Capítulo 3.

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-¡Lucía! -la voz de mi madre me arranca del sueño, no sonando tan lejana como antes- ¡Despierta, que llegas tarde!

Me revuelvo en mi cama, notando el agradable tacto con el que me envuelven las sábanas mientras yo largo un suspiro, completamente perezosa.

Cojo la almohada y me la pongo encima de mi cabeza, intentando aislarme del mundo y seguir durmiendo, pero mi queridísima madre me sigue llamando durante cinco minutos más hasta que me harto y me pongo en pie.

Cuando llego al instituto, al segundo de haber bajado del bus, miro la hora en mi teléfono.

-Hostia, que hago tarde.

De repente, todo el sueño se disipa de mi cuerpo y corro hacia el interior del lugar. Abro mi taquilla y cojo los libros de las tres primeras horas, dirigiéndome en el aula poco después.

Miro por la ventana que da al pasillo y veo claramente al profesor, quien ya ha empezado la clase. Largo un suspiro y toco la fría madera de la puerta, provocando que se calle y yo la abra, asomando mi cabeza.

-Perdón, ¿puedo pasar?

Me mira durante unos largos segundos y asiente.

Me dirijo escopeteada a mi asiento, dejando el bolso en el suelo y guardando los otros dos libros en una parte del pupitre. Mis dos mejores amigas, situadas a ambos lados, me sonríen y yo suspiro aliviada.

***

Las semanas pasan rápido, demasiado para mi gusto, y los exámenes primera evaluación ya están por empezar.

Y, como siempre, la asignatura que peor llevaba es matemáticas. No solo porque se me den mal, si no porque él está allí, captando mi atención con la manera en la que se mueve o como sus ojos se posan en los míos unos segundos.

A veces, cuando tenemos clase con él, noto su mirada sobre la mía, lo cual me incomoda; pero, cuando la levanto, tan solo está mirando el ordenador.

A veces pienso que me lo imagino.

Pero, por otra parte, le he visto veces mirarme desde la lejanía, situado en el asiento del profesor mientras contempla a la casa. Alzo la cabeza y entablamos una conexión visual, pero la sensación es tal que me instó a bajarla debido a lo que me provoca.

Cuando sus ojos me miran, es todo confuso y extraño, no es como me solía pasar cuando estaba con el chico que me gustaba. Esta vez es diferente, mejor.

Más vivo.

Ahora tengo clase con él, lo que me provoca siempre una especie de nerviosismo que, por más que intente calmar y me frustre, no se ha marchado en todo este tiempo.

Estamos las tres hablando con nuestros libros de matemáticas sobre la mesa, y nos damos cuenta de que ha entrado porque todos callan.

Alzo la vista y lo veo subiendo al atril y dirigiéndose hacia la mesa. Lleva una camisa color violeta y no puedo negar que se ve mucho más atractivo que los demás días con ese color.

Rebusca algo en el maletín negro que lleva siempre, soltando un suspiro al no encontrar aquello y alza la vista para mirarnos. Da una mirada rápida y, de repente, sus ojos se posan sobre mí.

El tiempo, justo en ese momento, se detiene y siento como que los segundos pasan lentos, mucho más de lo normal. Sus ojos marrones están clavados en los míos mientras se mantiene sereno, al contrario que yo, que tengo de todo menos tranquilidad en mi interior.

Los latidos se me disparan y creo, por un momento, que se me va a salir del pecho el corazón. Y cuando deja de mirarme, intento controlarme.

Se dirige hacia la pizarra, cogiendo una tiza y empieza a hablar a cerca de lo que entrará en el examen, pero yo no escucho.

Alguien le comenta a cerca de que teníamos que corregir unos ejercicios, a lo que él contesta con que pueden salir voluntario a la pizarra para hacerlos y practicar.

Mientras hacen aquello, él se empieza a pasear por la clase, mirándonos a cada uno mientras estamos haciendo ejercicios. Y, de repente, se queda justo detrás de nosotras tres, en la pared.

Noto sus ojos puestos en mí, observándome, y eso solo provoca que el pulso se me vuelva a disparar. Siento el corazón contra mi pecho, duro y sin parar, provocándome escalofríos que me recorren por todo el cuerpo.

Al finalizar la clase, recojo todo lo más rápido que puedo y me marcho, sintiendo como me libero de la presión que había en ese ambiente. Lleno los pulmones de aire y largo un suspiro sonoro.

Tranquilízate.

Espero a Nuria y Cristina en la puerta para irnos juntas y, lentamente, veo como él baja del atril y pasa por mi lado, sonriéndome. Seguidamente, me guiña uno de sus ojos y yo siento como todo vuelve a alterarse.

Me quedo observándolo, viendo cómo se marcha hacia su coche mientras yo estoy ahí de pie, contemplándolo. Y vuelvo a suspirar, notando como poco a poco me relajo.

***

Repaso por última vez el examen de química, comprobando que todos los ejercicios están bien hechos y me pongo en pie sin dejar de mirar el examen en ningún momento.

Subo al atril, dirigiéndome hacia la mesa del profesor. Aparto la vista de éste y suspiro, tendiéndoselo.

-Puedes irte —me dice, señalando la puerta con la mano mientras mira el ordenador—. Todos los que acabéis, podéis recoger las cosas e iros.

Me dirijo a mi mesa y empiezo a guardar todo lo que hay. Y, al acabar, me dirijo hacia la puerta, escuchando a Nuria hablarme:

-Espérame fuera —me susurra Nuria mirando fijamente el examen.

Asiento.

-¿Te sabes la seis? —me pregunta, sin apartar la vista del examen.

Hago como si fuese a dejar los libros encima de la estantería y le tiro, disimuladamente, un papel donde está la respuesta.

Sonríe y empieza a teclear la calculadora.

Poco después de guardar los libros en la taquilla, me apoyo de espaldas a esta mientras espero a que tanto Nuria como Cristina salgan del examen. Y, quince minutos después, lo hacen.

-Hostia puta, el cero me lo llevo con ganas —suspira Cristina, rodando los ojos y dejando los libros en la taquilla—. Mi vida se basa en suspender química. Debería hacer un libro sobre cómo estudio y no apruebo, ¿no?

Río.

-Yo no lo compraría.

Me mira con los ojos entrecerrados.

-Me estás limitando la segunda edición si no estás dispuesta a comprar muchas copias de mi libro.

      Nuria sale del examen con la calculadora y el estuche en sus manos, sonriéndonos. Mete todo el material en la taquilla y salimos.

       Nada más hacerlo, veo en la acera de enfrente, apoyado en la pared, a Federico. Nos mira durante unos segundos, en los cuales yo intento no crear contacto visual, pero fallo.

        Sus ojos marrones me miran, perdiéndome en ellos por completo mientras no escucho ni de lejos de lo que están hablando ambas. Mi sistema se altera mientras me mira, de una manera rápida y sorprendente.

         Caigo en una espiral sin sentido, sintiéndome realmente como en casa cuando me mira. Y sonríe, causándome sensaciones en una escala mucho mayor.

Quiéreme, profesor.Where stories live. Discover now