Esa noche, ya solo en mi cuarto, acostado en mi cama, comencé a evocar a "los galanes" de la colonia o los hombres que me gustaban más: al Pepe, el hijo de doña Malena, que vive en la esquina de la cuadra. Le apodaban "El Toro", por la película de Pedro Infante, pues según se parecía a éste, y por grandote; está guapo y va mucho al gimnasio, está súper sabroso; unos brazotes y unas piernotas, una espalda y unas tetas musculosas; siempre venía los sábados a comprarnos, con su short todo pegadito y su camiseta sin mangas, o con esa prendas bien ajustadas que usan los mamados. Luego recordé al Edgar y al Brayan, los hijos de don Tiburcio, eran fruteros; siempre que llegaban las camionetas, salían a descargar la fruta sin usar la playera, llevando únicamente el pantalón y el babero; lucían unos brazos fuertes y anchos, incluso el pecho abultado y las espaldas grandotas. Dos morenazos que cuando sudaban, parecían de plástico reluciente por el brillo de la piel. El Edgar era más alto y atlético, el Brayan chaparrito y más grueso, pero sus piernas y nalgas lucían deliciosas bajo los entallados pantalones de mezclilla. Debían ser recalientes porque las mujeres de ambos a cada rato salían luciendo la panza de embarazada.
Después vino a mi memoria las nalgas del Ricardo, el bultote del Javier, las piernotas del Pedro, o el pechote del Joaquín; todos ellos jugaban fútbol en las canchas de la esquina y siempre daban espectáculo mostrando sus diferentes y variados atributos; pero ninguno tan poderoso en mi mente como "el papi" del mariguano. Pensar en él y en imaginar sus manos apretándome, su boca susurrándome mientras me restregaba contra su cuerpo, me hizo apurar la leche y no demoré en venirme bastante, tanto que terminé manchando las sábanas de mi cama. "¡Pinche mariguano!", expresé entre los delirios de mi orgasmo. Esto era como liberarse del veneno de un animal ponzoñoso, como cuando sale en las películas que lo chupaban de la herida; así yo me sacaría esas extrañas ganas hasta no sentirlas más.
Creí funcionaría, pues no había vuelto a tener otra interacción con aquél. Sin embargo, todo se fue al traste cuando lo vi platicando, mejor dicho coqueteando, con una de las hijas de doña Concha, de quienes se decía eran pirujillas. Esto sucedió para la fiesta de San Judas Tadeo. Don Olegario, el de la tienda, tenía una imagen de bulto a las afueras de su negocio, a la cual, cada año le hacía festejo a lo grande. Aunque me vio, ni me saludo el muy perro; estaba demasiado ocupado con la mujer, haciéndose el interesante para poder echársela. Yo estaba entre enojado y excitado, "¡Puto mariguano de mierda!", me decía una y otra vez para mis adentros. ¡¿Cómo era posible esta situación!? ¿Yo celando al mariguano de la colonia por decirme una palabra como "papi"? Debía estar perdiendo la razón, definitivo. Necesitaba darme cariño con alguien, que me apapacharan bien rico para apagarme el fuego interno. ¿Pero a quién le iba a pedir el favor? Ya se imaginará usted el montón de complejos e inseguridades que me invadieron con aquella pregunta. Que uno anhela lo que no puede tener, sueña y se crea ilusiones a base de fantasías y espejismos. Perseguimos lo que nos repele, atendemos lo que nos desaíra y repudia, nos encaprichamos con aquello que nos huye y rechaza. Discúlpeme, ya me estoy metiendo en otros temas. Volviendo a lo principal, si encontré quién me calmara el ímpetu, pero después le hablaré de esa experiencia, ¡claro! Si usted me lo permite.
Regresando al mariguano, un par de días después nos enteramos por doña Yolanda, que aquello no pasó de una simple plática, pero yo estaba ofendido. La situación de llevarle los tacos hasta su puerta pudo repetirse, no obstante, al no pedírmelo doña Lola, me hice pato y lo dejé visitar el puesto. Me saludó, obvio contesté. Me hizo un par de preguntas más, las cuales respondí conciso y sin darle oportunidad a una réplica. Él se fue, mas lejos de estar ofendido, puedo asegurarle que estaba risueño, como si le complaciera aquel seco y raudo proceder. Todo continuó sin alterar la rutina, hasta que un lunes, cerca de la una en punto, aquél me pidió si le llevaba unos tacos. Por la voz, doña Lola dijo que andaba "pasado"; ¿qué o cómo le oyó?, sólo ella sabrá. Me dijo tuviera cuidado, que se los llevara hasta dentro de su casa, así me sentía más seguro frente a doña Lupe, pues no la había visto salir. Sin embargo, yo sí me había percatado de su salida al doctor cuando estaba barriendo la calle antes de montar el puesto. Guardé silencio y con la emoción contenida en las entrañas, que se manifestaba con punzadas y una poderosa sensación de calor, pasé la calle y empujé la puerta del viejo portón. Apenas la crucé, él salió a mi encuentro. Vestía un pants viejo color gris y una camiseta que alguna vez debió ser de color vino. "¡Gracias carnal! La pura banda con ese servicio a domicilio". No recuerdo qué le contesté, en una de esas ni le respondí, estaba tan inquieto que no me percaté de su traviesa mirada sobre mis tetas. Se me marcaban bastante las formas, y sobre todo, mis pezones endurecidos; y como ya se lo dije, tengo demasiadas para "ser hombre". Entonces levantó su mano y me dio un apretón en una de ellas, diciéndome: "¿Tienes frío? Te presto una chamarrita y tú me haces una chaquetita". Su mano se sintió como el carbón ardiente, mi cuerpo tembló por completo. Sentí mi sexo demasiado incómodo, ya muy endurecido. "Y no se me ponga celoso, papi. También puedes ser mi mami, sólo es cuestión de que tú quieras", declaró apretándome la otra teta. "Las tienes bien ricas".
