1. Los caminos del Señor... son solo los Primeros Pasos

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 PORQUE NUNCA SABEMOS A DONDE IRÁN A PARAR NUESTROS ESFUERZOS

-        Tita, quiero merendar

-        ¿Sí? ¿la princesa quiere merendar? ¿y qué desea la señorita para su merienda?

-        Pues... nocilla y galletas tita – sonríe juguetona.

-        Ajam... Leti! Yo nunca conocí una princesa que todas las tardes merendara galletas con nocilla ¿qué te parece si hoy preparamos unas fresas con zumo de naranja?

-        Bien tita ¡merienda de princesas! Bien!

Totalmente convencida la pequeña fue al baño para lavarse las manos y preparar juntas la merienda.

-        ¡Cielo no tardes que tengo que ir a trabajar!

 Media hora después estábamos lisas para salir. Mi sobrina con su diadema rosa y su bolso a juego. A sus nueve años de edad era la niña más coqueta del mundo. Quizás más que su tía incluso. Andamos hasta la casa de sus padres en un largo paseo en el que la lengua de la niña no descanso ni un segundo.

-        Tita ¿cuándo vas a tener la cama de princesa?

-        Pronto Leti

-        ¿Ya la has encargado a Don José?

-        No, aún no

-        ¿Por qué?

-        Pues porque  aún estoy ganando el dinero suficiente para comprarla.

-        Tita pero las princesas de la tele no tienen que trabajar tanto como tú, solo se sacan fotos ¿Por qué?

-        Porque hay princesas con suerte y princesas con menos suerte

-        ¿Tú no tienes suerte tita?

-        No mucha reina

-        ¿Por qué? – Cielo santo, otro por qué, y otro y otro.... Adorable pero insidiosa niña.

-        Porque toda la gasté cuando me tocó tener una sobrina tan linda como tú.

-        Entonces... ¿Mamá también es una princesa sin suerte? ¿También la gastó conmigo?

-        Tu madre es una excepción – solté. Una chica con mucha suerte.

-        ¿qué es una excepción?

Con esta y treinta y nueve preguntas más llegamos a su casa. Adela ya estaba de vuelta de su viaje a París con mi cuñado super-perfecto Eduardo. Solo habían pasado fuera dos días que Leti había pasado conmigo llenando todos mis huecos. Que no eran pocos.

Tenía veintisiete años y acababa de comprarme un ático en las afueras de la ciudad. Viejo y arruinado pero literalmente encantador. Ahora solo tenía algo de lo que preocuparse, pagarlo y quizás algún día convertirlo en un hogar.

 De vuelta a casa volví a pasar por la tienda de Don José. Hacía años que quería comprar el ático encima del hotel. Antes incluso de terminar la carrera tenía muy claro qué quería hacer con aquel romántico rincón. Había hilado fino dibujando en la trastienda de los padres de mi amigo Rubén y él había traído esa cama para mí el día que formalicé la compra del ático totalmente dispuesto a dejarme instalarla y pagarla después poco a poco. Sin embargo, era tan perfecta, tan ideal que pensé que se merecía conocer a su nuevo hogar vestido con sus mejores galas. Mientras, estaba allí en el escaparate, luciendo como un enorme neón rojo que parpadea en un club de alterne, recordándome por qué merecía la pena hacer todo lo que hacía. Todo por mi cama de princesa.

Por una cama de Princesa (En grandes librerías en 2016)Where stories live. Discover now