Capítulo uno | primera parte

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En medio una ciudad cuyos edificios eran maletas y montañas de ropa doblada, se ve la cabellera rubia de Dante. La luz del sol golpea en su pálida piel dándole el aspecto de un verdadero vampiro. Es la misma luz la que le consigue despertar de aquel sueño con sabor a despedida y a sal. Abre los ojos, esforzándose para la pesada cortina que les protege no se cierre de golpe, y recuerda que el sueño ya no es sueño. Recuerda que el sueño es verdad, de esas que te arañan un poco si vas descalzo.


Se levanta despacio, con movimientos torpes. Su cerebro reacciona de a poco. Se dirige al espejo verde de diseño económico que está en frente. Sus ojos se ven apagados y, por si fuera poco, tiene ojeras tremendamente notables gracias a su piel tan blanca. Tiene mucho que empacar aún y no puede permitirse perder el tiempo.

Cruza como le es posible entre las montañas de maletas, ropa y Dios sabe qué más empacó «por si acaso». Sus pies descalzos van desplazándose de puntillas por el suelo de madera, ya caliente por el sol. De la mesita al lado de la puerta, toma la ropa que dejó preparada ayer y entra al baño.

Siente en sus pies el agradable contraste entre el cálido piso de madera y las frías losas que decoran el suelo del baño. Allí, dos espejos más, uno encima del lavabo y otro tras la puerta, le recuerdan sus ojeras. Se restriega los ojos con cuidado de no tirar sus gafas, luego pone las mismas sobre la estantería llena de toallas y esas cosas que se pueden encontrar en un baño, pero que hace meses no usa. Cruza los brazos hasta agarrar los extremos de su camiseta blanca del Tour 1989. Alza los brazos hasta dejar su torso desnudo. Se quita las pulseras de goma que iban a juego con su camiseta y las coloca junto a sus anteojos en la primera repisa de la estantería. «Style», blanca con el título en colores, y «Taylor Swift», roja con el nombre en blanco. Pasa una mano por su pecho, acariciándose hasta llegar al broche de su pantalón. Lo desabrocha y hace una maniobra para atrapar con sus dedos también el elástico de su ropa interior. Se desnuda enteramente y se contempla frente al espejo. No lo hace porque esté orgulloso de sus delgadas piernas y las costillas que no debería notarse tanto, se está mirando a los ojos. Está descifrando como otros le ven, obviando el hecho de la ropa, y de qué revelan sus ojos. Son dos pequeños universos, paralelos, recreándose, son dos remolinos en el mar bajo el sol de junio, son dos cielos abiertos a la libertad. Esta vez sí. Dante será Dante, aunque duela lo que deja atrás. Cierra sus universos y se forma una agradable sonrisa en sus labios. Siente el beso del viento que se ha colado por la pequeña ventanita.

—Vamos, Dan. Falta poco —dice en voz alta—. Y deja de hablar solo en voz alta —se corrige a sí mismo.

Asoma la cabeza tras la cortina que provee privacidad innecesaria para alguien que vive solo. Tiene la manía de asegurarse que nadie haya entrado mientras él dormía y se escondiese allí. También estaba la excusa de que podría haber entrado algún animal desagradable, las ardillas eran muy feroces en Poisonwoods. A Dante no le hacía ilusión morir gracias a una ardilla loca, y mucho menos desnudo.

Entra en la ducha y gira los grifos graduando la temperatura del agua. Los chorritos de agua le golpean en el cuerpo. Da la espalda y permite que la presión del agua masajee sus hombros. Luego se moja el cabello, y los mechones le tapan la vista. Permanece allí unos minutos, reflexiona como si estuviese siendo bañado por la cascada de la sabiduría y el conocimiento. En uno pocos movimientos automáticos ya se había duchado y lavado el cabello. De hecho, ya se estaba subiendo el pantalón corto de jugar baloncesto —que nunca había sido visto en una cancha de baloncesto— cuando sonó el celular. «Look at what you've done, stand still, falling away from me... » ¡Vaya escándalo! ¿Quién podía ser a las seis de la mañana? Se puso la camiseta, esta vez simplemente roja, y se peinó como pudo. Algunos mechones no obedecían, así que el resultado dejaba mucho que desear. Se apresuró a tomar las pulseras y los anteojos y caminó aceleradamente hasta la pequeña salita de donde provenía la enérgica melodía de Outside. Miró la pantalla del celular a la vez que se apagó.

Piel de IncendioWhere stories live. Discover now