El corazón se me agolpó en el pecho, los nervios me hicieron pesado el cuerpo y sentí un chillido en los oídos, quizás me desmayaría. No sé cómo desvié la mirada hacia abajo y pude percatarme del prominente bulto que ya se le denotaba a través del pants. ¡Un pedazote de carne selecta premium! ¡Dios! Aquello era descomunal, podía admirarle las formas cada vez a mayor detalle. No me contuve más y me atreví a ponerle la mano encima. Él se sonrió complacido y declaró: "¡Mira mami cómo me tienes! ¡Con lo rica que estás!". Su miembro fue hinchándose conforme lo apretaba entre mis manos, hasta que finalmente, él me pidió que se lo chupara. Apresurado me hinqué y admiré con mucho pormenor, la liberación de su virilidad. Un pene largo, con el grosor suficiente para acentuar su propia forma, de cabeza libre y evocando a la figura de la mantecada (me refiero al pan de dulce, el que es como un panquecito, y por lo regular lo hornean con capacillos de papel rojo, no sé con qué nombre lo conozcan en su lugar de origen, por eso se lo aclaro).
Abrí la boca y con auténtico anhelo, me metí cuanto pude de aquello. Chupé y lamí, succioné como un desesperado. Él quiso empujarme la cabeza contra sí, pero era tal mi ímpetu que prefirió dejarse llevar. Pronto obtuve la muestra inicial del sabor de su semilla, un tanto salada; su miembro estaba demasiado duro, incluso lo sentía palpitar. Sus "famosos" gemidos empezaron a manifestarse, pues le gustaba expresar vocalmente lo que su cuerpo experimentaba, un regocijo auténtico. Cada vez más saboreaba su leche, "¡La mamas bien rico! ¡Qué rico te la tragas, mami! ¡Te quiero coger las tetas, mami!", apenas dijo esto, empezó a jugar con mis pechos, apretándolos y pellizcándome los pezones. Eso provocó que aumentara la intensidad de mis acometidas con la boca, y tras un ligero quejido, sus músculos se tensaron y recibí la primera de cinco eyecciones de leche, la inicial y la final fueron escasas en comparación con las otras tres, abundantes y espesas. Tragué esa simiente inmolado de deseo y satisfacción.
Al tanto de una de mis zonas erógenas, enseguida me levantó la camiseta para dejarme las tetas al aire, se agachó y comenzó a succionármelas con idénticas ganas a las mías. "¡Desabróchate el pantalón y aliviánate mami!", me ordenó entre chupetones y todavía afectado por su orgasmo. Así hice, no demoré en sacar mi propia leche, parecía que mis pezones estaban conectados directamente con mis testículos, haciendo que estos produjeran el líquido lácteo que aquella boca demandaba con tanto afán. Pese a haberme masturbado la noche anterior, saqué bastante como él. Nos miramos por un instante, incrédulos por lo que acababa de pasar, sin embargo, se acercó a mí y me dio un beso de piquito. Fue inesperado y extraño.
Nos pusimos de pie, me ayudó a arreglarme la ropa, después me pagó los tacos. "Ahora no te voy a dar propina, porque te voy a dar algo mejor la próxima vez". Honestamente no me importaban los pesos, con la dosis de leche que me había dado. Sonreí con ligero rubor, me despedí y salí de ahí. Ya intuirá usted qué me iba dar en la siguiente ocasión, pero bueno,eso se lo contaré la próxima vez, ¡claro! Si así lo desea. Saludos y gracias por leerme.
YOU ARE READING
Por Inbox
Non-Fiction* Una selección de historias homoeróticas, candentes, ardientes... * Experiencias personales e íntimas de gente común... * Adaptadas y revisadas por mi pluma 🖋️ mágica ✨.
INBOX #2
Start from the beginning
