafo en el bolsillo de su delantal—. Murió por asfixia mecánica. —Levantó la sábana que cubría el cadáver de Jungwon Yang—. Los moretones comienzan a hacerse visibles; el asesino apretó su cuello con mucha fuerza.

Yeji se inclinó sobre la mesa de disección, y su boca se torció en una mueca cuando el olor a formol pareció impregnar su nariz. Allí estaban, unas manchas azules y amarillentas alrededor del cuello de la víctima.

—¿Has encontrado alguna fibra o cabello en el cuerpo?

—No, me temo que nuevamente no ha dejado ningún rastro — respondió con desánimo—. Tenía la esperanza de que las huellas dactilares de sus manos se hubiesen transferido a la víctima cuando lo estranguló, pero debió de usar guantes.

Yeji asintió. No era el primer cadáver que veía después de una autopsia, pero le afectaba más cuando las víctimas eran tan jóvenes.

Observó la incisión en forma de «Y» grotescamente cosida que comenzaba en los hombros, atravesaba el tronco y descendía hasta terminar en la zona púbica.

—Tampoco hubo ataque sexual, ¿verdad?

—El resultado del examen fue negativo; al igual que la otra víctima, tampoco fue violado —informó mientras guardaba algo que Yeji prefirió no saber qué era dentro de un frasco de vidrio y lo colocaba en un mueble de metal.

Yeji tocó la mano de Jungwon y examinó sus dedos; estaban tan fríos como la mesa de acero.

—¿Has revisado sus uñas?

—Sí, parece que ni siquiera se defendió; no hay rastros ni de piel ni de sangre debajo de ellas.

—¡Maldición! —Dio una patada potente contra el suelo—. ¡No puede ser que este tipo no cometa ningún error!

—Nadie es perfecto, Yeji. —Volvió a la mesa de autopsias—. Ya sabes lo que dicen; el asesino siempre se lleva algo de la escena del crimen, pero también deja algo de sí en el lugar. Nadie es infalible y, a menos que sea un experto en criminalística, llegará el día en que cometa un error.

—Y entonces será cuando lo atrapemos por fin —concluyó Yeji por él.

—Tú lo has dicho, preciosa. —Le sonrió.

Serial Killer (Yeongyu)Where stories live. Discover now