***10 llamadas perdidas de mamá****
Colgué la llamada antes de que pudiera seguir sonando. Siempre lo hacía, un último consejo, una advertencia más, un recordatorio de algo obvio, como si no me hubiera dado cuenta de que estaba sola en Corea, un país nuevo y desconocido, muy lejos de casa.
Aterricé en Seúl, Corea del Sur, hace unas horas. Quién iba a decir que todo es justo como lo muestran en los dramas coreanos: los edificios impecables, los cafés llenos de estilo, las personas usando solo colores neutros, la rapidez de todos. Es tan hermoso... tan perfectamente organizado. A ver si, entre tanta perfección, logro encontrarme a mí misma, porque si no lo hago aquí, no sé dónde más.
Suspiré mientras miraba a mi alrededor. Pero primero... tenía que encontrar la manera de llegar a mi cuarto sin internet. No podía creer que había decidido ser tan confiada en que "todos en Corea hablan inglés". En tres horas de deambular por el aeropuerto y las calles cercanas, intenté preguntar a tres personas. Ninguna hablaba inglés, o me miraban con esa mezcla de sorpresa y confusión que sólo podría significar: "No tengo idea de lo que estás diciendo, pero no quiero ser grosero".
Primera mentira de Corea: la gente aquí no habla inglés. O son demasiado tímidos como para admitir que lo hablan.
Mis pies dolían, y el cansancio comenzaba a instalarse. Había intentado seguir el mapa en mi teléfono, pero sin internet era casi inútil. En México, esto sería mucho más sencillo. Al menos sabría cómo pedir direcciones sin parecer una alienígena. Aquí, con cada intento de comunicación, sólo parecía aumentar mi sensación de ser una intrusa.
Cinco horas después, finalmente llegué a la dirección correcta. Mi "habitación". O debería decir, mi cápsula. No podía describirla de otra forma era tan pequeña que no pude evitar reírme al abrir la puerta. Si mi baño en México era minúsculo, esto lo superaba por mucho. Una cama, una pequeña mesa, y apenas espacio para moverme. Pero al menos era algo. Lo único que podía pagar por mí misma.
Suspiré, dejándome caer en la cama. Mi teléfono vibró en el bolsillo. Otra llamada de mi madre. Dejé que sonara. Y luego otra. Y otra más. Finalmente, decidí bloquear su número temporalmente. La quería, claro, pero si no me daba un respiro, nunca podría adaptarme aquí. ¿Y cómo podría encontrarme a mí misma si seguía pegada al teléfono, recibiendo mensajes cada cinco minutos?
Bien. Así que aquí estoy, en Corea, sin internet. Quizás era exactamente lo que necesitaba. Un detox forzado de redes sociales, de esa presión constante de estar conectada todo el tiempo. ¿Cuándo fue la última vez que estuve realmente sola, sin la necesidad de compartir cada detalle con el mundo? Quizás este tiempo sin conexión me serviría para reenfocarme. O al menos, para dejar de ser una adicta al teléfono por un tiempo.
Me levanté y busqué rápidamente una ventana, la cual no tenía así que si quería ver lo que Corea tenía que ofrecerme me iba a tener que forzar a salir porque desde mi cuarto no podre ver ni los rayos del sol.
"Bueno," murmuré para mí misma, mientras miraba la luz led que colgaba en mi habitación. "Veamos qué tienes para mí, Corea."
Y con ese pensamiento, me dejé caer de nuevo en la cama, agotada pero extrañamente emocionada. Mañana sería otro día. Un día para explorar, para perderme, y tal vez, para encontrarme.
Gustas acompañarme en esta adventura?
