Capítulo 1.

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Hace 4 meses...

Nunca antes podría haberlo imaginado, pero estar aquí y ahora, notando la fría espuma, la cual genera el agua al llegar a la orilla, tocando mis pies es algo completamente asombroso.

Hacía tiempo que quería venir al Caribe, visitar todo sobre lo que la gente ha estado hablando y verlo con mis propios ojos; ser consciente de la belleza de este lugar.

Sostengo en mi mano un mojito del cual voy dando pequeños sorbos mientras el sol me da por completo en la pie y yo tengo los ojos cerrados, disfrutando. Doy otro sorbo a mi bebida, fresco y hace que toda la piel se me ponga de gallina, pero...

¿Cómo es que el mojito moja mi espalda?

Me despierto de un susto, el corazón me late a mil y veo a mis dos mejores amigas riéndose. Una de ellas, Nuria, sostiene en sus manos un cubo de agua.

¡Me han tirado agua! Ahora se enterarán...

Me levanto bajo sus mirada, tomando el cubo y saliendo de la habitación sin haber pronunciado palabra alguna. Voy al baño y lo lleno por completo de agua fría y, al acabar, vuelvo a la habitación.

Nada más entrar, ambas me miran y se percatan de lo que voy a hacer. Las dos salen por completo disparadas de mi habitación y yo tengo que reaccionar lo suficientemente rápido para poder seguirla y que no se escapen.

Finalmente acabamos en el jardín, estando ella a pocos metros de mí mientras las persigo con el cubo entre mis manos, y cuando acelero el paso para estar a pocos centímetros de ellas, me resbalo al suelo y el agua fría cae sobre mí.

Mis dos mejores amigas ríen, pero no precisamente de pena al verme en ese estado, si no que se ríen sin sin parar. Y yo, completamente mojada, las miro desde el suelo con fastidio, poniéndome en pie para irme a duchar y vestirme.

Tras haber acabado, nos marchamos y tomamos rumbo al instituto. Y, cómo no, mis amigas recordándome cada dos por tres mi caída de esta mañana.

Al llegar, buscamos nuestros nombres en las listas que hay colgadas en frente de cada clase y nos metemos en el aula cuando vemos que vamos las tres juntas.

Tomo lugar al fondo de la clase entre ellas dos y, cuando nos hemos sentado finalmente, empezamos a hablar hasta que entra nuestro profesor de este último curso, Rubén.

Éste nos saluda de una manera alegre y jovial, empezando a explicar la asignatura que imparte, inglés. Nos proyecta un Microsoft Excel con nuestros horarios poco después y el profesor que lleva cada asignatura.

Durante todo ese tiempo, yo me mantengo completamente absorta, contemplando la pared verde del aula, percatándome de que el año pasado no era así.

La hora pasa lenta, demasiado para ser el primer día de segundo de bachillerato. Y lo único que oímos son las palabras selectividad, universidad y exámenes.

Las demás clases, al igual que esta, se basan en explicarnos cómo será el examen en la prueba de acceso de esa asignatura. Los profesores nos repiten por activa y pasiva, como siempre, que estudiemos, que no dejemos los estudios para lo último... Cosas así.

Y yo, como siempre, contemplando el color verde de la pared.

Acaba la tercera hora del día escolar y podemos salir finalmente al patio. Y cuando pasa eso, Nuria se hace una trenza recogiendo su pelo rojizo mientras que Cristina y yo nos recogemos su pelo rubio y el mío castaño en un moño improvisado.

-No sé cómo no tienes calor —se queja Cristina, refiriéndose a la trenza que se ha hecho Nuria—, yo estoy chorreando.

-Te vendrán los sofocos de lo vieja qie estás ya —bromeo.

Las tres nos dirigimos aquella media hora a una cafetería cerca del instituto, merendamos y al poco tiempo volvemos al lugar.

Nada más llegar, miro en la agenda qué clase toca y veo que es matemáticas, la asignatura más odiada por las tres.

Al ver que pasan los minutos y el profesor no llega, cada una cogemos nuestros teléfonos y, situándolos en nuestros regazos por debajo de la mesa, nos ponemos a hablar por WhatsApp.

A los diez minutos llega alguien, ya que todos se callan y yo alzo la cabeza para toparme con un hombre situado detrás de la mesa del profesor. Al instante, mi pulso se acelera.

Su pelo castaño cae rebelde por su frente mientras que sus gafas de lectura intentan sujetar el flequillo mientras se encuentra buscando desesperado algo en su maletín negro.

Suspiro, inconscientemente, y vuelvo a recorrerle con mi mirada, ¿cómo puedo sentir esto con tan solo mirarle? El corazón sigue latiendo descontrolado mientras intento tranquilizarme.

Desbloqueo el teléfono y me meto en el grupo de WhatsApp que tengo con Nuria y Cristina.

Yo: ¿No creéis que es guapísimo?

Nuria: ¿Quién, loca? ¿Alguno que está en esta clase?

Yo: Caliente, caliente.

Cristina: Dilo. Va, venga.

Yo: El profesor: $.

Cristina: Ay, la leche ¿Enserio, Lucía?

Nuria: Cada vez te van más mayores... Traviesa.

Me río bajo ante el comentario de Nuria y niego con la cabeza.

Durante toda la hora, solo se presenta y habla de las matemáticas, de lo que daremos y, cómo no, de selectividad y también.

Yo he querido durante toda la hora que la pasase para que me viese y supiera que me mirase porque en ningún momento se han posado sus en mí y, en cierta manera, eso me da rabia, mucha.

La hora transcurre aburrida para la mayoría, mirando todos una pantalla dónde se proyecta un maldito examen  que haremos ocho meses, menos para mí, que le miro.

El timbre suena y anuncia que la clase han acabado.

La gente se empieza a levantar de sus respectivos lugares y va a juntarse con otros, o incluso salir de la clase, pero yo me quedo sentada, observándole curiosa.

Vuelve a colocar sus gafas de modo que sujeten su flequillo para después posicionar, bajo su hombro derecho, el maletín y caminar en dirección hacia la puerta. Pero mientras camina, da una rápida ojeada toda la clase hasta que me ve y sus ojos se posan en mí por lo que me parecen horas hasta que le veo salir.

Las siguientes horas, las paso callada y en mi propio mundo, tan solo recordando sus ojos puestos en mí.

Quiéreme, profesor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora